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El discreto encanto de lo diminuto

La sala Nota 79 acogió un concierto del ciclo Club Circuit de Christina Rosenvinge

Christina Rosenvinge en el concierto en la sala Nota 79.
Christina Rosenvinge en el concierto en la sala Nota 79.Jordi Calvera

Una pareja bien vestida. Unos sesenta años. Hacen cola en la puerta de una sala. “No, la artista sólo nos suena. Conocemos la sala porque mi marido es aficionado al jazz y venimos de vez en cuando. Y como la entrada de hoy es razonable nos hemos acercado por curiosidad”. Vienen de Sant Cugat. Estamos en la calle Vallirana de Barcelona, número 79, frente a la sala Nota 79, sí, el nombre no destaca por su originalidad, y la puerta de cristal permite ver que en su interior Christina Rosenvinge hace la correspondiente prueba de sonido. Va a actuar en una sala pequeña, de unas 90 personas de capacidad. Lo hace en la programación del Club Circuit, una iniciativa de asociación de salas de conciertos de Catalunya (ASACC) que quiere volver a untar el pan de la música en la yema de esas salas poco más grandes que un huevo frito. Artistas demasiado populares actuando en salas que no pueden pagarles, menú lejos de su alcance salvo en días como este.

Nota 79 forma parte de una escuela de música contigua, Trémolo, de la que nació hace unos dos años. La sala en sí carece de camerinos, así que las aulas sirven para que los músicos se acicalen antes de las actuaciones. Posiblemente Christina no había tocado en una sala sin camerino desde los tiempos del single de vinilo. Tras la prueba de sonido vagaba por la escuela buscando su camerino, un aula de hecho, y unos lavabos. Imposible ver así a una artista grande en cualquier otra sala, vagando perdida y casi anónima. De vuelta a la sala, ya vestida para actuar, sale a escena con dos músicos, formato inusual. Y nada se oye. Es tal el silencio que el rumor de los pensamientos de su público, tan alborozado como mudo, se antoja granizo. Viene a la cabeza David Byrne, quien en su brillante Cómo funciona la música, dice que el primer instrumento de un concierto es la propia sala donde se realiza. Se oye todo, el rozar de los cables por el suelo, el sonido de la guitarra al abandonar su soporte, la respiración de un señor obeso. Christina dice un “bona nit” susurrado. Muy a tono. Comienza el concierto.

Y todo es diferente. Ella ve la cara de su público y reconoce a quienes forman parte de lo que define como “ejército de reserva”, aquellos que nunca le fallan. Uno de ellos le dice, quedamente dada la cercanía, que sólo este año la ha visto 15 veces. Sí, los músicos son psicólogos que atienden con sesiones más lúdicas. Christina, no intimidada por una cercanía que hace que todo, absolutamente todo, se vea y oiga sin filtros, se maneja en esa proximidad casi mejor que en salas más grandes o en festivales. Su fragilidad es aquí un activo que no se difumina en el ruido ambiente, algo captado por un público que apenas desenfunda el móvil, pendiente sólo de ella, de su voz, de sus historias, de su mirada, de su porte cambiando el micro de pie sin ayuda de técnicos a su servicio. Es como un local de ensayo con público. Otro mundo.

No hay grandes cambios con respecto a su repertorio de esta temporada, aunque los arreglos son diferentes y la intención acústica. Regala Tu sombra, una pieza no habitual. El poder del artista es aquí magnético, imposible mirar a otra parte que al escenario. El público está dulce y voluntariamente cautivo, no se oyen vasos, ni el estrépito del hielo, ni conversaciones, ni rozar de suelas, sólo música. Incluso cuando Christina indica al técnico de la sala cómo tiene que poner los ecos en Canción del eco, en la que ella es Narciso y sus dos músicos ninfas, -lo de un batería ninfo fue lo único extravagante de la noche-, todo se antoja natural, no forzado. Tampoco parece estrambótico que ella baje a la pista a bailar con una persona que probablemente retirará de circulación la ropa que le tocó, como si fuese una camiseta de figura del baloncesto. Y para el final la definición musical hecha por sus dos músicos, que acabado el concierto fumaban en la puerta “en salas así no está todo tan atado, hay espacio para la improvisación. Y el público escucha”. ¿Qué está pasando para que escuchar música en un concierto resulte reseñable? Si un día las salas pequeñas mueren, la música será otra cosa.

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