Las hostias del padre Ángel
Choca leer titulares, como ese de los obispos encubridores, con asuntos conocidos desde siempre por casi todo el mundo
Once obispos españoles han encubierto casos de abusos en los últimos 40 años. Es uno de los titulares de EL PAÍS del pasado 17 de marzo. Delincuentes de alto standing con un crucificado colgado del cuello. Eso dice el Código Penal ¿no? Que el encubrimiento es delito. El obispo de Alcalá de Henares no está en la lista. A él le preocupan más los homosexuales extraños que los pedófilos internos, aunque debería dejar de poner el ojo en las pajas ajenas (o como se diga) y sacarse la viga del propio para empezar a curarse de su moral bipolar. Me sumo a la incertidumbre que manifestó el compañero Isaías Lafuente hace unos días: “Señor obispo de Alcalá: tengo muchas dudas de que la mejor forma de afrontar la homosexualidad sea meter al individuo en una sala de curas”.
Choca leer titulares, como ese de los obispos encubridores, con asuntos conocidos desde siempre por casi todo el mundo. Muchos pensarán… “Anda, mira qué bien…, ya se puede decir”. Porque saberlo, se sabía. Casi todo el mundo ha tenido noticias en algún momento de un cura que vivía con una “sobrina” y de los hijos de esa “sobrina” que se parecían tanto al tito; o han sabido de un obispo con novio o de algún niño manoseado por un tipo con alzacuellos. Tengo ejemplos ciertos de esos cuatro casos pecaminosos; uno de ellos no trascenderá de momento porque al pecador lo van a cambiar hasta de continente.
Puedo, incluso, referir una quinta modalidad de pecador vivida en propia piel: repartidor de hostias como panes. Don Ángel fue uno de los curas de Villaverde Cruce que se ocupaba de los parroquianos de aquella miserable colonia de barro. Siempre amargado porque le hubiera tocado en suerte ocuparse de toda aquella gentuza que vivíamos encajonados entre la vieja carretera de Andalucía, el arroyo inmundo que corría al costado de Boetticher y las chabolas de los quinquis. El cura Ángel, que nos obligaba a dejar de jugar para ir a besarle el anillo, me arreó un guantazo de tal calibre el 8 de junio del 69 que me tiró de la silla de enea en donde me estaba confesando el día antes de mi primera comunión. Y todo por mi negativa a enumerar pecados que se supone había cometido. Acabé confesando lo que no cometí.
No sé cómo he acabado en Villaverde si mi intención era defender a mis vecinos y vecinas de Chueca contra los obispos con ojos que no ven pajas propias (o como se diga) y quieren meter a los demás en salas de curas. Porque quien se mete con mis vecinos, se mete conmigo. Mala idea. Me cabrea mucho.
Tenéis ganado el infierno, pederastas, encubridores y sanadores de pacotilla. Pero también sabemos que no os importa, porque sabéis que no existe. Vuestra misión es que se lo crean los demás. Relapsos… que sois unos relapsos.
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