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Un respiro para jóvenes migrantes

Veinticinco adolescentes marroquíes se integran en la vida cotidiana de la localidad tarraconense de Santa Coloma de Queralt

Dos jóvenes en el Centro Sirius, donde viven 25 menores extranjeros bajo la tutela de la (DGAIA), en Santa Coloma de Queralt.
Dos jóvenes en el Centro Sirius, donde viven 25 menores extranjeros bajo la tutela de la (DGAIA), en Santa Coloma de Queralt. JOSEP LLUÍS SELLART

Es una casa grande, de colores claros y amplia fachada. Tras superar la verja, una fuente vacía, rodeada de piedras blancas y pequeños árboles, dan la bienvenida. Dentro, en uno de los salones, Rafael Engual charla animado con la decena de chicos que le rodean. A este vecino de Santa Coloma Queralt (Tarragona), le gusta pasar tres o cuatro tardes a la semana con los nuevos inquilinos del pueblo. “Me encuentro relajado con ellos y no me cuesta nada. Lo que necesitan es charlar y si puedo ser útil, perfecto”, observa este jubilado.

Un punto y seguido en sus vidas, una pausa

Algunos chicos que están en la localidad de Santa Coloma de Queralt se desplazan a menudo a casa de Anna Tarragó, bióloga y maestra jubilada. Charlan de música, ríen, pasan el rato. Diez años atrás, esta vecina ayudó a los inmigrantes marroquíes a encontrar trabajo en las fábricas. Ahora, el municipio no puede ofrecer a esta nueva generación de inmigrantes el trabajo que piden, aunque sí una mínima estabilidad, un punto y seguido en sus vidas, una pausa.

En el sótano de Tarragó un joven toca la batería, mientras otro rapea en árabe y entre las cuatro paredes retumban los sonidos del concierto improvisado.

Youseff Elegueddari tiene 17 años. Se está adaptando. Preferiría vivir en Barcelona, aunque aquí se siente acogido. “Nunca había vivido en un sitio tan frío”, afirma. Lo último, volver a Marruecos. De allí salió en patera, en un penoso viaje de 12 horas, tras pagar 1.500 euros con parte de sus ahorros y los de sus padres.

Elegueddari sueña con ser cocinero. De momento, estudia catalán, castellano y matemáticas en esta antigua casa de una orden religiosa. Es el centro Sirius, donde vive con otros 24 menores extranjeros no acompañados bajo la tutela de la Dirección General de Atención a la Infancia (DGAIA) de la Generalitat. En 2018 y hasta el 30 de noviembre llegaron a Cataluña 3.456 jóvenes, más del doble que los 1.489 de 2017.

La llegada, en octubre pasado, de 25 jóvenes extranjeros a un municipio de 2.695 habitantes no agradó a los más recelosos. Santa Coloma de Queralt pertenece a la comarca de la Conca de Barberà, y está ubicado de forma casi equidistante de Montblanc, Tàrrega, Igualada y Vilafranca del Penedès. “Aquí son los moros, no los árabes, aunque la gente ya empieza a ver que son críos normales, que no roban nada”, comenta el voluntario Engual. El alcalde, Magí Trullols, está contento. Tiene la “satisfacción” de que el pueblo “los ha aceptado” y espera que, en un futuro, puedan hacer “tareas” en el municipio y así conseguir que exista un “retorno y se vean implicados y útiles para población”.

Mohamed Beljahha tiene 16 años y quiere ser mecánico. “En Marruecos todos quieren venir a España”, dice. En la residencia para gente mayor están de cumpleaños. Beljahha sonríe tímido, mientras una mujer intenta sacarlo a bailar. En otras ocasiones han jugado al bingo con los ancianos y les han acompañado en algunos de sus paseos empujando las sillas de ruedas.

El pueblo se esfuerza en integrar a los chicos en su vida cotidiana. Salen con el grupo excursionista, juegan al fútbol y también al baloncesto. Un día a la semana juegan en la pista con el equipo local. “Están contentísimos de salir del centro una hora y desahogarse”, comenta Núria Mollarat, entrenadora de básquet femenino.

Hoy, el ambiente está enrarecido y algo triste, después que un compañero haya abandonado el centro tras cumplir la mayoría de edad. Un pequeño cambio en su rutina, cuenta su directora, Glòria Feliu, les desestabiliza. Lo nota en sus lecciones de catalán la profesora Aida Vallès, que conoce los altibajos emocionales de estos adolescentes, lejos de su hogar. “Al final, su prioridad es trabajar, tener papeles”, observa. “Necesitan enviar dinero a su casa. Lo tienen gravado a fuego en el cerebro. Parece enfermizo, pero es por lo único que se ponen nerviosos”, apunta Engual, que ayuda a los chicos a “desahogarse”.

Como el resto, Elegeddari se esperaba “cosas mejores” en España; encontrar trabajo y empezar una nueva vida con más rapidez. Los educadores aprovechan el tiempo en el que están tutelados —en ocasiones, unos meses— para que se expresen en catalán y castellano. Es fundamental para que sigan formándose y puedan acceder al mundo laboral.

“Han pasado de niños a adultos y no terminan de asimilarlo”, cuenta Engual, que les ayuda a hacer los deberes. En Navidad, recibieron por sorpresa la visita de Papa Noel y les regaló pelotas, raquetas de tenis y juegos de mesa. También gorros de lana tejidos por las jubiladas del pueblo.

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