Entre Rothko y Manolita Chen
El coreógrafo Marcos Morau, Premio Nacional de Danza, presenta 'Voronia' en los Teatros del Canal
Acaba de llegar de París. No le ha dado tiempo ni a pasar por casa. Allí se han vendido cada día las 1200 butacas del Teatro Nacional de Chaillot para ver a su compañía, La Veronal. Ahora Marcos Morau vuelve a Madrid, a los Teatros del Canal. Todavía quedan entradas disponibles para las dos únicas representaciones de ‘Voronia’. “Me gustaría muchísimo llegar a un nuevo público. El público de danza es interesante, pero hay otro que lo es tanto o más. Me encanta cuando viene gente que llega completamente limpia, desde otros ámbitos”. Sus coreografías se aplauden continuamente en todo el mundo. Entre sus próximas citas, Montreal, Luxemburgo, Brujas y Seúl.
Él no baila. “No conozco a ningún coreógrafo que no sea bailarín, lo que es verdad que me convierte en alguien particular”. De niño nunca tuvo vocación de bailarín. “En mi pueblo, Ontinyent (Valencia), curiosamente había varias escuelas de danza, pero yo no iba. Tenía una prima que hacía gimnasia rítmica y me gustaba mucho ir con ella a verla”. Un día vio un reportaje en La 2 sobre Nacho Duato y se quedó pegado a la televisión. “Le pregunté a la entrenadora de mi prima que cómo podría hacer algo parecido a lo que él hacía y me dijo que era necesario que primero supiera bailar. Me fui a una escuela para probar”. Pronto se dio cuenta que bailar no era lo suyo. “No es que no valiese para bailarín, todo lo contrario, tenía condiciones, tenía flexibilidad, tenía sentido del ritmo…”. Nunca le gustó exponerse delante del público. “Para dar lo mejor de mí no me gusta colocarme encima del escenario sino detrás". Estudió coreografía en el Conservatorio Superior de Danza de Valencia, el Institut del Teatre de Barcelona y el Movement Reserach de Nueva York. También se formó en fotografía y dramaturgia. “Necesitaba tener herramientas para poder construir mundos. Lo hago a través de la danza, pero podría ser a través del cine o de la ópera”.
Compañía atípica. En 2005 creó La Veronal junto a su amigo Pablo Gisbert, dramaturgo de la compañía. “Somos como hermanos. Somos del mismo pueblo, de la misma calle. Fuimos al mismo colegio y al mismo instituto. Tenemos un pasado totalmente en común”. Unieron sus conocimientos con los de artistas procedentes de la danza, el cine, la literatura o la fotografía y empezaron a experimentar. Actualmente forman parte de la compañía 12 bailarines y bailarinas, que tienen entre 27 y 35 años. “Son mi familia”. Trabajan juntos cuando abordan un trabajo específico. “Ellos son libres y yo también. Me tienen durante los procesos de creación y de gira. A mí me gustaría que tuviesen estabilidad, pero a mí tampoco me la da nadie, por lo que no puedo generarla en ellos. Si nos apoyaran como compañía estable nuestra carrera sería otra, pero, aprovechando la precariedad, trabajo como creador freelance, que me ha nutrido y me nutre mucho".
Lejos de casa. Marcos Morau sabe bien lo que es pasar largas temporadas lejos de casa. Continuamente le reclaman desde otras compañías que quieren piezas con su firma. Ha aceptado encargos de la Compañía Nacional de Danza de Noruega, la Norrdans de Suecia o Les Grands Ballets Canadiens. “Paso dos o tres meses en ese lugar, trabajamos intensamente, estrenamos y a otro sitio”. Un ciclo que repite una y otra vez. “A diferencia de los trabajos que hago con La Veronal, que están en constante circulación, esas piezas se quedan para ellos y hacen lo que quieren con ellas después del estreno: o volverlas a representar en otras ciudades o guardarlas en un cajón. No depende de mí”. Entre sus piezas, 'Rothko Chapel' para la Göteborg Danskompani y 'Manolita Chen' para la Beijing Dance Theater. "En China se volvían locos cuando les contaba la historia de Manolita Chen. Me gusta aproximarme a la cultura popular. Creo en el choque de imágenes, colapsar ideas aparentemente inconexas para crear nuevas imágenes".
El infierno. ‘Voronia’, que no ha dejado de girar desde hace cuatro años, es una aproximación al concepto del mal. “Sabiendo que es algo que es imposible tratar desde todos los ángulos, siendo conscientes de que un concepto inabarcable, construimos un paisaje. No damos respuestas, generamos preguntas que lanzamos como balas al espectador”. Partiendo de la idea católica de que el cielo está arriba, ubican el infierno en la cueva más profunda del mundo, la que da nombre al espectáculo, que está en Georgia. “La religión a lo largo de la Historia se ha encargado de decir qué está bien y qué está mal. Es muy importante hablar de religión para hablar del mal. Hay quien es capaz de matar por la religión. Cuestionamos los valores vinculados con el mal y la religión”. En ‘Voronia’ hay un ascensor que nunca asciende. “Usamos el escenario como posicionamiento. De alguna manera, hacemos política. Vinculamos lo que sucede con nuestro entorno, con nuestra sociedad”.
Sobrevivir al Premio Nacional. A los 30 años Marcos Morau recibió el Premio Nacional de Danza. A esa edad es poco frecuente en España que un jurado reconozca el mérito artístico con una distinción similar. “A mí me gustaría que me hubieran dado el Premio Nacional con 60 años, pero me lo dieron con 30. ¿Qué iba a hacer, rechazarlo?”. Cuando se lo dieron, como ocurre ahora, tenía más trabajo fuera de España que dentro. “Gracias al Premio Nacional giramos mucho más aquí. Había estado con La Veronal en Londres, Houston o Pekín, pero no en Vitoria, Logroño o Valladolid. Es un reconocimiento que hace que mucha más gente se interese por tu trabajo, como si fuera garantía de algo, que no lo es”. ¿Afectó a su ego? “Nada. No cambió nada en mí. Mucha gente entonces no sabía quién era ni lo que hacía y sigue siendo así”.
Causa común. “A la generación que nacimos en los 80 la crisis nos pilló mayores. Nos tuvimos que sacar las castañas del fuego”. Como tantos otros, se buscó la vida. “Empecé trabajando a taquilla, perdiendo dinero. Sé lo que es no ganar un euro y sé lo que es hacer una producción de 200.000 euros. Tengo el mapa”. Hace tiempo que puede vivir de su trabajo. “En Bélgica no sería un privilegiado, aquí sí. Ojalá el sistema fuera mejor para todos”. Quiere hacer causa común en su oficio. “Ya que somos pocos y estamos poco cuidados, creo que al menos entre nosotros debemos ayudarnos. No hay que ver al otro como a un enemigo. Si a ti te va bien, me va bien a mí. Si tú tiras del carro hoy, mañana tiraré yo”.
Mochila voluminosa. Está encantado con volver a Madrid. “Es una de mis ciudades preferidas, me gustaría venir mucho más”. Es su cuarta vez en los Teatros del Canal. Autor de ‘Siena’, ‘Islandia’ o ‘Après moi, le déluge’, tiene compromisos hasta 2022. “A veces tengo ganas de parar, de estar tranquilo en casa, pero cuando estoy tres días sin hacer nada, me subo por las paredes”. Le apasiona la pintura, el tenis, la natación sincronizada y la gimnasia rítmica, una filia desde su infancia. “Desde siempre soy bastante obsesivo con las cosas que me gustan”. Ve muchas películas. Entre sus cineastas favoritos, Hitchcock, Buñuel, Lynch o Von Trier. Lleva ortodoncia, unas zapatillas Balenciaga y una mochila voluminosa. “Está llena de ropa sucia, me voy a la lavandería ahora”, desvela. “Hace tres semanas que hice la maleta. Llevo mi casa a cuestas. Me voy a lavar, vuelvo y a seguir ensayando”.
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