El grito de Marta Pascal
El hueco dejado por CiU en el nacionalismo moderado al aliarse con ERC y la CUP ha dejado sin opción de voto al centro derecha catalán
Hace ya mucho tiempo que uno de los aspectos más incomprensibles de la política catalana es la súbita desaparición del moderantismo de centro derecha que en su día caracterizó a la antigua CiU. El deslizamiento de los ex pujolistas desde 2015 por la pendiente del todo o nada, su reiterada rendición a las exigencias maximalistas de sus rivales de ERC y CUP en encrucijadas críticas y el abandono de su protagonismo en el escenario español han creado un enorme vacío en el mismísimo centro del espectro político catalán. Allí donde estaba CiU, ahora no hay más que un hueco. Es bien sabido que en política el vacío no existe, pero el espacio que ocupaba la coalición del nacionalismo moderado creada y dirigida por Pujol no lo ha llenado nadie, ningún otro partido, ni liderazgo. El PDeCat es poco más que una sombra, un espectro que recuerda a CiU.
Así es como una creciente sensación de orfandad ha aflorado en los medios sociales de la derecha catalana en los últimos años. Nació con los primeros pasos en falso dados por Artur Mas en 2012. Creció con las absurdas apuestas de Carles Puigdemont, el vacuo “o referéndum o referéndum” que respondía al esquema psicopolítico del totorressisme que tanto daño ha hecho a Cataluña a lo largo de la historia en momentos de crisis agudas. Ha alcanzado cotas antaño inimaginables con la no-gestión de Quim Torra al frente del gobierno catalán. Inevitable consecuencia de la volatilización de un moderantismo catalanista satisfactorio para quienes lo consideraron su opción durante tres décadas es la existencia entre ellos de una mezcla de desorientación, confusión e incluso enfado. A este segmento social parece dirigirse Marta Pascal cuando critica que Carles Puigdemont se haya adueñado desde Bruselas de la dirección del partido.
La toma de posición de Pascal muestra que algo queda de aquel moderantismo. Es difícil predecir si este grito de alarma llega a tiempo. Una amenaza de escisión es siempre material explosivo en la vida de cualquier partido. Indica la existencia de serias dudas acerca de una reconducción política.
La tan cacareada pugna entre ERC y PDeCat por la hegemonía en el independentismo es, en realidad, una falsa explicación para la deriva suicida en que sigue empeñada la actual dirección de los ex pujolistas. Las reacciones en contra que ha suscitado no auguran nada bueno: los que han llevado al catalanismo al precipicio en cuyo fondo gesticula se muestran decididos a consumar su proeza. De derrota en derrota hasta el desastre final. Para el PDeCat, competir con ERC y la CUP en el terreno del radicalismo y del independentismo implica, simplemente, la desnaturalización de su proyecto.
Tan incomprensible como la desaparición del moderantismo lo es que no haya surgido ningún partido que aspire a sustituirlo. Nadie intenta llenar ese hueco. Sería ingenuo pensar que puede hacerlo la ERC de Oriol Junqueras, la que empujó a Puigdemont a tomar sus grandes decisiones erróneas. En el haber de Junqueras y ERC figuran hitos del sinsentido que han pasado a la pequeña historia como el tuit de las “155 monedas de plata” de Gabriel Rufíán y, más reciente, el rechazo en el Congreso de los Diputados de los presupuestos del gobierno de Pedro Sánchez que precipitó la convocatoria de las elecciones generales del día 28. Auténticos tiros en el propio pie disparados por genios de la pirotecnia verbal. La apuesta del republicanismo no es el moderantismo, sino una ruptura, un cambio de régimen.
Como si de un juego de espejos se tratara, la crisis catalana encumbró en diciembre de 2017 como principal fuerza de la oposición en el Parlament a un partido, Ciudadanos, nacido precisamente con la expresa voluntad de combatir al nacionalismo catalán. Cabría pensar que, con todo el catalanismo en crisis y rumiando los fracasos de sus estériles cinco años de pugna con el PP, Ciudadanos aspirara a ocupar el espacio político de un centrismo catalán. Sin embargo, sus líderes, Albert Rivera e Inés Arrimadas, han hecho justo lo contrario: se han lanzado a competir con el PP y con los extremistas de Vox para erigirse como la mejor representación del nacionalismo españolista reaccionario, recentralizador, anticatalanista y anticonstitucional en la medida en que pretende echar atrás el modelo autonómico. Quizá lo consigan, ya se verá, y eso les coloque en una posición relevante en el marco general español. Pero si es así, en Cataluña no serán nunca una opción para el moderantismo. El hueco sigue ahí.
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