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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las restauraciones siempre fracasan

Los cambios alteran las condiciones que hacen posible algo similar a lo que sea que se quiere restaurar. Por eso la pulsión restauradora tiene algo de necrofilia: se alimenta de un deseo por algo que ya murió.

Aznar recibe a Pujol en La Moncloa, en 1997.
Aznar recibe a Pujol en La Moncloa, en 1997.Luis Magán

Son varios los intentos de restauración política en Occidente. El Brexit estaba en buena parte impulsado por la promesa de restaurar la soberanía económica y política de la Gran Bretaña a niveles anteriores a los de la Unión Europea. La victoria de Trump era explícitamente restauradora ya en su lema de campaña: “Make America Great Again”. Algunos sostienen que, en parte, también la victoria de López Obrador en México bebe de un anhelo de restauración de la cultura política socialmente benefactora del PRI previo a su giro neoliberal de finales de los años ochenta.

También en Francia, tal y como —inquietantemente— anticipa Houllebecq en Serotonina, existe esa pulsión restauradora de la soberanía francesa previa a la Unión Europea que se expresa en la realidad a través de la protesta de los chalecos amarillos.

Las pulsiones de restauración política son cíclicas. De manera más dilatada o menos dilatada, las restauraciones siempre terminan fracasando, y no sólo por razones implacables —la flecha del tiempo, que se sepa, sólo avanza en una dirección—, sino porque los cambios sociales y políticos alteran las condiciones que hacen posible algo similar a lo que sea que se quiere restaurar. Por eso la pulsión restauradora tiene algo de necrofilia, porque se alimenta de un deseo por algo que ya murió. Ni siquiera si al final algún Brexit se hace efectivo la Gran Bretaña recuperará los niveles de soberanía economía y política pretéritos. Detroit, incluso aunque recupere vitalidad y habitantes durante la administración Trump, ya no volverá a ser la Detroit industrializada previa a la globalización. El México previo al giro neoliberal del PRI ya no volverá. Y la victoria de los chalecos amarillos —sea lo que sea una victoria en ese contexto— no devolverá el contexto socioeconómico en el que las clases medias francesas rurales adquirieron tal estatus.

El independentismo más posibilista trata de replicar la relación del nacionalismo pujolista con Madrid

En Cataluña, tras el fracaso de la vía unilateral del otoño de 2017, creo entrever en parte del independentismo una pulsión a favor de una restauración. Desde las filas del independentismo más posibilista —Junqueras y, me parece, una parte del PDeCAT— se estaría tratando de replicar sutilmente la antigua relación del nacionalismo catalán pujolista con Madrid. En aquella época Pujol tenía una relación prácticamente bilateral con Madrid que ahora mismo anhela reproducir el independentismo más sensato (más sensato en comparación con quienes aún viven enganchados a la droga del “tenim pressa” y “ho tenim a tocar”). En el Parlament Pujol gozaba de mayorías absolutas y, cuando no lo hacía, la oposición socialista contribuía a la gobernabilidad por sentido institucional, alimentado porque la búsqueda del consenso no era vista con sospechas.

Pero todo eso terminó. Las condiciones que en Cataluña posibilitaban esa suerte de relación bilateral se esfumaron: ahora en Cataluña el principal partido de la oposición fue el partido más votado en las últimas elecciones y, a diferencia de lo que ocurría en la época pujolista, no va a facilitar la gobernabilidad. En estos momentos no puede ni soñarse con la búsqueda de grandes consensos porque los pequeños consensos son en seguida enterrados al grito de traidor. Se ignora a la oposición en el Parlament, se la puentea para intentar hablar directamente con la Moncloa, como si aquélla no existiera o como si fuera irrelevante. Es cierto que la agresividad de Arrimadas en algunas sesiones parlamentarias no invita a intentar llegar a algún consenso. Pero fue la estrategia independentista, con su retórica unilateralista y el desprecio implícito por los no independentistas, la que engordó a Ciutadans. Ahora, por raro que suene, no tiene otra que entenderse con Ciutadans o, si no lo quiere como interlocutor, debe adelgazarlo para que gane peso otro interlocutor que sí esté por la vía del consenso.

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El independentismo posibilista está en una batalla contra la granja de pollos de Waterloo. Pero en conjunción con el peor de los escenarios del juicio —una condena durísima por rebelión—, el eventual fracaso, por incomparecencia de las condiciones de posibilidad, de su estrategia restauradora podría terminar redundando en beneficio de quien vive de montar pollos. La única manera de evitar esto es empezando a entenderse con Arrimadas e Iceta. Lo demás, son pollos o fantasías necrofílicas.

En términos políticos —y, en menor medida, en términos sociales—, algo se rompió en Cataluña en 2017. Sin reconocer que el problema político es, antes que nada, entre catalanes, no se podrá abordar a medio plazo el problema político entre Cataluña y España.

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