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“El cliente no regresa, pero su familia, sí”

Paco Muñoz es el gerente de Funerària Empordanesa, un negocio que ve crecer su actividad durante el verano

Marc Rovira
Paco Muñoz, funerario.
Paco Muñoz, funerario.Albert Garcia

Hay negocios en los que se ha hace muy complicado fidelizar al parroquiano pese a haberle procurado un trato excelente. “El cliente no regresa pero su familia y su entorno, sí, por eso es tan importante lograr que se vayan satisfechos”. Paco Muñoz es el gerente de Funerària Empordanesa-Àltima. Antes se dedicó al negocio de la banca, a los coches y a los yates. Dice que, en el fondo, todo se parece porque se trata de dispensarle al consumidor “el mejor servicio y la mejor atención posible”, una doctrina que aprendió de pequeño atendiendo la tienda de comestibles de sus padres, en Figueres.

Al frente de un negocio que gestiona 400 muertes al año, el verano es intenso para el sepulturero. Renuncia a hacer vacaciones. Las olas de calor, igual como el frío extremo, agudizan la mortalidad de las personas de edad avanzada y frágil estado de salud pero, además, desde Figueres Funerària Empordanesa cubre toda la franja de costa que va de Portbou a L’Escala. “El movimiento de turistas es intenso y se multiplican las muertes por ahogamiento y por accidente de tráfico”, señala. La mañana que nos recibe hay una familia que ha volado desde Australia para recoger el cuerpo sin vida de un muchacho que se ahogó mientras hacía submarinismo. “La psicología juega un papel muy importante en nuestro trabajo”, indica. No duda en afirmar que “no estamos preparados para la muerte” y niega que el suyo sea un trabajo “triste”. Su discurso suena manifiestamente animado y asegura querer vivir hasta los 120 años. Reconoce que trabajar en una funeraria le ha enseñado a “relativizar las cosas” y a “optimizar el tiempo libre”.

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Férreo defensor de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, porque la práctica le ha mostrado que ese mañana no siempre llega, lanza desafíos a la parca. “A mi la muerte no me da miedo, lo que me impone respeto es morirme”, matiza. Durante la charla aparece por la funeraria Narcís Bardalet, eminente médico forense que éste verano ha participado en los trabajos de exhumación del pintor Salvador Dalí. Muñoz y Bardalet comparten actitud a la hora de abordar la muerte: cero reparos. El médico admite que pasear por los cementerios le aporta calma y serenidad y que recurre a esos paseos cuando necesita reflexionar. Muñoz confiesa que posee reportajes fotográficos de la mayoría de camposantos de la comarca.

Entre los dos desgranan los efectos que tiene el verano en los cadáveres. La distinta corrosión del agua dulce y el agua salada, el componente acelerador del calor en el proceso de descomposición y la importancia de saber gestionar los gases que quedan acumulados dentro de un fiambre. Si no se atina a escoger la talla correcta del ataúd, existe riesgo cierto de que el muerto, al hincharse y no poder expulsar los gases, reviente la caja. Para evitarlo hay féretros que incorporan una válvula de escape similar a la que se adapta la tapa de una olla exprés.

Sería un error concluir que el trato diario con la muerte ayuda a trivializarla. Muñoz admite que se le hace cuesta arriba encontrar el tono cuando el fallecido es algún conocido o en el caso que las circunstancias del deceso sean particularmente dramáticas. Sin embargo, el único momento de la charla en el que se le anuda la garganta y se le humedecen visiblemente los ojos es al describir una muerte anónima y común. Rememora la ternura que le despertó el comentario hecho por un padre, ya mayor, a su hijo cuando se acercaron al tanatorio recoger las cenizas de la madre. El anciano sostenía la urna en una mano y, ante las dificultades que mostraba para caminar con agilidad, el hijo se ofreció para cargar él la cajita. “Ha estado 65 años conmigo, no la voy a abandonar ahora”, le respondió el padre.

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Paco Muñoz dejó la banca, los coches y los yates para dirigir una funeraria

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