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Crónica
Texto informativo con interpretación

Monumento a Katharine Graham

La propietaria de 'The Washington Post' es la protagonista del filme de Spielberg

Tomàs Delclós
Katharine Graham.
Katharine Graham.Luis Magán

En sus memorias, la histórica propietaria de The Washington Post, Katharine Graham, explica que cuando se preparaba el rodaje de Todos los hombres del presidente (1976) sobre el caso Watergate y el papel clave que tuvo su diario, Robert Redford le dijo que no saldría en pantalla porque la función de la propiedad no se entendería y sería muy difícil de explicar. Graham no se fiaba mucho de aquella gente del cine. No autorizó el rodaje en las instalaciones del diario y estaba inicialmente aliviada de no aparecer. Pero más tarde, confiesa, se sintió herida porque el filme la había prácticamente ignorado. De todos modos, un año después, se estrenaba la serie de televisión Lou Grant donde el personaje de la maternal propietaria del diario Los Angeles Tribune estaba directamente inspirado en ella. Por todo esto y más cosas, es una lástima que ahora no haya podido disfrutar de Los archivos del Pentágono, donde Steven Spielberg hace una detallada descripción de su combate para defender el auténtico papel de los diarios: informar. Una convicción que le hace arriesgar el éxito de la salida a bolsa, un movimiento no con ánimo de embolsar, sino para capitalizar el diario y poder contratar más y mejores periodistas.

Las dos películas son un elogio del periodismo, una descripción de su cocina, pero llegan en momentos muy diferentes. Todos los hombres del presidente, con la prensa haciendo caer a Nixon, supone un cambio temporal en la, ya entonces, negativa aproximación del cine al periodismo, un cine que contempla la naturaleza de la verdad como un problema cada vez más gordo para los periodistas. Entonces fue considerada como la película más elogiosa sobre la prensa y su necesidad democrática, con unos periodistas manejando con eficacia las fuentes y un diario caminando hacia la verdad a pesar de todas las trabas. El filme de Spielberg, llega en un momento de crisis, desconcierto, despidos, y creciendo hooliganismo en muchos lectores y cabeceras. Mientras que, por ejemplo, Spotlight, hace un par de años, relataba una aventura periodística contemporánea de su público, los periodistas vemos el filme de Spielberg como un merecido monumento, pero monumento funerario.

La compañía del Post, con Graham al frente, también era, en aquella época, propietaria de Newsweek. Aquí las cosas eran diferentes, como explica –cambiando nombres y detalles- la serie La rebelión de las buenas chicas (Good Girls Revolt, 2016). visible en Amazon. A finales de los sesenta, las mujeres no podían ser reporteras ni firmar en Newsweek, solo investigadoras auxiliares de los redactores. Se organizaron y después de una campaña obtuvieron una progresiva igualación. Lo documentó en un libro Lynn Povich, que empezó como secretaria de la revista y acabó siendo la editora sénior. La misma Graham explica en sus memorias que recibió una carta de 52 mujeres que trabajaban en el Post reclamando más igualdad de oportunidades. Y eso que The Washington Post, para la derecha americana, era “el Pravda del Potomak”, como con ironía lo define el personaje de Angelica Huston en Jardines de piedra.

Una escena del filme de Spìelberg.
Una escena del filme de Spìelberg.

El cine sobre el periodismo ignora habitualmente la propiedad de los medios. Y cuando lo hace, no acostumbra a ser indulgente. Hay pocos propietarios como Graham o como aquel de Enséñame a querer, el padre del personaje de Doris Day que deja a su hija, también periodista, un único consejo: “Si quieres vender más diarios mañana, engaña. Si quieres seguir vendiendo de aquí 10 años, seas honesto”. En Gringo viejo (1989) Luis Puenzo se sirve de Ambrose Bierce (Gregory Peck) para darle un cachete a Hearst (el mismo de Ciudadano Kane): “Hearst, el propietario de mi periódico ha adquirido más poder. Mis palabras no han servido a la verdad, lo han servido a él”. Incluso Frank Capra, que era un gran predicador del lado angelical del ser humano, no ahorraba en señalar, a veces sin compasión, sus llagas. Su dibujo de los propietarios de medios en Caballero sin espada ( Mr Smith goes to Washington, 1939) no gustó a determinados socios del National Press Club que habían permitido que Capra recreara sus salones y habían patrocinado el estreno del filme. En State of the Union escogerá una mujer, una especie de Lady Macbeth, para demostrar que desde sus diarios puede fabricar presidentes. Capra dará una de las secuencias más misóginas de la historia de esta especialidad cinematográfica. En la escena inicial, cuando el viejo Thorndyke está a punto de morir confiesa a su hija y heredera que siempre había querido un hijo, pero que ahora se daba cuenta de que era mucho mejor ella: un cuerpo de mujer con un cerebro de hombre, “mi cerebro”. El padre lamenta la fragilidad de los hombres, débiles e idealistas, y aconseja a su hija no caer nunca bajo el imperio de los sentimientos. Ella se lo promete con firmeza. Nada que ver con Graham.

Y ahora es curiosamente la televisión la que pinta con más maldad la propiedad de los medios audiovisuales, que acostumbran a ser opacas corporaciones. En Newsroom, la propiedad tiene conductas poco gentiles, aunque Aaron Sorkin le hace dar una voltereta redentora al final. Una hermanita de esta serie es la coreana Argon (2017, Netflix). También nos encontramos en la redacción de un programa informativo de una potente emisora de televisión. Su responsable es un imperturbable defensor del periodismo y se tiene que enfrentar a los intereses de la propia corporación, que también se redime al final. El periodista que necesita ser un héroe. Lamentablemente, un clásico de la ficción. Está claro que siempre ha habido autores más descreídos. Por ejemplo, Valle-Inclán, desconfiando crudamente de los periodistas. Se lee en Luces de Bohemia cuando un personaje le comenta a Max Estrella "Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa Prensa canalla?". La respuesta es clara, "lo que le manden".

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