La presión legal fuerza a la industria cárnica a regularizar el 81% de sus falsos cooperativistas
La Generalitat destaca la labor de la Inspección de Trabajo, mientras que algunos sindicatos lamentan que no se respeta la antigüedad de los trabajadores
La industria cárnica catalana se ha visto obligada a revisar completamente su modelo laboral, discutido por los sindicatos y cercado por la Inspección de Trabajo. Según los datos de la Generalitat, en marzo de 2018 había 32.344 personas que trabajaban en esta industria, de los cuales 9.548 lo hacían bajo el régimen de autónomos. Para poder trabajar, debían inscribirse en cooperativas que la inspección consideró fraudulentas. Actualmente, el 81% de estos falsos cooperativistas han sido regularizados. Algunos sindicatos creen que todavía queda trabajo por hacer y lamentan que no se reconozca la antigüedad a los trabajadores.
La gran regularización del sector es vista por la Generalitat como un cambio de ciclo. Lo es por la cantidad de trabajadores cuya situación laboral ha sido estabilizada: 6.202 según los datos de la Generalitat, a los que hay que sumar los 1.580 trabajadores de Grupo Jorge que fueron integrados definitivamente en la plantilla la semana pasada. En total, el 81% de los autónomos que había en marzo del año pasado han sido regularizados. Pero también es un cambio de ciclo, explican en la administración, porque después de las inspecciones laborales el sector entendió que debía regularizar a sus trabajadores y apenas litigó con la Inspección de Trabajo.
“La dinámica ha sido la de la regularización voluntaria, una vez se hicieron los requerimientos por parte de la inspección, en la mayoría de los casos las empresas lo aceptaron”, explica Josep Ginesta, secretario general de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia. Ginesta asegura que en los próximos meses las empresas continuarán regularizando contratos, y destaca que, contrariamente a los temores que tenía el sector, ni la industria ha dejado de crecer por tener que contratar a los falsos cooperativistas, ni ha tenido que despedir a personal. “Al contrario, se han mantenido los puestos de trabajo”, afirma.
El proceso para culminar este cambio del modelo productivo no fue fácil. Empezó en 2016 con las protestas y denuncias de los trabajadores de los mataderos y salas de despiece de los alrededores de Vic, apoyados por sindicatos pequeños (primero el sindicato COS y la asociación Càrnies en Lluita, y más tarde se sumaron UGT y CC OO). Los empleados revelaron que para trabajar en la industria cárnica tenían que cotizar en el régimen de autónomos y entrar en unas cooperativas en las que no tenían ni voz ni voto.
Los sindicatos denunciaron que las cooperativas eran en realidad estructuras dependientes de las empresas cárnicas, que servían para reducir los costes de personal: bajo el régimen de autónomos y a través de las cooperativas, los trabajadores se pagaban las cuotas a la Seguridad Social, el transporte y el material. Los horarios se podían alargar hasta las diez o doce horas al día, y los empleados no tenían la misma cobertura social que si estuviesen contratados en el régimen general. Por último, la empresa no tenía por qué dar vacaciones pagadas a un personal que, sobre el papel, era un socio autónomo.
Los sindicatos recuerdan además que la precariedad en el sector —con sueldos entre los 900 y los 1.100 euros al mes, a los que había que descontar los gastos de autónomos— y el hecho de que la mayoría de los trabajadores fuesen inmigrantes recién llegados, disuadían a los empleados a la hora de enfrentarse a la empresa. “Eran condiciones laborales muy débiles, cuando un cooperativista perdía el trabajo no tenía paro, e iba directamente a la red de servicios sociales”, abunda Ginesta.
Dos grandes inspecciones en febrero de 2018 y la modificación de la Ley de Cooperativas de Cataluña para identificar los fraudes fueron el pistoletazo de salida para el proceso de regulación.Pese a que los grandes sindicatos lo celebran, algunas centrales lamentan que no se ha hecho justicia con todos los trabajadores. “Los han pasado al régimen general, pero no se les respeta la antigüedad y las condiciones no han cambiado tanto”, afirma Montse Castañé, representante del sindicato COS y una de las artífices de la lucha sindical en el matadero Esfosa. Este sindicato, Càrnies en Lluita y CC OO han denunciado además que las empresas no abonan las cuotas a la Seguridad Social que tuvieron que pagar los trabajadores cuando eran cooperativistas y preparan acciones ante la justicia. La Generalitat recuerda que, al haberse hecho una regularización voluntaria, las compañías no están obligadas a la devolución de las cuotas.
Los trabajadores: “La cosa va cambiando poco a poco”
A las puertas del matadero Le Porc Gourmet, en Santa Eugènia de Berga (Osona), la actividad en agosto es menor pero no se para. En este centro, propiedad del Grupo Jorge, se matan de media 11.000 cerdos al día, unos 800 cada hora. Cataluña, con la comarca de Osona al frente, es la principal zona productora de carne de cerdo de España, con más del 40% del mercado. El negocio, en Cataluña muy enfocado a la exportación, representa el 2% del PIB, pero eso no quita que muchos trabajadores denunciasen la precariedad en los mataderos y las salas de despiece. Tras la labor de los sindicatos y la Inspección de Trabajo, muchos han pasado de autónomos a contratados. “La cosa va cambiando poco a poco, ahora todos tenemos contrato, paro, vacaciones. Pero en mi nómina sigue poniendo 1.000 euros al mes”, explica Mawi, de 49 años, que trabaja ocho horas al día en el matadero. “Estoy contenta por el contrato, ahora hago mi horario y ya está. Pero no tenemos pagas extras”, añade Beauty, una trabajadora de la limpieza en la sala de despiece. El Grupo Jorge, uno de los más importantes en el sector, llegó a amenazar con trasladar sus empresas fuera de Cataluña para sortear la Ley de Cooperativas. Sin embargo, a principios de agosto internalizó definitivamente a 1.580 falsos cooperativistas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.