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Pop / Daniel McGeever
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un clásico, un perfecto desconocido

El cantautor escocés debuta en Madrid en ‘petit comité’ con un repertorio tan brillante que recuerda al mejor McCartney

Daniel McGeever (a la derecha), ayer, en el Café Berlín de Madrid.
Daniel McGeever (a la derecha), ayer, en el Café Berlín de Madrid. F. N.

¿Cuántas canciones hermosas pueden nacer a lo largo de un año? Imposible afinar con una respuesta científica, pero nos encontramos ya en condiciones de formular una primera acotación: un significativo porcentaje de ellas provienen de Escocia. Lo comprobamos solo cuatro días atrás con el regreso de Travis, banda en tiempos popularísima, y lo refrendamos anoche en el Café Berlín con un perfil muy diferenciado, el del solista y debutante Daniel McGeever, un misterio (por ahora) en el circuito al que bastaría con atender mínimamente para agregar a nuestras listas de debilidades.

McGeever proviene de Edimburgo y es la estampa misma del hombre de la calle, con los vaqueros deshilachados y la media melena como un antiguo integrante del grupo 10cc. Podríamos cruzárnoslo como músico callejero y no reparar en su presencia, y sería una grave pérdida. Porque el autor de Cross the water, su primer álbum en solitario, acredita una facilidad pasmosa para la canción fabulosamente enriquecida. Esa que dinamita la vieja y acomodaticia teoría de que con tres acordes basta para resolver la papeleta.

McGeever demostró una valía enorme durante 35 minutos en solitario, con temas propios y de su banda (The Wellgreen), antes de llamar a sus cuatro aliados para exhibir el nuevo álbum, íntegro y en orden. Y la plasmación fue fascinante, ya desde la inaugural Julia. Tan rica, exuberante e impredecible como el McCartney de 1970 (y más si luego llega un tema titulado Roses for Rita), aunque la memoria auditiva también nos podía llevar hasta Andrew Gold o Colin Blunstone.

Si añadimos que el timbre —tierno, agudo y siempre propenso al falsete— recuerda al mismísimo Gary Louris, y a veces también las progresiones armónicas (MMXIII), solo podremos advertir de que la tanda resultó una preciosidad. Paradojas: he aquí un hombre que podría, y hasta debería, erigirse en artista clásico aunque por ahora se quede en perfecto desconocido.

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