“Antes repartía cartas a los vecinos, ahora paquetes comprados en Internet”
Víctor Mateo vela desde hace 34 años por los vecinos de su edificio, donde ha sido testigo del cambio de la ciudad
Víctor Mateo tiene 58 años y es toda una institución en la Avenida Reina Victoria, en el distrito de Tetuán. Trabaja como portero en uno de sus edificios desde hace 34 años y lo hace con la misma ilusión que el primer día. Para sus vecinos es una especie de ángel de la guarda: lo mismo cambia una bombilla que desatasca el fregadero. No hay problema que se le resista. Excepto el paso del tiempo de una ciudad a la que llegó hace medio siglo desde Badajoz. Pero no solo ha cambiado Madrid, también lo ha hecho la profesión a la que se dedica.
¿Cuál es su función?
Tengo que hacer de todo: limpiar, arreglar averías, recoger paquetes, vigilar y llamar a los especialistas cuando hacen falta. Es como dedicarse a la casa, pero a lo grande. El edificio tiene 42 viviendas, tres locales comerciales y 130 inquilinos.
¿Cómo consiguió el trabajo?
Conocía al portero anterior y me enteré de que se jubilaba. Vine a hablar con él para que contratara al padre de un amigo. Me dijo que el puesto solo sería para mí. Al principio era reacio, pero accedí. Estuve dos años trabajando sábados y domingos para aprender el oficio.
¿Se está perdiendo la figura del portero?
Ha comenzado a desaparecer porque a los jóvenes les da igual que alguien vele por su finca. La figura es más valorada por las personas mayores, que están acostumbradas a ver a alguien en la portería. Les gusta tener a dónde acudir. Ahora se lleva más la figura del conserje.
¿Cuál es la diferencia?
Los porteros estamos 24 horas disponibles, vivimos en el edificio. El conserje va y viene, tiene un horario y más libertad.
¿Se trata de un problema generacional?
Los jóvenes de hoy no quieren estar atados 24 horas. Les gusta divertirse y tener tiempo libre. No quieren estar pendientes de un problema permanentemente ni que les llamen a las cuatro de la madrugada. Sin embargo, puede ser la solución ideal al problema de la vivienda que existe en Madrid. A los porteros nos ceden gratis la casa.
Este empleo se ha relacionado históricamente con edificios habitados por familias pudientes…
Antiguamente era así. Solo los adinerados podían pagar el servicio. Era un distintivo de clase. Ahora se ha democratizado. Muchos porteros antiguos ni siquiera cobraban. Vivían de lo que les daban. Y no solo trabajaban ellos: toda su familia estaba vinculada a la portería. Se turnaban para que siempre hubiese alguien en ella.
¿Qué es lo más gratificante de su trabajo?
Que te reconozcan lo que haces, porque muchas veces pasa inadvertido. Algunos vecinos lo hacen, otros no.
¿Y lo que menos?
Cuando se muere algún vecino. Es muy doloroso. Es verdad que siempre hay casos que sientes más que otros, pero son tantos años aquí que ya todos te afectan porque son parte de tu familia.
Lo bueno es que tiene mucho tiempo libre…
No lo considero tiempo libre. A veces hay poco que hacer y te aburres, pero tienes que estar obligatoriamente. Hay que vigilar quién entra y quién sale, facilitar las cosas a los obreros y recoger cartas y paquetes.
¿Cómo lleva la proliferación del comercio electrónico?
Lo llevo bien (ríe). Han cambiado los tiempos y la gente hace sus compras por Internet. Yo recojo los paquetes y los entrego, no me importa. Es lo mismo que hacía antes con las cartas. Ahora han descendido los pedidos, pero en Navidad parecía un rey mago. Admito que a veces se hace pesado, pero a mí me entretiene porque charlo con el repartidor y luego con el vecino.
¿Ha cambiado mucho el barrio en estos años? ¿Y Madrid?
La ciudad se ha transformado a medida que lo han hecho sus barrios. Vallehermoso ha cambiado mucho. Recuerdo que donde está hoy el Canal de Isabel II todo era campo. Había un llano enorme donde aterrizaban los helicópteros. Donde se encuentra el Hotel Metropolitano, frente a las cocheras de Metro, había un cine. Y no existía el túnel: se cruzaba a través de un puente.
¿Y la gente?
Ha crecido el número de inmigrantes y de estudiantes. Antes el barrio era como un pueblo, pero ahora la mayoría de las caras resultan desconocidas. Además, antes las viviendas estaban ocupadas por sus propietarios y ahora hay muchas alquiladas.
¿Cómo ha evolucionado su profesión?
He estado 30 años abasteciendo las calderas de carbón. Tenía que encenderlas los 365 días del año, lo que requería trabajar permanentemente. Había que disponer de agua caliente siempre. Durante los cinco meses más fríos también debía ocuparme de la caldera grande, la de la calefacción. Movía cada día 400 kilos y tenía que echarlos cubo a cubo. Por suerte eso cambió en 2014. Ahora me siento liberado y puedo descansar los fines de semana.
De porteros a conserjes
La primera regulación del trabajo de portero se remonta a 1908. La persona elegida debía ser refrendada por el Gobernador civil en las capitales de provincia y por los alcaldes en el resto de ciudades. Su función era mantener la seguridad de los inmuebles, por lo que tenía carácter de agente de autoridad. Con el paso del tiempo los conserjes han ido tomando su relevo, ya que suponen un ahorro para las comunidades de vecinos. En los últimos años han proliferado las empresas que ofrecen sus servicios. Solo en la Comunidad de Madrid, la Asociación de Empleados de Fincas Urbanas, estima que existen 15.000 empleados de fincas urbanas.
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