Tierno Maestro
El autor rinde homenaje a Enrique Tierno Galván en el centenario de su nacimiento
El Viejo Profesor o Maestro Tierno Galván se llamó Enrique, nació en el año 18 y murió en el 86 del siglo pasado, fue traductor de Ludwig Wittgenstein y de Edmund Burke, él mismo autor de más de una veintena de títulos luminosos, ensayista lúcido y académico de cepa. Doctor en Derecho y catedrático, republicano durante la Guerra y antifranquista de toda la vida, sociólogo de bibliografía y práctica… y alcalde de Madrid entre 1979 y 1986.
Al morir el Maestro Tierno fue despedido por una inmarcesible ola de deudos, ciudadanos agradecidos, madrileños de nacimiento o adopción, gatos-gatos o recién llegados que inundaron Cibeles para darle el último adiós al Tierno Maestro que bailó schotis bajo la sombra de la estatua de Agustín Lara en Lavapiés y que sonreía discretamente como el vecino incómodo que advierte a los demás el delicado civismo de no convertir las vías públicas en basureros o retretes, el sereno de chubasquero que se acercó a las inmediaciones de un bombazo para aliviar a los heridos y el político en pro del prójimo aunque no fue necesariamente próximo. En bandos soberbiamente redactados por él mismo, que se leen como pliegos de una calma medieval o remansos de un pueblo que por mucho que crezca no deja de ser villa del oso y del madroño, Tierno Galván conminaba al respeto irrestricto por la siesta que merece todo trasnochado y el silencio que debe imponerse a la pedorrera de las motonetas.
Ajeno a la escoria de la corrupción que ha mancillado el paisaje de Madrid, Enrique Tierno Galván era hombre de reflexión en práctica y carisma al servicio de la función pública con las manos limpias, al amanecer España entera de los tiempos grises y en la agitada movida de una recargada psicodelia incansable. Su maqueta de Madrid izó el scalextric de Atocha hoy convertido en túnel y promovió hablar con las estrellas con la creación del Planetario y limpió las aguas residuales del Madrid de su entonces y reedificó en viviendas habitables las chabolas que poblaban Usera, Villaverde y Vallecas. Era irónico y literato, funcionario funcional y auténtico servidor público, pero sobre todo: hijo enamorado de Madrid, como un Sol radiante que quema en la alcantarilla la descarada falsedad del maquillaje robado, de la Maestría inexistente, de la crema restiradora del ego y de la mentira que parece disolverse en el olvido, hoy que nadie olvida al Tierno Maestro que cumpliría por estos días sus primeros cien años ejemplares.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.