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CRÍTICA | ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Franz Ferdinand: Un cargamento de dinamita

La banda escocesa despliega en La Riviera ante 2.000 personas su incontestable y solvente energía

Actuación de Franz Ferdinand este sábado.
Actuación de Franz Ferdinand este sábado.INMA FLORES

Franz Ferdinand son una garantía. O un espectáculo. O una garantía de espectáculo. Habíamos visto ya a los escoceses reinando en la última edición del Festival DCode, apenas seis meses atrás en la explanada de Ciudad Universitaria, pero la cita de anoche en La Riviera era más propia y exclusiva. Ellos y nosotros. Sin furgonetas de comistrajos, césped en el que despanzurrarse ni escenarios laterales. Y estos tipos bien merecen una atención preferente. Suman a estas alturas cinco discos (o seis, si contamos el proyecto FFS), todos razonablemente buenos. Pero en directo son otra cosa. Encima de las tablas, y ayer lo corroboramos, los archiduques británicos equivalen a un cargamento de dinamita. Así tengan 2.000 almas enfrente, como era el caso, o haya que sumar o restar ceros en la fórmula.

Luces blancas, azuladas y carmesí en el escenario, convertido en una alborotada exaltación discotequera. Ruido blanco en la pantalla gigante, símbolo acaso del desasosiego en esta era de ese progreso que nos enreda por mucho que pretendamos desasirnos. Y un Alex Kapranos, jefe de todo este inmenso cotarro, erigido en dandi acaparador de miradas, en devoto del arte de la seducción desde la proa disparada de su flequillo rubio platino. Americana negra, camisa blanca, lacito al cuello: casi un jefe de pista. Y piernas muy largas para lanzar patadas al aire en todas las direcciones; porque lo importante, con estos cinco caballeros enfrente, es saltar. Llegaron Alex Kapranos y los suyos con el flamante refuerzo de un nuevo disco, Always ascending, y una fe superlativa en este argumentario de estreno. Acumulan los Ferdinand una avalancha de éxitos (y algún que otro exitazo) a lo largo de sus 14 años de vida, pero muchos quedaron esta vez orillados para dar cabida a 8 de las 10 composiciones de la reciente criatura. Empezando por el tema titular, que arranca con un par de minutos introductorios de crescendo casi místico hasta desembocar en la orgía bailonga de casi todo el nuevo cancionero. Una estupenda excusa para la teatralidad que encierra, de paso, un desarrollo armónico delicioso, en el que nunca resulta fácil predecir los acontecimientos.

Es curioso que Always ascending haya suscitado en medio mundo una acentuada división de opiniones entre quienes lo han encontrado poco impactante o escaso de inspiración y los que entienden que el grupo aún logra sorprender y se ha rearmado como nunca. En el cara a cara con el público es más fácil abonar la segunda hipótesis. Seguramente la producción de Philippe Zdar (el mismo hombre tras la mesa de Phoenix) imprima un aire más despendolado al conjunto, una excusa para el petardeo. Pero hay quien creyó notar incluso el influjo de Duran Duran en Paper cages. Y es muy tentador rescatar el recuerdo de Eurythmics y hasta Yazoo en la irresistible Feel the love go: puro veneno ochentero para descocarse el sábado noche.

Clásicos incontestables

Evidentemente, las eclosiones de euforia quedan reservadas para los clásicos más incontestables. Es imposible mantener el sosiego si suenan de un tirón, como fue el caso, Do you want to y Michael, ejemplos vitamínicos de ese post-punk vivísimo con el que han hecho fortuna estos hijos predilectos de la eterna Glasgow, esa fábrica mundial para el pop de ensueño. O Illumination y Ulysses, que se sucedieron justo antes de los bises. En contraste, The Academy award (también del último álbum) es el único momento de sosiego en toda la velada, con toda esa carga de belleza lánguida de la que Scott Walker se sentiría orgullosísimo.

Se guardaron aún Alex y los suyos cuatro andanadas para las propinas: dos perlas del nuevo álbum y dos previas, para conservar la proporción. Franz Ferdinand no son una revolución, pero sí una delicia. Y, más allá de la diversión (mucha), aportan cambios de ritmo mortíferos, tres segundas voces estupendas, una armadura minuciosa a la hora de estructurar las piezas. Pueden cantarnos casi al final Lazy boy, que parece la hermana pequeña de Take me out. Pero aquí no hay atisbo de pereza. Estos alborotadores conocen bien la munición que se traen entre manos.

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