Las respuestas olvidadas
No existe un desafío mayor que el de ser cuestionado por un niño
Las respuestas olvidadas. Creo que no existe un desafío mayor que el de ser cuestionado por un niño. Es un reto maravillosamente complicado. Cuando uno responde a un niño debe ser, en mi opinión, dos cosas: sincero y responsable. Todo lo demás: las historietas, los adornos o las vueltas de tuerca no sirven para nada. Los niños están mucho más capacitados que los adultos para comprender las cosas, y eso no implica ni tratarles como tontos ni intentar salvaguardarles de las realidades más feas.
Esta última generación, en la que me incluyo, ha crecido protegida, puesta a un lado, encapsulada en una burbuja de aire opaco que nos ha hecho darnos de golpe contra la vida cuando hemos dejado de ser niños. No digo que la intención fuera mala, pero no funciona. Hemos pasado de ser niños estrella a ser jóvenes estrellados. Reflexiono esto a propósito del vídeo que se ha visto estos días en una cadena autonómica en el que el alcalde de Madrid acude a un centro de la capital a conversar con un grupo de niños. Nada malo si no fuera por el riesgo que tiene exponer a niños a charlas tan politizadas como la suya.
Me parece buena idea que un político acuda a un centro educativo, pero en mi opinión debería hacerlo para hablar desde la política y no desde un partido o una ideología. Las perlas que suelta el alcalde son de aúpa (a estas alturas ya hemos visto todos que escogería antes salvar a Notre Dame que al Amazonas) y tremendamente peligrosas, pero la reacción de los niños es tan pura, tan de verdad y está tan a la altura, que una piensa con alivio en el futuro y se le pasa el desasosiego. Yo quisiera eso para los hijos que aún no tengo. Me gustaría saberlos capaces de preguntar y capaces de responder, que mantengan esa sorpresa a la hora de escuchar ciertas barbaridades, que cuestionen todo, hasta lo que no existe, y que tengan un grado de empatía suficiente para poder alzar la voz por los que no la tienen.
Por eso, si se enfrentan a conversaciones como estas, les pediré reflexión al llegar a casa, que me den las respuestas que ellos consideran correctas, que hablemos de la importancia de llegar a conclusiones por uno mismo. Una vez, hice un viaje en caravana con Dani, el hijo de una amiga, y me pasé toda la semana charlando con él. El crío sólo me respondía ¿por qué? a todo lo que le decía. No me he vuelto a sentir tan consciente de las cosas que uno dice como entonces. Recuerdo una vez en el instituto en la que le lancé una pregunta a un político que vino a hablarnos: ¿por qué, si todos somos iguales, los homosexuales tienen prohibido casarse?
Olvidé su respuesta, es la mejor noticia de todas. Espero que los niños de ese centro también olviden las de Almeida. Madrid me mata.
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