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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Serrat y el tiempo

No parece que en estos momentos lo que el cantante representa se refleje en los políticos adecuados. Él, que recibe el aplauso de una sociedad que, en su conjunto, aplica mucha más sensatez que sus representantes

Josep Cuní
Serrat saluda al público de Barcelona este martes.
Serrat saluda al público de Barcelona este martes.Aljandro García (efe)

El tiempo ha querido que Serrat volviera a casa a cantarle al tiempo. Ha sucedido la misma semana que la política apuraba las horas en un falso debate sobre una reunión con voluntad de alto voltaje que ha rozado el ridículo por extenuante.

El tiempo, su paso y su vigencia, su futuro inescrutable y sus huellas marcadas en nuestra crónica sentimental hacen de las canciones de Joan Manuel un poemario ineludible. Y sus mensajes a favor de aprovecharlo describen a un gran artista que ha ganado presencia y ha consagrado dimensión, que ha marcado carisma y ha interiorizado aún más sus propios versos porque sabe que el tiempo se le escapa. Se nos escapa. Quizás por eso, cuando los decenios se acumulan en nuestra tarjeta de visita, observar como algunos malgastan una divisa tan fungible indigna. Cuando no desespera.

No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, recomendaba el martes por la noche desde el escenario el noi del Poble Sec haciendo suyo el refranero mientras desgranaba sus inspiraciones mediterráneas escritas en Calella de Palafrugell allà por el setenta y uno del siglo pasado. Recuperar aquellos éxitos sin redondeo de efemérides no tiene por qué verse como un sinsentido cuando es la voluntad la que lo explica y el tiempo el que lo aconseja. En la platea, algunas fieles seguidoras esbozaban un cumpleaños feliz con el que el protagonista no quiso identificarse. Le faltan días para celebrarlo, le sobran velas para soplarlo. Porque el tiempo para el cantautor es hoy uno de sus felices aciertos y, a la vez, uno de sus bienes escasos. En la segunda parte, recuperando algunos de sus clásicos menos versionados, el espectador se daba cuenta de la visión de futuro que destilaban unas canciones quizás poco consideradas por algunos cuando las estrenó pero que, incubando sensibilidad a fuerza de perseverancia, han engrandecido más si cabe el talento del artista.

Poeta, le gritaba desde Radio Barcelona el gran Arribas Castro cuando sincronizaba sus pollos y macetas con el cancionero de Serrat. Y este se asomaba a saludar al transgresor radiofonista con mucha más frecuencia de las que le obligaban los lanzamientos de sus creaciones. Era cuando Mediterraneo ya tenía los visos de clásico y Cançó de Matinada ya era un himno. Cuando los primeros compases d'Els falziots servían de sintonía y La tieta viajaba por el mundo gracias a sus múltiples adaptaciones. Era cuando Marchado y Hernandez, Salvat Papasseit i Foix habían sido reivindicados y los deseos de amor y libertad inundaban los corazones.

Sabemos lo perjudicial que ha sido gritar que teníamos prisa, lo insensato que ha resultado reprimir aquel anhelo

El tiempo, el concepto que Mario Benedetti, amigo de Serrat, reducía a los cinco minutos que bastan para soñar una vida. Los suficientes para arruinarla. Los justos para jugar con la de los demás. Así nos han tenido de entretenidos estos días los aprendices de estadistas. Los que no se cansan de predicar y exigir el diálogo que tanto les cuesta practicar y al que tantas prevenciones ponen para iniciar. Mientras, los brujos de la tribu intentaban invocar a los espíritus más perversos y presentarnos el día de hoy como el principio del final que desean. Para ellos hablar es perder el tiempo que quieren y necesitan para hurgar en las heridas abiertas en una sociedad cansada de tanta turbulencia electoralista a costa de la negación de la diferencia por la vía de la uniformidad o la exclusión.

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No parece que en estos momentos lo que Serrat representa se refleje en los políticos adecuados. Él, que recibe el aplauso de una sociedad que, en su conjunto, aplica mucha más sensatez que sus representantes. Eso no evita que, llegado el momento, alguna de sus partes se deje llevar por la corriente de la emoción más que por la de la razón. Y siga a quienes les dictan un camino, por equivocado que sea, porque resulta más cómodo participar del gregarismo que apartarse del rebaño. Y de eso se sirven quienes potencian el populismo mientras dicen combatirlo. Pero en su conjunto, y al margen de las redes sociales, el sentido común prioriza unas relaciones mucho más pragmáticas que idílicas en una comunidad que pide y exige tiempo.

Ahora que ya sabemos lo perjudicial que ha sido gritar que teníamos prisa, lo insensato que ha resultado reprimir aquel anhelo y lo dramático que es no reconocer los errores compartidos, ahora que seguimos cayendo en la trampa de la maldita adversativa buscando así en el contrario la justificación de los propios despropósitos, ahora deberíamos ser capaces de reivindicar el tiempo. Y exigirlo a quienes se lo niegan o juegan maléficamente con él porque lo malgastaron cuando no debían y lo utilizaron como no sabían. Al contrario que Serrat.

Temps era temps. Y aquella evocación, como muchas de sus canciones, cobra vigencia por las obstinaciones de un presente que se antoja eterno. Tanto, como para perdernos el futuro.

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