El menudo y la reina
Ferran Palau y Nathy Peluso se imponen en la última noche de la Mercè
Uno es bajito, de cuerpo menudo, siempre va bajo una gorra y de lejos parece un chaval. La otra es poderosa, se mueve por el escenario con atrevimiento de reina y se balancea como un bosque de posidonias. Uno abrió el BAM en la plaza Joan Corominas, donde el público no ofrecía fisuras: todos ellos bolsa blanca de tela a modo de bolso, bermudas y ropas oscuras; ellas casi lo mismo sólo que con pantalones más cortos. Allí era Ferran Palau quien cantaba. La otra lo cerró en el escenario Apolo que celebraba los 75 años de la sala, y allí la mezcla de público era total, todo el mundo rendido a Nathy Peluso con su rhythm anb blues nocturno y seductor cantado en castellano de Argentina, su tierra. La multitud, encantada de bailar en pleno Paralelo, como en los años de gloria de la avenida, se rindió en el broche dominical del BAM, un festival que, no lo olvidemos, ofrece multitud de conciertos de bandas para estimular la curiosidad por el precio que en otras fiestas mayores se paga por un solo grupo español de medio pelo. Por su parte, la Mercè, que viene a costar en contratación lo que un grupo español de primera línea, sólo uno, tuvo flamenco en la Catedral con Mayte Martín y Rosario la Tremendita, y rumba en el Moll de la Fusta, el escenario más confortable de todas las fiestas, que en la playa del Bogatell volvió a juntar a los más jóvenes con los grupos de moda, esta vez pagados por una marca que llenaría la playa de lágrimas de cerveza.
Corominas, 21 horas, aguardan los fans de Ferran Palau. La ciudad no está tan llena como el sábado y se puede pasear por las calles incluso pensando en la soledad. Hace calor, lo que aporta un tono de laxitud, cocida en la humedad que reina en el ambiente. Canta Palau sus canciones, lentas y pausadas como el imperceptible ritmo de una marea. Su música se organiza en torno al silencio, que de tanto en tanto se impone dejando suspendida la melodía. Cada vez hay más público y al final la plaza acaba llena. Es la confirmación de un talento. Se calla hasta un chaval con rastas hasta el culo y zapatillas de piscina que en lugar de ojos tiene rayas, de tan aplacada tiene la mirada por efecto de los porros que fuma. Fijo que no es su música, pero al acabar A dins dice aprobatoriamente “que guay”, lo que vendría a corresponder a cuatro frases completas aprobatorias con sus correspondiente tres yuxtapuestas. Su perra, se llama Nigga, así como haciendo amigos, le mira arrebolada. ¡Cuánta sabiduría!, debe pensar.
La calle. Es cierto que no nos debemos llevar a engaño, pero allí, en fiestas, parece que nunca el amor fue tan libre. Pasean parejas de toda índole sexual ensimismadas en su celofán de caricias y miradas. Una de ellas, dos mujeres jóvenes, están en el Raval, donde cantan los brasileños Liniker E Os Caramelows, que tienen ante sí a toda la colonia brasileña de la ciudad. Canta un hombre con aspecto y atavío de mujer, Liniker, que se mueve como una deidad de la noche bajo una mata de cabello que parece un símbolo de su poder. Hacen soul brasileño, que es como el otro pero en portugués, más mestizo y si cabe aún más carnal. Reivindican la música preta, negra, de su país. Arrasan. El público local se siente turista ante el conocimiento que los brasileños allí presentes tienen sobre lo que escuchan. Sentirse desplazado en tu propia casa puede ser excitante, una de las pocas veces en que globalización no sólo remite a multinacionales. Ah!, y lo de Linieker sí, es un homenaje a Gary Lineker.
En la Catedral todo es más comedido, aunque Rosario La Tremendita descoloca a los turistas, al menos a los que creían que el flamenco se canta con bata de lunares y unos señores sentados. Rosario es heterodoxa comenzando por su peinado Mad Max. Lleva batería y contrabajo y desea salirse de las pautas. Como más tarde Mayte Martín en la noche en la que el flamenco no fue de tablao y abrió más puertas ante la multitud en fiesta. Y siguiendo con la fiesta, ningún escenario como el del Moll de la Fusta, justo al lado del mar, con barras que ahuyentan a buena parte de los lateros y en la noche del sábado, con la rumba como bandera. Para los extranjeros sería una opción perfecta, pero pocos la localizan. Quienes lo hacen parecen envidiar con sus iradas una ciudad como Barcelona, llena de rincones donde parece imposible la infelicidad. Siempre bajo un cielo que este año no ha mostrado enfado.
Y si esos rincones no existen de natural, se construyen. Por ejemplo un escenario en el Paralelo, ahuyentando al tráfico por una noche. El ayuntamiento, meticuloso, destina allí a un urbano igualito a Ray Davies para poner su granito de arena en la fiesta musical. Nathy Peluso promete "manteca caliente” y todo el mundo piensa en lo mismo, sí. Mezcla música latina, hip-hop, rhythm and blues, jazz y soul y la multitud, ya macerada por la fiesta, se deja ir. Voz cálida, ritmos urbanos, carisma en bruto y letras en castellano e inglés prenden la última mecha de la noche y un bailarín toma el techo de un coche como pista de baile que pronto su peso abolla. Suena La sandunguera y los cubatas emergen de bolsas de plástico que los más jóvenes llevan encima como un mueble bar portátil. El domingo ya se ha convertido en lunes y en el metro un padre acarrea los globos de su hijo, que los mira orgulloso como trofeos de una noche de fiesta que ya se apaga. Se acaba durmiendo. Buen final de Mercè.
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