“Vivo gracias a Barcelona y debía devolverle lo que me da”
Cesc García, taxista, organizó las carreras gratuitas y acudió a las Rondas a repartir comida y bebida
“Recuerdo a una pareja holandesa con dos niños, que estaban dormidos. Los llevé desde el hospital de Sant Pau a Cerdanyola donde estaban alojados en casa de unos amigos. Creo que habían visto el atentado y sufrido una crisis de ansiedad. No me dijeron nada en toda la carrera. Pero es que tampoco hablaron entre ellos. Conduje como si fuera solo. Pasó lo mismo en todas las demás. Sobre todo me acuerdo de la madre y su mirada perdida. Y esos silencios tan densos y que dicen tanto. Cuando salieron del taxi, me dieron un abrazo. Fue suficiente.
La medalla que la asociación Élite no recogió
Cesc García (Barcelona, 1970), de la asociación de taxistas Élite, organizó las carreras gratuitas para trasladar a los turistas. El Ayuntamiento rindió en septiembre un homenaje en el Auditori a los voluntarios pero Élite no asistió. “No necesitábamos medallas. No las buscábamos. El reconocimiento nos lo dio la gente. Es suficiente. No lo olvidaremos en la vida”, dice. Fueron, eso sí, cuatro taxistas a título individual representado al sector.
No sé cuántas carreras hice. Muchas. Era mi día de fiesta y estaba con mi familia en el camping en Caldes de Montbui. Me iba a la piscina con mi hija Carla. Y me avisaron de Élite, mi asociación, del atentado. 'Ves tú. Me tengo que ir', le dije a ella. Fui a la caravana, cogí el chaleco, mi Opel Zafira y me marché. Mi familia, al principio, —“¡Estás loco!”— no lo entendió. Y contesté: 'Mi familia está bien ¿no? Tengo que estar con mi gente, que también me necesita'. En Élite hacemos cosas solidarias. Me hice de la asociación cuando vi que compañeros perdían cinco horas al día para luchar por 13.000 familias y acabar con la mala praxis. Como el Uber, por ejemplo. Siempre he querido que el taxi sea algo más que trasladar a personas. Y aquí sigo.
“La obsesión era hacer las carreras deprisa para sacar a la gente de allí y volver otra vez"
No hubo ni debate sobre si teníamos o no que cobrar. Se dio por hecho. Siempre he creído que vivo gracias a Barcelona y debía devolverle lo que me da. Y en media hora llegué y ayudé a organizar tres puntos de salida: en Gran Vía con Rambla Catalunya; en Colón y en Urquinaona. Las colas eran largas. El centro estaba cerrado y nos movilizamos 200 taxis que llevamos a gente a paradas de Metro o de bus que funcionaban. La mayoría eran turistas y estaban perdidos. Estaban como atrapados llorando y con ansiedad. No sabían qué pasaba. La obsesión era hacer las carreras deprisa para volver a hacer más. La Urbana nos dio directrices sobre los itinerarios más rápidos.
Pasadas las 21.00, cuando algún listo quiso ir gratis a un restaurante, fuimos a los hospitales a recoger heridos. Al volver de Cerdanyola, un compañero alertó de que había muchos conductores atrapados desde hacía horas en las Rondas por la operación Jaula. Unos 20 taxistas fuimos a colmados de paquistaníes a por comida. Yo compré en la gasolinera de la plaza Karl Marx agua, galletas y fruta. Los vecinos hicieron igual. Cuando los conductores nos vieron dio la sensación de que llegaban los Reyes Magos.
“Llevé fruta, agua y galletas a la Ronda; nos recibieron como los Reyes Magos”
Llegué a casa a las 4.00. Estaba solo y fue duro. La casualidad quiso que la primera carrera del viernes fuera igual: un turista herido que salía del Sant Pau y que llevé al hotel en el centro. Tampoco habló. A las 12.00, hice el programa de radio El Avispero, que emitimos los viernes en la emisora RKB. Fue difícil: puse El cant dels ocells y la canción Barcelona de Freddie Mercury y Montserrat Caballé. Una compañera llamó llorando. En la editorial dije a los terroristas: 'No representáis al islam ni a los musulmanes. El mundo árabe no es así'.
El homenaje en La Rambla fue muy intenso. La gente no paró de aplaudir. Hubo una conexión entre la ciudad y el taxi que no había existido"
El sábado celebramos el homenaje a las víctimas subiendo y bajando en caravana por la Rambla. Repartí lazos negros y lo organizamos. A la altura de La Boquería, miré atrás y vi a muchos compañeros con lágrimas. Iban a ser 200 coches y fueron muchos más. La gente no paró de aplaudir. Fue muy intenso y el mejor reconocimiento: hubo una conexión entre la ciudad y el taxi que no había existido. No pude ni escuchar la lectura del manifiesto. Me hundí. Guardo de ese momento esta foto en el móvil en la que estoy de espaldas abrazado a un taxista marroquí de la asociación Ange. Es de las que más me gusta. No vi el atentado pero guardo las sensaciones y no sé cómo viviré el aniversario. Pero si sé que para mí Barcelona es la mejor ciudad del mundo —“¿Hay otra en la que el mismo bus te lleve de la montaña al mar?”— y está otra vez llena de turistas. Matar es muy fácil pero no, No tenim por. Nuestro único miedo es fallar a nuestra gente. A nada más”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.