_
_
_
_

Basta de historia y de cuentos

Por lo visto, en Cataluña decir en público lo que uno piensa y dice en privado, es una provocación, altera la convivencia

Francesc de Carreras
Manifestación unionista del 8 de octubre en Barcelona.
Manifestación unionista del 8 de octubre en Barcelona.luis sevillano

Se dice que en Cataluña la sociedad está dividida en dos mitades de similar magnitud: los que son independentistas y los que no lo son. Ello tiene parte de verdad, pero no describe la realidad de manera exacta. Añadiría un matiz. Hay un tercer sector no cuantificado hasta ahora: el de los callados.

A estos callados los describe perfectamente en su libro El sanatorio la escritora Núria Amat: son aquellos que sin ser independentistas callan y, de hecho, asienten por miedo o por un exceso de prudencia. La influencia de estos callados ha sido esencial para que las cosas hayan llegado adonde han llegado, han resultado ser los cómplices necesarios para que los activistas de la independencia lograran en muchos momentos dar la sensación de que todos los catalanes —excepto una extravagante minoría— éramos nacionalistas.

Es un antiguo fenómeno actualmente denominado “la espiral del silencio”, debido a la amplia repercusión de la obra del mismo nombre escrita por la socióloga alemana Elisabeth Noelle Neumann. En su análisis empírico sobre diversas elecciones alemanas, la autora concluye que las opiniones individuales de cada uno están en buena parte determinadas por la opinión mayoritaria, el mainstream dominante. Es decir, las ideas que predominan en el ambiente social, especialmente las que más se difunden a través de los medios de comunicación, influyen decisivamente en las opiniones individuales ya que no es fácil discrepar de lo que se considera opinión mayoritaria. “Si todos piensan de una determinada manera —cavila el ciudadano medio— aunque yo crea lo contrario debo estar equivocado y son los demás quienes tienen razón. Por tanto, paso a opinar como los demás, no quiero distinguirme de ellos”. Una de las estrategias para alcanzar y conservar el poder consiste en formar esta espiral del silencio: acallar a los discrepantes y hacer que se escuche una sola voz.

En Cataluña, este fenómeno ha sido muy visible en las últimas décadas y se ha intensificado en los últimos años. Si se inundaban las calles del centro de Barcelona bajo lemas oficiales alusivos a la independencia era para dar la sensación de que todos los catalanes opinaban igual. Con la misma finalidad se instalaron pancartas de semejante signo en las entradas de las ciudades y pueblos catalanes o se orquestaron campañas en internet. El efecto era, en todos los casos, producir una espiral del silencio.

Esto cambió decisivamente el 8 de octubre pasado tras el golpe contra la Constitución ocurrido hoy hace un año, en el Parlamento de Cataluña, el asedio a la Consejería de Economía poco más tarde y el simulacro de referéndum del 1 de octubre. En efecto, el domingo 8 de octubre los ciudadanos, alarmados ante la desobediencia sistemática al orden constitucional por parte de las autoridades de la Generalitat, salieron a la calle sin complejos y desbordaron el centro de Barcelona. Los que por falsa prudencia mandaban callar desde hacía años, por ejemplo la dirección de los socialistas catalanes, se quedaron pasmados: ¿De dónde salía tanta gente?, ¿quiénes eran?, ¿todos eran “fachas españolistas”?, ¿también Josep Borrell, el más aplaudido? En sus filas cundió el desconcierto.

Ahora ha sucedido lo mismo con la polémica de los lazos amarillos, el símbolo acusatorio de que en España hay presos políticos. Los argumentos de los instigadores del silencio han sido patéticos: inundar de lazos amarillos los edificios institucionales —a ambos lados de la plaza de Sant Jaume, por ejemplo—, las calles, las plazas, las playas y todo tipo de espacios públicos, estaba justificado en virtud de la libertad de expresión pero quitar estos lazos era vulnerar esta libertad y, sobre todo, era una provocación que contribuía inaceptable e interesada para aumentar peligrosamente la conflictividad social.

Quienes así han opinado son, simplemente, cómplices de la espiral del silencio. Poner lazos estaba bien, quitarlos estaba mal. Pura arbitrariedad. En definitiva, como siempre, callar era lo correcto. El Defensor del Pueblo les ha dado una lección. Por lo visto, en Cataluña decir en público lo que uno piensa y dice en privado, es una provocación, altera la convivencia. Por eso hemos llegado adonde estamos: por la ineptitud o cobardía de los callados. Espero que en las próximas semanas los ciudadanos hablen, salgan de su silencio como el año pasado para decir, una vez más, con el poeta, que nosotros somos quienes somos, basta de historia y de cuentos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_