La escritura perenne
El donostiarra ya no es un artista de masas, pero en Joy Eslava siguió sumando noches y canciones a una trayectoria que no baja del notable alto
Haciendo fácil lo difícil, incluso lo muy difícil, Mikel Erentxun se ha asentado en nuestro imaginario como un clásico ajeno al margen de error. Su carrera en nombre propio acaba de cumplir un cuarto de siglo (“¡soy un puto viejo!”, se le escapó este jueves en la Joy Eslava), al que debemos añadir otra década previa al frente de Duncan Dhu, de lo mejor que le sucedió al pop de este país durante los ochenta. Y el estado de las cosas con el donostiarra, tanto tiempo después, sigue inmutable. Su imagen ya no forra carpetas en los institutos, sus conciertos no son acontecimientos de masas ni cada nuevo disco se recibe como un episodio ineludible en los telediarios. Pero el que ha publicado este mismo año, El hombre sin sombra, reincide en ese admirable estatus del notable alto.
En la sala de la calle Arenal se nos presentó con muchas de esas nuevas composiciones, ni una sola concesión al grupo que le otorgó tanta popularidad y con ese celebrado aspecto de cowboy de San Sebastián, haciendo bueno el piropo que acabaría otorgándole Coque Malla: “Mikel luce los mejores sombreros del pop español”. Erentxun es hoy un hombre en la cincuentena, sereno y sin urgencias, pero se aferra a su innata y encomiable habilidad para la canción sin mácula. Y por eso puede prender la llama con dos de los títulos nuevos, Cicatrices y El amor te muerde los labios al besar, que certifican la excelencia casi perenne de su escritura.
El segundo permitió que nos familiarizáramos con la cántabra Marina Iñesta, la gran novedad de esta gira, guitarrista y segunda voz de aptitudes más que interesantes. Y la primera incluye un verso paradigmático, casi el leit motiv de un hombre con el bagaje suficiente como para haber visto ya luces deslumbrantes y sombras aterradoras. “Me han crecido alas en las cicatrices” evoca el manifiesto de un superviviente, el refrendo de quien ya testimonió en su disco anterior, Corazones, la experiencia más extrema: la de quien, en la gélida habitación de un hospital, llegó a sentirse a las puertas del abismo.
Motivo de más para felicitarnos por la absoluta vigencia de Erentxun, que incluso adelantó un single inminente, Veneno, tan enérgico como directo, mucho más rico en vitaminas que en toxinas. Marilia y Mabü se sumaron a la fiesta; Libélulas, etérea y deconstruida,constituyó una grata sorpresa, y Cartas de amor brotó en lectura despendolada y sudorosa, con una estrofa que acabó cantando un público tan desafinado como henchido de alborozo. Fue, en suma, un concierto de dos horas que acabó pasándose en un vuelo. Y sí, definitivamente esa es una buena señal.
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