Angel Olsen: Oraciones en la penumbra
La cantautora estadounidense llenó en completa soledad el teatro Calderón pese a sus no pocas carencias
Hay algo de escurridizo en el talante de Angel Olsen, una mujer que no tiene prefijado el repertorio sino que lo va eligiendo sobre la marcha, igual que ha ido variando su residencia como si tampoco deseara catalogaciones en el capítulo geográfico: se crió en Missouri, afianzó su trayectoria en el circuito de Chicago y su remite apunta ahora hacia Carolina del Norte. Lo cierto es que ya a nadie en el circuito independiente le pasa inadvertido su nombre, y eso que la exposición a su música no es la más cómoda de las experiencias: canciones áridas, temática dolorida, voz pesarosa. Y nada que supere las 50 pulsaciones por minuto en el metrónomo, casi como si en vez de un concierto de música popular se sucedieran las oraciones compungidas.
Olsen es rara avis en todos los frentes, pero le funciona. Si hace tres años la teníamos junto a tres músicos en una pequeña sala, Charada, anoche fue capaz de casi llenar en completa soledad un teatro importante y solemne como el Calderón. La desnudez de un concierto solista suele resultar algo incómoda, pero más aún en el caso de una mujer cuya escasa pericia instrumental es evidente. El compromiso emocional, la empatía y esa voz como de nueva Loretta Lynn compensan las carencias. Y eso que no son pocas.
Olsen se refugia entre la humareda y una iluminación entre parca y abiertamente tenebrosa
En la canción inaugural de la noche ya habían salido a relucir los primeros corazones ensangrentados, esos que le han servido para completar tantas páginas. Olsen se refugia entre la humareda y una iluminación entre parca y abiertamente tenebrosa, por aquello de acentuar los temblores, la pesadumbre. Y de incrementar el impacto de esta monótona colección de oraciones en la penumbra.
Como contrapunto, la oficiante exhibe buen humor y ganas de comunicarse con la platea, que reaccionó con entusiasmo. Angel se explayó con sueños surrealistas o sesiones de escritura a las cuatro de la mañana, cuando pensaba: “Seguiré pobre, pero rica de corazón”. Arquetípico pero entrañable. En cambio, eso de preguntar al público dónde probar la mejor paella de la ciudad no parecía la más excitante de las conversaciones.
Llegaron Some things cosmic, con sus preciosas notas inesperadamente agudas del estribillo; o el dramón breve y fulminante de Unfucktheworld, pieza de brutal desapego como salvavidas frente a una ruptura. Pero muchas canciones parecieron de simpleza algo irritante, como de primero de curso por correspondencia. Por no hablar de esos ritmos mortecinos, concebidos desde la más áspera de las parsimonias. No, no era día para acompañar o retener tarareos. Al contrario, Angel se recrea en su propia pausa, en su homilía. Quizá todo fuera una metáfora de su y de nuestro desasosiego.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.