“Ser enterrador es muy sacrificado; no hay festivos”
Lo más duro del oficio, explican estos enterradores, es cuando se trata de alguien joven a quien conocían
Cae la noche en el cementerio de Colmenar Viejo, rodeada de una niebla densa y una lluvia fina. Decenas de personas acuden en las jornadas previas al día de Todos los Santos. Las sepulturas exhiben los múltiples colores de las flores. Mientras, David y Raúl Peinado, de 45 y 39 años respectivamente, siguen con su trabajo de enterradores. Estos especialistas marmolistas son la cuarta generación de sepultureros, un oficio que inició hace décadas su bisabuelo. Los hermanos llevan una veintena de pueblos y hay días en las que hacen hasta seis sepelios.
¿Qué es lo más difícil de su oficio?
David: Llevamos mucho tiempo y casi estamos curados de espanto. Lo malo es cuando nos toca un niño o un joven y lo conocemos. Cuando es gente mayor, entendemos que es ley de vida. Eso sí, es un trabajo muy esclavo porque no hay domingos ni puentes ni navidades. Siempre tenemos trabajo. De hecho, jamás nos podemos ir juntos de vacaciones. Siempre se tiene que quedar alguno.
¿Cuándo empezaron a enterrar?
Raúl: Yo cuando terminé el primer curso de BUP y mi hermano cuando acabó la EGB. Ahora bien, cuando teníamos vacaciones siempre veníamos a echar una mano a mi padre, que fue el último enterrador municipal.
¿Cómo ha cambiado el oficio desde que empezaron?
David: Ahora se incinera mucho más, pero en general a las personas mayores no les gusta y siempre suelen elegir sepultura o nicho. La cremación es para gente más joven. Antes la gente nos daba propina y ahora ya no lo hacen.
¿Cuál es la situación más rara que han vivido?
Raúl: Un día nos avisó un trabajador del tanatorio de Colmenar muy asustado. Una mujer había dormido desnuda toda la noche dentro de una sepultura, pese a que esa noche había caído una helada enorme. Se había quitado la ropa y la había dejado encima de una tumba. El compañero la tiró, sin saber a quién pertenecía. Se había colado entre la uralita que la cubría y se había arañado parte del cuerpo. Luego nos enteramos que tenía problemas mentales.
¿Han tenido que parar alguna inhumación?
David: Suele ocurrir a veces que un familiar se siente mal o se desmaya por la tensión que se vive en ese momento. En esos casos, esperamos a que se recupere.
Raúl: También nos ha pasado que ha aparecido un familiar y ha dicho que en una sepultura no se entierra porque es de su propiedad. Entonces, tenemos que esperar a que lo solucionen.
¿Cuál es el entierro más llamativo que han vivido?
Raúl: El de un chico joven de origen chino. Se mató en un accidente de tráfico a la semana de haberse sacado el carné de conducir. Sus padres le habían comprado un BMW. Le estuvieron velando durante cinco o seis días y sus familiares pusieron coronas a ambos lados desde la salida del tanatorio hasta la sepultura en la que enterrado. Había decenas y decenas de coronas. Fue el más vistoso que hemos tenido.
Se supone que no tienen ningún miedo a los cementerios.
David: Para nosotros es nuestro lugar de trabajo. Muchas veces tenemos que entrar a trabajar a las cinco de la mañana para preparar las sepulturas, de noche, y no pasa absolutamente nada.
¿También les toca exhumar los cuerpos?
Raúl: Es parte de nuestro trabajo. Antiguamente lo podíamos hacer ya a los tres meses, pero ahora, salvo que haya orden judicial, hay que esperar dos años. Si están en nichos, suelen estar momificados. En la tierra, si hay humedad y están dentro de un sudario, salen más enteros.
Hay que tener mucho estómago para su trabajo.
Raúl: Estamos acostumbrados. Hace unos años tuvimos un empleado que no pudo, que tuvo que dejarlo. Le daban arcadas y vomitaba cuando sacábamos un cuerpo.
El padre falleció el 1 de noviembre
El destino hizo que el padre de David y Raúl, Mariano Peinado, muriera a los 63 años justo el 1 de noviembre de 2009, el día de Todos los Santos, tras sufrir un cáncer de pulmón. David, el hermano mayor que tuvo mayor trato con él, fue el que lo enterró: “Quería darle mi último homenaje”.
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