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Rock / Lenny Kravitz
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Decibelios para recuperar la fe

El neoyorquino ha perdido audiencia pero no pegada, y su exhibición sónica en el WiZink fue una apuesta de futuro por el rock clásico

El concierto de Lenny Kravitz de este miércoles en el WiZink Center de Madrid.
El concierto de Lenny Kravitz de este miércoles en el WiZink Center de Madrid.KIKE PARA (EL PAÍS)

Reconozcámoslo: los tres primeros discos de Lenny Kravitz nos volaron la cabeza. Justificadamente. Ahora quizá no los veamos tan deslumbrantes, y sobre todo reparamos en que les ha caído un cuarto de siglo encima y su firmante, un puñado de álbumes después, no ha atinado a perpetuar su propia leyenda. Está por ver si Raise vibration, el álbum que publica en septiembre y algunos de cuyos contenidos nos adelantó anoche en el WiZink Center, sirve como un revulsivo tan merecido como anhelado. Pinta a rearme, a golpe en la mesa de un musicazo clásico pero en edad absolutamente fértil (54 años) como para seguir rubricando páginas relevantes. Ojalá lo consiga, porque la fe nunca es ilimitada: las 5.500 almas que caldearon la velada eran justo la mitad de cuantas acudieron a la cita con el neoyorquino, en el mismo recinto, solo tres veranos atrás.

Kravitz ejerció la fiereza escénica con parecido ardor del que recordábamos de la visita pasada, lo que le honra. Por lo pronto, el bueno de Leonard Albert es un rockero negro de la escuela de Hendrix y cuida el sonido como si se tratara de un tesoro ancestral: desde el arranque con Fly away, indisimulado aquí-estoy-yo con toda la musculatura en tensión, la banda se expresó con una contundencia espesa, densa, saturada, fabulosa. Es difícil sonar con tanto decibelio y grosor, mover a la excitación ya desde las mismas vibraciones en la boca del estómago.

Porque Lenny profesa el credo de la música en directo, bendito sea, y no seremos nosotros los que ejerzamos aquí de apóstatas. Los avances del nuevo álbum, It’s enough o Low, son misiles de soul-rock impepinable, sudor tórrido con acompañamiento de trío de metales. Aunque empalidecieran ante la lectura posterior de It ain’t over ‘til it’s over, tema ya inmortal y enriquecido ahora con una introducción que Prince habría bendecido en los tiempos de Purple rain.

Poco amante de las piruetas, Kravitz ofrece una iluminación excelente, prescinde de pantallas gigantes, pasillos, escenarios secundarios y demás virguerías, e invita a establecer un contacto visual directo, sin intermediarios. El aquí y el ahora. En ausencia eterna del mencionado Prince, ningún artista del sector puede brindar un ramillete de piezas como I belong to you, Always on the run (lo más cerca que podremos estar hoy de Led Zeppelin) o las más sofisticadas Can’t get you off my mind y Believe, exquisitos tiempos medios donde el rockero de pelo ensortijado demuestra que también hay un huequito en su corazón para las hierbas campestres.

Todas las referencias son añejas porque el hombre de las gafas oscuras tiene claro que prefiere las esencias de la melena y el pantalón de campana a las paparruchas del autotune y demás mentirijillas de laboratorio. Lo más moderno es la divertida incursión discotequera de The chamber (¿un encuentro entre Queen y Blondie?), pero en el resto de la noche prevalece el, llamémoslo así, “espíritu Woodstock”. El que de alguna manera empuja a Lenny a recordarnos que “cada día de la vida es una bendición” y sugerirnos que no dejemos de “generar amor y buenas vibraciones”. “El diablo del mundo no se toma descanso, así que debemos amarnos y ser ejemplos vivientes”, predicó el amigo Kravitz. Si todo ello viene acompañado por el inolvidable riff de Are you gonna go my way, con el que concluyó la noche, puede servir como evangelio con el que recuperar la fe. Qué menos que un poquito.

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