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Un conductor de Uber entre bocinazos: “Aquí cabemos todos”

En el primer día de la vuelta de la empresa estadounidense a Barcelona, la tensión en las calles augura nuevas movilizaciones de los taxistas

Josep Catà
Jaime, conductor de UBER, durante un servicio por las calles de Barcelona.
Jaime, conductor de UBER, durante un servicio por las calles de Barcelona.Carles Ribas

Un brillante y nuevo Skoda Superb negro sube por la Via Laietana de Barcelona, el día que Uber empieza a operar en la capital catalana después de tres años de veto por parte de la justicia. El conductor, Jaime, tiene que parar un momento en el carril de bus y taxi para recoger a un cliente con el que ha quedado mediante el móvil. Pone las luces de advertencia, pero un taxi por delante y uno por detrás hacen lo posible para cerrarle el paso. Al final todo queda en unos cuantos bocinazos, aunque el momento de tensión da cuenta de la hostilidad con la que los taxistas barceloneses reciben a un viejo conocido: fue la presión de los taxis y de la justicia la que hizo que, en 2014, Uber dejase de operar en España, tras haber empezado solo unos meses antes. Ahora, después de haber sorteado los problemas legales, la aplicación vuelve a Barcelona con la marca UberX y con 120 coches con licencia VTC.

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El recorrido es parecido, pero la percepción de la realidad es muy distinta: de la Barceloneta a la Zona Franca en taxi, y de la Zona Franca a la plaza de Catalunya en Uber. El taxista lamenta que este es "el principio del fin", mientras que el conductor de Uber, entre bocinazos, cree que "hay que tener paciencia, aquí cabemos todos". El primero se para fácilmente levantando la mano, a la manera tradicional. Para el segundo es necesario tener la aplicación UberX en el móvil, crear una cuenta e introducir los datos bancarios. Una vez hecho esto, en la pantalla aparece la localización en directo del coche que se ha contratado, y el pago, pactado previamente, es automático.

"Se ha acabado el monopolio", lamenta Jesús, el taxista de la primera parte del viaje. "Yo creo que si se regula y no entran más coches, podremos comer todos, pero si llegan más coches de Uber y Cabify esto se ha acabado", asegura mientras señala el taxímetro. La carrera en taxi cuesta 11 euros. Como reclamo, Uber asegura que proporciona un 15% de ahorro en los trayectos habituales. "Normal, a mí me cuesta la licencia 140.000 euros, no puedo bajar los precios", dice el taxista, que lleva en el negocio desde hace seis años.

Jaime, el conductor de Uber -vestido con chaleco y corbata en un coche que huele a nuevo- es un asalariado de la empresa norteamericana, que es la que tiene las 120 licencias VTC en Barcelona. Este conductor había sido un gerente de ventas de una multinacional sueca, y tras quedarse sin trabajo por la crisis, y a pocos años de la jubilación, Jaime decidió dedicarse al oficio de chófer. Primero con Cabify y, desde hoy, con Uber. El salario es el mismo, entre 1.200 y 1.800 euros al mes.

La hostilidad de los taxistas con la que se encuentra Jaime en las calles, a pesar de todo, no le saca de sus casillas. "Yo les dejo pasar, respeto su espacio", explica: los Uber no pueden captar clientes por la calle ni pueden circular por los carriles de bus y taxi. En alguna ocasión, a Jaime se le han puesto delante, detrás y a los lados para obligarlo a ir lento. "Paciencia", receta este conductor. "Yo puedo entender que estén preocupados, que quieran defender lo suyo, pero las formas como lo hacen no son admisibles", afirma, sobre las protestas de los taxistas.

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Y la tensión está en el aire: "Bienvenidos al infierno" fue el mensaje con el que Elite Taxi, la asociación que más peso ha tenido en los últimos meses de protestas del sector del taxi, recibió la noticia de que Uber volvía a Barcelona. La compañía estadounidense, tras el veto en España a finales de 2014, ya había retomado su actividad en Madrid en 2016 con la aplicación UberX, pero ha esperado dos años más para volver a Barcelona. Es una de las ciudades más cotizadas para el transporte privado, pero también es uno de los lugares donde la presión sobre la liberalización del transporte es más importante. No solo la presión que ejercen los taxis en el día a día y en las calles, sino también la institucional. A finales de 2017, el Área Metropolitana de Barcelona anunció que, para conducir un coche de una empresa de transporte privado, sería necesaria una licencia adicional además de la VTC.

En el Área Metropolitana de Barcelona hay 10.522 licencias de taxi y 799 licencias VTC. Con la llegada de Uber, se le suman 120 VTC correspondientes a los coches que tiene la empresa. Esta circunstancia empieza a poner en alerta a los taxistas, que recuerdan que la ley de Transporte estipula una proporción de 30 licencias de taxi por cada VTC. La llegada de Uber y, más importante, el futuro de unas 3.000 licencias VTC que están en los tribunales pendientes de adjudicar, asustan a un sector acostumbrado a tener el monopolio. A pesar de las restricciones que marca la ley y que ha reforzado el Área Metropolitana de Barcelona, el sector está preocupado, ya que teme que duren poco: la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia requirió al Gobierno hace dos semanas para que derogue el real decreto que limita la venta de licencias VTC. "Si entran 3.000 licencias, se acabó", lamenta Jesús, el taxista.

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Sobre la firma

Josep Catà
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.

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