La Jota de Alcorcón
Una historia de alegría y memoria, de la época en que la ciudad era una aldea
De vez en cuando dice “se me va la olla”, pero no es verdad. Con una memoria prodigiosa, la nonagenaria Emilita Rodríguez Montesinos me ha contado su historia, paralela a la de Alcorcón, esa aldeíta a la que tenía que ir en bici desde el madrileño barrio de Campamento, porque la blasa no tenía la frecuencia actual.
El pueblo creció hasta convertirse en una ciudad grande y Emilita también se hizo enorme aunque, quizá, ya lo era y desde bien pequeña, además. “Yo comencé a bailar de niña, mi abuelo me tocaba las palmas y yo enseguida me animaba”. Era la alegría de la casa, tanto que pese a los escasos recursos de los que disponían sus padres, la apuntaron en la escuela de baile de los hermanos Pericet por donde, cuenta Emilita, habían pasado Estrellita Castro o Carmen Sevilla, entre otras. Aprendió bastante y cuando su familia le cortó el grifo por no poder más, consiguió seguir gracias a un trueque: ella cuidó a la madre de su profesora y a cambio pudo asistir a clase de forma gratuita. La suya ha sido una vida de trabajo duro, arte e ingenio, hasta para construir su casa en Alcorcón, mano a mano con su marido y con un montón de recién llegados de tantos sitios dispares que ni se pueden contar con los dedos de las manos.
Necesitaron todos los fines de semana de tres largos años para conseguir mudarse y cuando, al fin se instalaron, si llovía, todo a su alrededor era barro. “Nos vinimos a vivir tapando con ladrillos y sacos las ventanas. No teníamos suelo ni cuarto de baño y fuera, no había alcantarillado”. Emilita recuerda los barrios del sacrificio y la estrecha relación que tenía con sus vecinos a quienes se unió para que los derechos no fueran quimeras y se pudieran tocar. La luz se hizo y el fango desapareció. Entre tanto, en el fragor de las mil batallas, se enamoró del municipio por el que tanto luchó y, hasta el día de hoy, le demuestra su respeto y su amor. ¿De qué manera? Recuperando su historia y sus tradiciones para que no mueran las raíces de la aldeíta que encontró, tirando de transmisión oral de saberes, de relatos y de danza, cómo no.
“Pregunté a alcorconeras de toda la vida por los orígenes, las fiestas y los bailes. Me explicaron que había una jota antigua que conocían por sus mayores. A partir de ahí, me puse a investigar y, tras sacarme el carnet de bailarina, con el fin de ser docente, enseñé a varios niños la jota de Alcorcón”. Como no olvida su pasado, en su academia no cobraba a quienes no podían pagárselo. Sus otrora alumnas rondan ya la cincuenta y forman parte del grupo “bailes y costumbres tradicionales de Alcorcón”, que danzan ellegado tangible de otra época y que adoran a Emilita. Es fácil verlas ensayando en el teatro municipal Buero Vallejo, así como en el Belén viviente de la localidad, por estas fechas.
Sin embargo, temen que no haya continuidad, puesto que no ven interés en las nuevas generaciones.“Yo ya no puedo moverme mucho, pero quiero que esto siga y dar alegría a la gente”. Alegría y memoria, Emilita. Las dos cosas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.