Contratecnologías y espacios de deseo
Me fascina leer Madrid como subcapas construidas para crear realidades paralelas
Siempre que me paso por la FNAC de Callao no puedo evitar visitar los baños de la última planta, que, hoy, se han vuelto un punto de vigilancia más que anula la circulación de las prácticas disidentes que solían tener lugar allí.
Durante un tiempo, eran un punto de cruising, un “refugio sexual improvisado” de personas cuyas disidencias sexuales eran anuladas por la ciudad. Debido a la opresión y el rechazo que sentían, se encontraron obligados a trazar redes alternativas de conexión de deseos. Para aquellos que no hayan entrado al nuevo baño del FNAC de Callao, os pongo en situación. Cuando entras, te encuentras con un guardia, múltiples cámaras de seguridad y, enfrente, puertas con bombillas que cambian de color si está ocupada (roja) o no (verde). El guardia te indica el número del baño en el que puedes entrar y aprieta un botón para que puedas acceder a él. Todos los baños están compartimentados por paredes que no dejan huecos entre cubículos.
Desde pequeño me fascinaban estas lecturas de la ciudad. Me refiero a leer Madrid como subcapas construidas para crear realidades paralelas. Como niño homosexual, encontraba refugio en los dispositivos que median entre estos mapas invisibles, a los que el artista visual y activista Felipe Rivas llama contratecnologías. Estas conectan a individuos mediante un mapa virtual, un diseño urbano que rompe con los antiguos flujos de cuerpos. Son dispositivos de mediación que facilitan al usuario el acceso a conectar con otros cuerpos disidentes. Hoy en día, esta práctica desafortunadamente se está homonormativizando y los ejemplos, que seguramente os suenan, son apps para conocer a gente como Tinder o Grindr.
Desde mi adolescencia, yo entendía la ciudad de Madrid desde las tecnologías que había en aquel entonces como elchat.com, que, junto a la red social habbohotel, eran las páginas donde más recurría para conocer a personas de mi comunidad. Estos lugares los conocías por amigos que te recomendaban secciones y habitaciones en el habbohotel a través de mensajes llenos de emoticonos de Messenger.
Viviendo en un entorno heteronormativo en el que no tenía amigos no cis heteros ni referentes, Internet y los dispositivos digitales eran la única ventana desde la que me asomaba para poder acercarme un poco más a mi realidad y mi comunidad.
Aunque nunca quedé con ninguna persona que conocía en estas páginas, me ayudaron a encontrar mi lugar y mi espacio. Todavía siento que leo y transito por la ciudad de Madrid como una red social de personas, de lugares donde puedo sentirme a gusto y seguro.
No entiendo la ciudad tanto como una masa, sino como enclaves temporales en donde, por unas horas, unos minutos, te permite relacionarte con personas afines a ti, haciendo lecturas efímeras sobre espacios normativos.
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