Alcaldesa en los ratos libres
Sònia Gomà-Camps, primera edil accidental de Barberà de la Conca después de que el titular, Marc, se haya ido vacaciones a la playa
Sònia elabora vinos orgánicos en una pequeña bodega familiar de un pueblo de menos de 500 vecinos de la Conca de Barberà, a medio camino de Tarragona y Lleida. Al llamarla para que se preste a protagonizar el primer capítulo del serial sobre profesiones veraniegas, uno podría imaginarla sentada en su porche, con vistas a un campo de dorados cereales, catando copas de vino con parsimonia y arrullada por la calmosa atmósfera rural. “¿Cómo? ¿Vernos mañana, dices? Imposible, tengo mucho lío. Llámame la semana que viene, a ver si tengo un hueco”, responde. Sònia Gomà-Camps es la alcaldesa accidental de Barberà de la Conca, una aldea con un pasado irrefutable —aquí se creó en 1894 la primera cooperativa vinícola de Cataluña—, pero que debe su popularidad más reciente a la aparición de una misteriosa grieta que amenaza la preservación de varias de sus casas y que ha obligado a cerrar la iglesia ante el peligro que el campanario se desplome.
“El verano huele a azufre”
1) ¿Dónde se iría de vacaciones? A una isla.
2) ¿Qué quiere ser cuando sea mayor? Cuando sea mayor yo no quiero trabajar.
3) ¿A qué huele el verano? A azufre.
4)¿Tinto de verano o gin-tonic? Ni uno ni otro: vino de trepat (variedad de uva).
Propietaria, junto con su marido, del Celler Carlania y madre de dos hijos, Sònia tiene todos sus ratos muy ocupados. Más aún desde que Marc, el alcalde del pueblo, se fue de vacaciones a la playa y la nombró alcaldesa accidental. Al fin, da el visto bueno para citarnos en el Ayuntamiento y charlar mientras se celebra una comisión informativa donde se deben debatir algunos asuntos que afectan al municipio.
Barberà de la Conca no es un torbellino de actividad: no hay ni oposición municipal
Barberà de la Conca no es un torbellino de actividad. Cerca de la casa consistorial tan solo hay un cajero. Ni rastro de bares. La lectura de los folletos que decoran el tablón de anuncios ameniza la espera. “Se venden dos nichos nuevos. A buen precio”, publicita un papel escrito a mano y con pulso firme. Sònia llega con el tiempo justo. El equipo de gobierno recibe con trato cordial al extraño. Silencio total de la oposición: no la hay. Desde 1979, solo una vez los vecinos pudieron votar a más de una lista en las municipales. “Aquí nadie quiere ser del Ayuntamiento”, informa Sònia. Sus concejales, Maria Antònia, Guillem y Jordi, asienten. “En Montblanc (municipio vecino y capital de comarca) pueden hacer reuniones por la mañana, pero aquí todos trabajamos y tenemos que quedar a partir de las ocho de la noche”, indica Guillem. La paga que reciben no ayuda a estimular vocaciones: 12 euros por sesión. “Esto es un voluntariado”, coinciden. Debaten sobre la necesidad de desbrozar y acicalar una fuente y recuerdan las goteras que hay en un local que usan los jóvenes del pueblo. También valoran organizar una carrera popular que se haría coincidir con la Festa del Trepat. “¿Hay dinero para eso?”, pregunta Sònia. “Tenemos un presupuesto muy limitado y siempre estamos llorando”, señala Maria Antònia. La ornamentación de la sala confirma que la tesorería debe de ser exigua. Encima de la mesa hay un portalápices pintado con los motivos del 75º aniversario de Caixa Penedès. La reliquia tiene ya casi 30 años.
“¿Me miraste aquel tema?”, insisten los vecinos al cruzársele cada día por la calle
Todos confiesan contar los días para que termine la legislatura. No piensan repetir. Más tarde, y ya en su coqueta bodega, Sònia indica que estar en el ayuntamiento de un pueblo implica “no desconectar nunca”. No exige aprender a sobrevivir con una agenda llena de reuniones, sino más bien aceptar que las demandas de la gente llegarán a medida que te encuentren por la calle. “¿No me has mirado aquel tema?”, apunta la alcaldesa que es una petición habitual. “Esto quema”, lamenta. El último domingo pasó parte de la tarde al teléfono porque una de las cuidadoras de la guardería enfermó y el lunes no acudiría al trabajo. “Son cosas que tienes que ir solucionando sobre la marcha”. No es una persona a quien la achiquen los retos. Con un empleo fijo y seguro en la empresa familiar, la potente papelera Gomà-Camps, Sònia hizo las maletas para irse a faenar al campo. “No me arrepiento”, dice cuando se refiere a sus viñas. Los ratos de política, sí la han hastiado.
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