La herejía medieval de un adolescente de hoy
García Tur plantea un inquietante choque generacional en ‘Els romanents’, novela que le valió el premio Just Casero
Sin más, un mediodía, ante el plato con uno de sus hasta ese mismo instante amados bistecs de ternera, da una arcada y dice que se convierte en vegano; luego, sucesivamente, pasa a ir descalzo por la calle, raparse la cabeza, vestir de blanco y, al poco, hacer voto de silencio: “Quedarse mudo hasta volverse ciego”, escribe en su diario. Y subraya el objetivo. Esa es la espiral, vertiginosa y angustiante, que toma, ante la oposición beligerante del padre y la exasperante comprensión de la madre (ambos, expunks), el adolescente protagonista de Els romanents, la nouvelle con la que Víctor García Tur obtuvo el 37º premio Just Casero, que convoca la Llibreria 22 de Girona y edita ahora Empúries.
“Siempre me ha angustiado pensar qué pasará si un día acabo no entendiendo a la juventud, cuando unos peinados o una música me parezcan incomprensibles; y esa preocupación me viene ya desde muy joven”, contextualiza García Tur (Barcelona, 1981). Parece ser de cuando, con apenas 20 años, se planteó una ecuación casi axiomática: “Juventud igual a herejía”. Y a esa misma edad empezó el embrión de Els romanents, que, con el tiempo y ya padre de una niña, ha acabado puliendo con tres niveles de lectura: el diario del adolescente, las reflexiones de la madre que a su vez da voz indirecta a su marido y los capítulos intercalados de una Brevísima relación de las herejías, que no deja de ser un guiño, pero también cierta parodia, hacia estudios de ese tipo, como En pos del milenio, del inglés Norman Cohn, que analiza los revolucionarios y anarquistas místicos de la Edad Media. El hijo de Cohn, Nick, hizo lo propio con las tribus urbanas actuales. A ambos está dedicado parcialmente el libro. Las herejías descritas tienen claro paralelismo con la actitud cada vez más radical del adolescente de la novela.
En la novela hay una crítica a la generación de progenitores que hoy rondan los 50 años, muchos ex miembros de tribus urbanas
Al interés por el milenarismo y las sectas llega García Tur “desde el punk, en una tendencia en la que no soy el único y que suele conducir a estudiar la herejía”, sostiene, apoyándose en referencias como el ensayo Rastros de carmín, de Greil Marcus. “Ahí se apunta que los cátaros, el dadaísmo, los surrealistas o los situacionistas son los punks de otras épocas”, dice el escritor, que ve en la movida trap (subgénero del hip-hop) “un revulsivo de ese tipo, que además es muy fuerte en Barcelona”.
García Tur, en cualquier caso, suele rozar, en forma (tipografías, uso de paréntesis…) y fondo (referencias perspicaces), lo metaliterario, juego que puede permitirse a partir de una aun corta pero intensa carrera literaria, que va tocando todos los géneros (ahora prepara una novela de largo aliento sobre anarquistas en la Barcelona del XIX) y que casi va a título por premio: los relatos de su debut, Twistanschaung, obtuvieron el Documenta en 2008, y su primera novela, Els ocells, el Marian Vayreda (2015). En la solapa de aquella constaba que era ornitólogo, del mismo modo que en la de Els romanents se presenta como teólogo. “Me gusta empezar la ficción cuanto antes mejor”, se defiende quien en verdad es diseñador gráfico. Y bien que lo practica aquí: cubiertas, solapas y citas del libro están tachadas, como si de los textos del propio dietario del adolescente se trataran, si bien podría verse también como la traslación de la mortificación de las pasiones que los místicos se hacían en el cuerpo.
Al interés por el milenarismo y las sectas llega el autor desde el ‘punk’
Es esa una de las muchas capas de lectura que ofrece el casi opúsculo (“la escalada de tensión que quería dar demandaba un texto breve”), en el que, amén del eterno pulso entre padres e hijos, sería plausible leer una crítica a la generación de progenitores que hoy rondan los 50 años, muchos ex miembros de tribus urbanas (los de la nouvelle fueron punks y hoy siguen fumando marihuana en cualquier ocasión, tocando la batería o escuchando música a todo volumen) y que han mostrado una actitud muy condescendiente con sus vástagos; en Els romanents esa interpretación tiene su cénit en la naturalidad con que la madre encaja la espiral del comportamiento (entre estoico y nihilista) de su hijo hasta unos extremos absurdos. Un reproche que tendría hoy en la mexicana Guadalupe Nettel (El cuerpo en que nací) uno de sus más conspicuos exponentes. “El caso de Nettel es más extremo, justificado por su biografía; mis padres de ficción son permisivos y la madre, en concreto, es la típica que quiere entender, pero no quiere ver… He querido jugar con el choque de un hijo que sale más conservador que sus progenitores, en un ambiente donde el hogar no es lugar de reposo sino escenario de tragedia”. También interviene ahí lo puramente literario: “Buscaba dar por natural o normal cosas aberrantes, ofrecer un punto de realidad kafkiana”, algo que refuerza bautizando a los personajes con solo una letra.
Entre la notable cantidad de temas sutilmente apuntados (la juventud hoy expulsada del paraíso antes de hora o no; la mentira como elemento innegociable ya del contrato social; la imposibilidad de ser justo o de regresar a una inocencia primitiva…), ¿deja Els romanents entrever como gran moraleja que todo movimiento en esta vida es en vano? “Es un debate: está la visión lineal de la Historia o esa imposibilidad de salir de la jaula circular que es la vida… Mi libro no da una visión dramática, pesimista, de la existencia, soy sentimental hasta la ñoñería”, lanza García Tur, quizá como enésimo juego literario. En Els romanents, por supuesto, están las dos miradas.
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