Vuelta musical al mundo con el contrabajo de Javier Colina
El maestro contrabajista bucea en las músicas más populares del mundo
Dice el músico Javier Colina (Pamplona, 1960) que él nunca ha sido de buscar ni de pensar demasiado, sino de encontrarse las cosas y disfrutarlas. Así le ha sucedido siempre, desde que comenzase su viaje musical, con solo cinco años, tocando en su Pamplona natal el acordeón de sus hermanos mayores. Después llegaría la guitarra, regalo de primera comunión. Más tarde el piano. Y ya mayor, con 26, y de nuevo autodidacta, el contrabajo que quería tocar para adentrarse en el jazz y con el que se ha convertido en uno de los mejores músicos de Europa. En un intérprete tan versátil como virtuoso que bucea en las músicas más populares del mundo, las que le apasionan y las que hoy, se lamenta, están en riesgo de “desaparecer” porque “no son negocio y todo lo que no es negocio termina desapareciendo, ya sea música o pequeñas líneas férreas que unen pueblecitos”.
A ese Colina que salió de Pamplona para recorrer el mundo, geográfica y musicalmente, es al que el club Recoletos Jazz acaba de dedicar una retrospectiva de 15 conciertos, enmarcada en el Festival de Jazz de Madrid, con el músico uniendo su contrabajo al piano de Chano Domínguez y a la guitarra y la percusión de Josemi Carmona y Bandolero para hacer flamenco, al saxofón de Perico Sambeat y al piano de Albert Sanz para tocar jazz, al tres cubano del maestro Pancho Amat para viajar por la Cuba que tanto adora o a la voz del músico de Guinea Bissau Mú Mbana para recorrer África, entre otros.
“Colina es un artista que ha trabajado con artistas importantísimos y ha abarcado diferentes estilos considerándose un maestro de todo ellos. Es una figura quizás no tan reconocida a nivel popular, pero dentro de su profesión es, sin duda, uno de los músicos de mayor carisma y respeto que existen ahora mismo en España”, lo ensalza Juan Laguna, programador de Recoletos Jazz. Su larga travesía musical ha llevado ya a Colina a participar en proyectos únicos como el disco Songhai de Ketama, el exitoso Lágrimas negras de Bebo Valdés y El Cigala o a hacer dúos con mitos de la música como el pianista Tete Montoliú o con artistas como Silvia Pérez Cruz.
“Cuando encuentras un músico con el que compartes unos valores, según ahondas en ellos hallas otras cosas aún más profundas. Los primeros encuentros te hacen ver si tienes o no buena vibración. Pero a partir de ahí tienes que construir. En los años sesenta Montoliú se iba a Berlín y tocaba un mes entero con Dexter Gordon en un club. Ahí es donde se genera algo mucho más allá de esa afinidad. Ahora, desgraciadamente, es más difícil lograrlo porque el negocio no está para eso”, dice Colina.
El músico se lamenta así, como dice, de que solo se priorice en el mercado la novedad, cuando el valor para él está “en la repetición”, en esos proyectos a largo plazo como los que él mantiene con músicos como Amat o Carmona que permiten que la relación musical sea cada vez más rica y profunda. “Por eso digo también que yo no he ido buscado nada. Casi siempre se ha puesto por delante la música. Conoces a alguien que por ejemplo toca el gimbri, que es de Marruecos, y con quien sientes esa sintonía y así empiezas a meterte en esa música. Pero necesitas tener amor, por supuesto, para la música y por aprender la mayor cantidad de idiomas musicales”, explica Colina.
Así surgieron y surgen hoy sus flechazos. Las conexiones que, como lo compara, son también una cuestión de amor, de ver a un músico que toca “y que no sabes bien por qué ni puedes explicarlo pero te encanta”. Enamoramientos y relaciones que se ven sobre el escenario, en dúo, trío o cuarteto, cada vez que este músico, artista de escenario, de directo más que de estudio, de tocar más que de componer, se sube a tocar. A disfrutar, en definitiva. Porque con cada música, con cada viaje, como confiesa, “goza” de forma diferente, y porque si no fuese así, como sabe también, “cogería y me iría a casa”.
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