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En pos de una voz

El Primavera Club estrena la remodelación de la sala 2 del Apolo dando cobijo al festival de las promesas

Moor Mother, en su actuación en el Primavera Club.
Moor Mother, en su actuación en el Primavera Club.Dani Canto

O te cruzas con unos músicos que acabado su concierto carretean entre el público sus instrumentos hacia la salida, o ves a uno de los directores del Primavera Sound bailando con el funk de Gabriel Garzón-Montano, uno de los muchos artistas que pueden llegar a los escenarios del festival del Fórum partiendo de su versión en sala, el Primavera Club. Un festival de tamaño bolsillo donde las edades de los músicos son aún más cortas que las del propio público, que a veces parece estar asistiendo a los conciertos de sus hermanos menores. Tres días de música en el otoño que además sirvieron este año para estrenar la nueva remodelación del complejo Apolo, cuya sala dos ha multiplicado su tamaño y habitabilidad y ahora se comunica de manera más transitable y holgada con la sala principal. Sin estar las obras de acondicionamiento acabadas, se promete zonas de fumadores y de avituallamiento que se rematarán en las próximas semanas, con la sala dos de nuevo cerrada para concluir las obras, la oferta de música y ocio en el Paralelo se reforzará aún más.

Como cantera de futuros artistas con recorrido, lo novedoso se impone, bandas como la de Amber Cofmann era la segunda vez que tocaban juntos, tal y como anunció su líder, una chica dulce que iba de chica dulce y cantaba dulces canciones con una voz manifiestamente mejorable. La voz, ese instrumento que o bien se echa en falta o bien se valora más allá de lo razonable en los concursos televisivos de talentos. Extremos. Pero voz es lo que no aparecía en las actuaciones de Pauli, una sugestiva propuesta de música negra en grabación y pobre en directo, o de Girl Ray, una banda femenina de pop casi de instituto que hizo retroceder el calendario a finales de los ochenta. Precisamente por esta falta de voces llamó la atención el inicio del concierto, ya en sábado, de Yellow Days, una voz impostada, con presencia y estilo que también se fue por terrenos de negritud y pop en un concierto que fue de más a menos y en el que se echó en falta un repertorio más regular y una banda más rodada. Eso sí, la presencia de su líder, un efebo abandonado al lirismo, llenó el mismo escenario donde antes Moor Mother, había desplegado una poderosa actuación a caballo entre el spoken word airado y el hip hop con bases electrónicas que en el inicio de la actuación coquetearon con el noise. Palabras dichas con la ira de quien nada tiene que perder, en este caso una mujer negra de Filadelfia. Eso siempre ha sonado tan contemporáneo como la injusticia o el racismo.

Y en ese tráfico entre la sala dos y la sala uno se marchaba el Primavera Club del año. Lo hizo dejando claro que los vascos siguen a lo suyo, con una banda perfil Vulk para recordarnos que las guitarras y el postpunk nunca se han ido. Y un hallazgo, quien no se consuela es porque no quiere, su cantante se movía con el micro sujeto por su pie de soporte, de manera que cuando caminaba hacia adelante parecía perseguirlo, mientras se antojaba perseguido por el micro cuando caminaba hacia atrás. La voz eso sí, seguía ausente, mientras se mantenían presentes dos evocaciones intimidadoras del pasado: el cantante de Tonstartssbandht tocaba descalzo su guitarra bajo la melena y movía su pierna izquierda casi como Ian Anderson. Hay cosas que ni la modernidad mata.

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