No nos tendremos asco
Todos ganaremos mucho si nos conjuramos para separar la aversión que nos inspiran las políticas defendidas por nuestros adversarios de sus personas
Es promesa humilde, pero me atrevo a rogar a todos los candidatos a las próximas elecciones municipales en Barcelona que nos la formulen a nosotros, sus electores, a ver si cunde el ejemplo. La promesa reza así: “No nos tendremos asco, ningún candidato dirá de otro que le da asco, que le repugna, que siente aversión por él o por ella, nadie hará eso”. Esta promesa no impedirá a nadie criticar las propuestas políticas de sus adversarios por inanes, caras o injustas; o censurar su pasado por oscuro, tortuoso o —aún peor— por inexistente; o negar al otro todo futuro en política. Pero, formulada que haya sido la promesa, nadie, absolutamente nadie podrá decir sin incumplirla que otra persona le da asco. Y si algún candidato lo hace sin pedir al cabo disculpas, no le voten, no lo merece, me da igual su color político, su filiación ideológica o su talento mismo. Yo no suelo recurrir al improperio, a la descalificación, mucho menos al insulto, pero alguna vez habré escrito (mil perdones) la palabra “asco” que hoy propongo proscribir dicha de las personas.
El asco es una sensación primaria, aunque tiene mucho de cultural: los niños de menos de un año no experimentan asco ni por los excrementos —se los pueden llevar a la boca ante el horror de sus padres, quienes se apresuran a enseñarles cómo se gestiona el asco—. También es, desde luego, una sensación útil, protectora, pues enseguida nos aleja de los productos en descomposición, de los muertos y sus gusanos. Pero no deberíamos decir que un ser humano vivo nos da asco, que es un asqueroso.
No será fácil, se nos puede escapar: “asco” tiene muchos sinónimos que usamos cada día, como aversión, repugnancia, náusea, arcada o aborrecimiento. Y a todos hay cosas nos dan asco, como los alimentos putrefactos. Aunque también hay muchos neuróticos, personas que no dan la mano a otras porque temen ensuciársela, madre de Dios. En todo caso podemos tratar de evitar decirnos que nos damos asco, dejar de decir que nos repugnamos recíprocamente, o que quienes no piensan, sienten o padecen como nosotros son unos asquerosos. No en esta campaña, por favor.
Recuerdo eventos deplorados de manifestaciones claramente cercanas a la manifestación de sentir asco por personas, por grupos políticos o por comunidades enteras: hace algunos años el candidato a la alcaldía de una ciudad catalana limítrofe con Barcelona hizo campaña diciendo que la limpiaría y el contexto del reclamo era movilizar al electorado contra políticas y prácticas acogedoras de gente extraña, extranjera, extraordinaria. En otra ocasión más reciente unos pocos habitantes de un pueblo cercano a Girona desinfectaron con agua, jabón y lejía el suelo que había pisado una comitiva de sus adversarios nacionales a quienes, por asociación obvia, tildaban implícitamente de sucios, de asquerosos. Ustedes lo recordarán, pero, créanme, es mucho mejor olvidarlo o, al menos, tratar de superar la noción de que yo desinfecto mi tierra porque tú la has hollado. Todos ganaremos mucho si nos conjuramos para separar la aversión que nos inspiran las políticas defendidas por nuestros adversarios de sus personas. Yo, por ejemplo, puedo discrepar de la renta ciudadana básica y automática, pues me gusta más un impuesto de la renta negativo y, sobre todo, porque se me atraganta que la renta básica se ciña a los ciudadanos: si todos los residentes, ciudadanos o no, pueden trabajar y pagar impuestos sobre sus rentas del trabajo, también deberían beneficiarse de un impuesto negativo, aunque no fueran de aquí. Naturalmente, ustedes pueden discrepar de lo anterior y mi propuesta puede que hasta les repugne, pero espero que nuestras diferencias no se diriman en el desquiciado tribunal de los ascos a las personas.
Esto que hoy les proponemos muchos comunes mortales, asqueados por el tono de algunas manifestaciones que se ven venir, ya lo escribió mucho antes y mejor que yo la gran filósofa americana Martha Nussbaum: las expresiones de asco por las personas no suelen ser buenas porque nos alejan de la humanidad, nos deshumanizan. Si llega el caso, no dejemos de pedir disculpas (Hiding from Humanity, 2004).
La inmensa mayoría de los políticos son gente cordial que dan la mano a todo el mundo y que saludan de frente, merecen mis respetos. Otro día les pediré que nunca dejen de saludarse. Pero hoy me basta con que nos prometamos que no nos tendremos asco. Empezando esta larga primavera electoral. En Barcelona, ciudad abierta a todos.
Pablo Salvador Coderch, catedrático de derecho civil de la Pompeu Fabra
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