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CRÍTICA | Pop
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Travis: Un bendito anacronismo

El cuarteto de Glasgow demuestra la plena vigencia del viejo ‘The Man Who’, su álbum más célebre

Travis.
Travis.

Avisémoslo desde el principio, para aminorar el impacto de un reencuentro demorado largo tiempo. A Fran Healy, el lánguido cantante de Travis, se le ha despejado la frente y apura su demediado tejido capilar recogiéndose el pelo en una pequeña coleta en la nuca. Pero como la edad no solo depende del cómputo de primaveras sino de la lozanía neuronal, se nos plantificó ayer en La Riviera luciendo canillas con su faldita escocesa. Porque, ahora que la frase ha vuelto a ponerse de moda, sí se puede.

El tiempo es guillotina cruel, pero también parámetro relativo. Casi todo envejece, empezando por cuantos coincidimos en este camino hacia la nada. Sin embargo, algunas de nuestras criaturas intangibles gozan del beneficio de lo imperecedero. A las nueve y cuarto, cuando le tocó el turno a Driftwood y 2.000 personas se desgañitaban con quizá la última gran canción del siglo XX, pareció evidente que esos humildes tablones de madera seguirán surcando los ríos cuando ya no quede ni rastro de nosotros.

El melómano se sabe mayor al descubrir que discos en apariencia muy recientes van camino de cumplir 20 años. Muchos de los que abarrotaban anoche la sala pensarían que The Man Who, el segundo álbum de Travis y su pasaporte hacia el Olimpo, se publicó como quien dice antes de ayer. ¿Cómo no recordar la primera vez que escuchamos Turn, si aun sin conocerla ya entraban ganas de corearla a voz en cuello? Pues bien, The Man Who, que sonó de cabo a rabo, se remonta a 1999. Aunque cueste, y hasta duela, creerlo. Y nos retrotrajo a aquel mundo finisecular sin tuiteros ni influencers, aquella era cándida previa al 11-S y, no digamos, a la posverdad. Una antigualla todo.

El hecho mismo de recuperar una obra en su integridad, bien pensado, ya tiene algo de extemporáneo. Reivindica un discurso de largo recorrido ahora que nos entra la ansiedad a partir del tercer minuto de cualquier cosa. Recuerda que los cedés eran tesoros preciados y no un pedazo de plástico para el que no hay hueco en ninguna estantería. Pero ayer reparamos en que aquel trabajo ya no es de 1999, sino que coloca su contador a cero con cada nueva escucha. Porque la melancolía como revulsivo (Why Does It Always Rain On Me?) o la belleza extática (Slide Show) no pierden vigencia. Son, en todo caso, un bendito anacronismo.

La segunda mitad de la noche correspondió a otros álbumes, aunque sin escalas en el más reciente (Everything At Once, 2016). Porque no hay que prestarle tanta atención a la línea del tiempo. El cuarteto de Glasgow, quinteto en escena, no juega en la liga de las urgencias. Con Where You Stand o Flowers In The Window en el argumentario, ellos permanecerán siempre jóvenes.

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