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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La estrategia de la tensión

En su batalla por el voto conservador en España, Ciudadanos fomenta una peligrosa deriva. Su campaña contra los lazos contribuye a crear las condiciones para que haya violencia

Milagros Pérez Oliva
Un cámara de televisión es increpado en una concentración convocada por Ciudadanos.
Un cámara de televisión es increpado en una concentración convocada por Ciudadanos. Marta Pérez / Efe

Muy a su pesar, el acto de protesta convocado por Ciudadanos en el Parque de la Ciutadella de Barcelona para protestar por la agresión que había sufrido en un oscuro episodio una mujer que retiraba lazos amarillos, se convirtió en una demostración meridiana de lo que realmente ocurre y de los propósitos que animan al partido naranja. La asistencia fue escasa, pero lo que allí ocurrió fue suficiente para darle la vuelta, como a un calcetín, al discurso que Rivera y Arrimadas tratan de imponer sobre lo que ocurre en Cataluña.

Los hechos, en esta ocasión, hablaron mejor y más claro que las palabras. Lejos del eslogan que blandían los convocantes — "Todos somos Lidia, por la convivencia i contra la violencia"—, lo que pretendía ser un acto de repudio a la supuesta intimidación de los independentistas se convirtió en una demostración de intolerancia y agresividad con la persecución y ataque a quien creían que era un cámara de TV3 y resultó ser de Telemadrid.

La convocatoria formaba parte de una campaña perfectamente calculada para establecer un relato de opresión en Cataluña con el que apuntalar la teoría de que existe una fractura social que está derivando en violencia. Su destinataria, sin embargo, no es la ciudadanía catalana, que tiene ocasión de comprobar por sí misma lo que ocurre, sino el resto de españoles, que en su mayoría no tiene referencias directas del clima real que se vive en Cataluña.

En su batalla electoral por la hegemonía del voto conservador en España, el partido de Rivera se está deslizando por una peligrosa deriva que no solo es políticamente irresponsable, sino éticamente condenable. La estrategia de la tensión que practica fácilmente puede convertirse en una especie de profecía autocumplida, pues contribuye a a crear las condiciones para que esa violencia se produzca.

Tanto en su discurso público como en el documento con el que ha pedido amparo al Defensor del Pueblo, Ciudadanos sostiene que existe un clima de intimidación tal en Cataluña que deja indefensos a los no independentistas. Que su libertad está amenazada. Unos días antes, Rivera había convocado a las cámaras para un acto que se convirtió en un llamamiento a la ciudadanía a quitar lazos amarillos. Van a tener trabajo, porque es previsible que tantos como quiten volverán a aparecer, si no más. Pero la colocación de lazos no es, como dicen Rivera y Arrimadas, una ocupación ilegítima del espacio público.

Es una protesta política que se expresa de esa forma. Todas las protestas tienen un componente de ocupación del espacio público. Podemos convenir que esta es especialmente invasiva, pero no deja de ser un ejercicio de libertad de expresión. También cuando Rivera acude con los dirigentes de su partido a Alella a retirar lazos está ejerciendo su derecho a expresar su opinión en el espacio público.

Pero no es lo mismo poner que quitar. Quien pone lazos, expresa una opinión, en este caso su protesta por el hecho de que dirigentes independentistas hayan sido procesados y enviados a prisión en un proceso judicial que no solo los independentistas cuestionan. Hasta 120 catedráticos de Derecho Penal españoles, ajenos al independentismo, consideran que no existe fundamento para la acusación de rebelión y hay que recordar que esta calificación es la base sobre la que se sustenta la prisión provisional y la inhabilitación política de los principales dirigentes del soberanismo. Colgar lazos amarillos, por mucho que moleste, no deja de ser una respuesta pacífica y prudente.

Quienes quitan los lazos también están ejerciendo su libertad, pero hacen algo más que expresar una opinión. Están impidiendo que otros expresen la suya. Y mientras lo hacen, propugnan además cambios legislativos para restringir la libertad de todos en el espacio público. Hablan de regular, pero ya sabemos que cuando desde el pensamiento conservador se utiliza la palabra regular en relación a la libertad, lo que se quiere decir es restringir.

Si en lugar de arrancar los lazos se limitaran a poner el suyo de otro color estaríamos dentro de los márgenes de una interpretación de la libertad de expresión respetuosa con el adversario político. Pero no. La propia escenografía delata el trasfondo ideológico de esta campaña. Cuando van a quitar lazos, Rivera y Arrimadas van a “limpiar” el espacio público de algo indeseable.

En La Bisbal pudimos ver un destilado muy explícito de esta misma escenografía: un comando de 80 personas encapuchadas para no ser reconocidas, vestidas con monos de intervención en catástrofes y armadas con cúteres, se desplegaron por la ciudad para limpiarla de cuantos lazos encontraran a su paso. El comando era el mensaje.

No es así como se contribuye al diálogo y la convivencia. La estrategia de la tensión es siempre muy peligrosa. Se empieza por los símbolos pero con frecuencia se sigue con las personas.

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