Colau, como Pasqual Maragall en 2003
La mutua incompatibilidad autoimpuesta por ERC y PSC perjudica a ambas formaciones políticas, entorpece la normalización política y deja a Ernest Maragall sin posibilidad de ser alcalde de Barcelona
Parece un déjà vu, aunque ya se sabe que nunca dos situaciones políticas son idénticas. Lo que se vio en Barcelona la noche del 26 de mayo recuerda lo sucedido en 2003 cuando Pasqual Maragall perdió las elecciones al Parlament porque había conseguido menos escaños que su rival, Artur Mas, de CiU. La noche de las elecciones, entonces como hace dos semanas, quienes habían obtenido más escaños cantaron victoria y todos los demás partidos se la reconocieron, incluido el PSC. Pero, pasado aquel primer momento, con la cabeza fría y los ánimos serenados, llegó el momento de analizar los números, la aritmética electoral, y lo que se vio fue que de las urnas había surgido una mayoría absoluta parlamentaria formada por los tres partidos de la izquierda. Después de unas semanas de negociaciones, quien fue elegido presidente de la Generalitat y de su Gobierno fue el socialista Pasqual Maragall y no el nacionalista Artur Mas.
Ahora, el otro Maragall, Ernest, que aspira a la alcaldía de Barcelona al frente de la candidatura de ERC, ha cantado victoria pero, como le sucedió a Mas en las elecciones al Parlament de 2003, el independentismo no tiene mayoría en el nuevo consistorio y carece de posibles aliados. En cambio, inesperadamente, Ada Colau sí tiene una mayoría para ser reelegida, aunque no solo con votos de izquierdas. El PSC se ha ofrecido a negociar un acuerdo con los Comunes y Manuel Valls garantiza que lo apoyará, llegado el caso. Eso suma al menos 21 votos, mayoría absoluta. Y todo apunta a que el sábado Colau puede ser reelegida alcaldesa. Si lo logra, se lo merece.
Es una situación que ha pillado por sorpresa a todas las partes, incluido el partido asociado a Valls, Ciudadanos, pero para nada carente de lógica. Eso también fue así en 2003. Nadie esperaba que ERC, un partido que desde 1980 había sido fiel y sumiso aliado de la CiU de Jordi Pujol cada vez que el centroderecha nacionalista lo había requerido, optara por formar una alianza parlamentaria y de gobierno con el PSC e Iniciativa-Verds. Pero lo hizo, y así las izquierdas pusieron fin a los 23 años de dominio pujolista en la Generalitat. Ahora, nadie esperaba que Manuel Valls, un político catalano-francés inmerso en una atípica reacomodación ideológica y profesional, pusiera en valor su mediocre resultado en las elecciones municipales dando la condición de bisagra para la elección de alcalde a los escasos votos de que dispone, siempre que el PSC y Ada Colau lleguen a un acuerdo. La prioridad, para él, es que la alcaldía no recaiga en un candidato, Ernest Maragall, y un partido, Esquerra Republicana, que se han comprometido a poner al Ayuntamiento de Barcelona al servicio del soberanismo.
Lo que está haciendo Valls debe de haber removido el estómago de Inés Arrimadas, la estrella de Ciudadanos, que en 2017 ganó las elecciones al Parlament con 36 diputados y no supo qué hacer con ellos. Le saca más rendimiento Valls a tres concejales en dos semanas que el conseguido en dos años por Ciutadans en el Parlament.
El problema de Ernest Maragall y ERC en esta batalla es su autoimpuesta incompatibilidad con el PSC, fruto de su desastrosa alianza con el centroderecha nacionalista sucesor de CiU. Esa alianza lleva ya seis años dirigiendo la política catalana por un camino sin salida. Ahora se engaña tiñendo de solidaridad con sus dirigentes presos y juzgados en Madrid lo que sobre todo es empecinamiento en la inútil continuación de la batalla por el ensueño de la independencia. Esta es la excusa que Ernest Maragall agita ante Colau para rechazar la alianza que ésta le ofrece para sumar los 28 concejales obtenidos por los tres partidos de izquierda en el Ayuntamiento. Una manera de ocultar que ERC es prisionera del PDeCAT.
Si la cúpula de ERC hiciera ahora lo mismo que Valls en Barcelona, es decir, priorizar atinadamente sus objetivos, daría gratis sus votos para la investidura de Pedro Sánchez, como lo hizo hace un año para la moción de censura contra Mariano Rajoy. Y así desaparecería esa impostada incompatibilidad mutua entre el PSC y ERC que le hace perder a Maragall la preciada alcaldía que creyó tener al alcance de la mano la noche electoral. No perdería nada y de paso allanaría el camino a una futura mayoría de las izquierdas en Cataluña en vez de seguir salvándoles la papeleta a los herederos de Convergència i Unió.
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