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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Proceso… ¿de autodestrucción?

El ganador de la situación es ERC, la antigua Convergència está en proceso de autodestrucción y el catalanismo político ha virado hacia la izquierda

Francesc de Carreras

El llamado procés no sabemos exactamente cómo acabará, pero en el camino —todo proceso es un camino— está produciendo considerables destrozos, especialmente fracturando partidos y haciendo que emerjan otros.

La historia es conocida. La separación entre CDC y UDC, que provoca, además de acabar con las históricas siglas de la federación CiU, que CDC pase a llamarse PDeCAT y que Unió desaparezca. Asimismo, restos de Unió de tendencia independentista crearon un nuevo minúsculo partido que se alió con CDC (por independentista) pero entró en conflicto con ella debido a una cuestión de marca, de nombre: se denominan Partit Demòcrata mientras la nueva CDC se quería denominar, de entrada, Partit Demòcrata Català. Ahora le han añadido la E (en el PDeCAT), que no significa España sino Europa, y parece que el conflicto se ha resuelto. A su vez, la aparición de Lliures, que dirige el veterano y brillante parlamentario Antoni Fernández Teixidó quiere recoger el espíritu liberal de CDC con marchamo catalanista pero no independentista.

Menos complicadas son las fracturas en el PSC, pero también las hubo, con nuevos partidos —de mesa de camilla, por supuesto— y deserciones de notables, en especial del sector catalanista, aunque su ausencia no parece notarse a la luz de los últimos acuerdos con Pedro Sánchez. Como me hacía observar el otro día una inteligente amiga, exmilitante socialista: “Queríamos que el PSOE se presentase en Cataluña y ahora es el PSC quien se presenta en toda España”.

Pero esta es otra cuestión, que nos desviaría de nuestro tema de hoy. Sólo añadir, para finalizar con un bajonazo, que han aparecido, o cobrado relevancia especial, tres partidos que, cada uno por razones distintas, están incidiendo con fuerza en el nuevo sistema de partidos catalán: Ciudadanos, los comunes (o como se llame exactamente) y la CUP. Dejémoslo también para otro día. Vayamos ahora a comentar otra consecuencia del devastador procés: la extrema debilidad del Gobierno Puigdemont.

En efecto, no se trata de un Gobierno normal, sino de uno muy peculiar, limitado por cuatro factores infrecuentes. Primero, es el producto de una coalición electoral formada circunstancialmente por miembros de dos partidos rivales, desde el punto de vista nacionalista, más algunos independientes ligados a la Assemblea Nacional Catalana y a Òmnium Cultural, dos asociaciones impulsoras de la independencia. Su grado de integración es, pues, de entrada, relativo. Segundo, su presidente ha dicho que sólo tiene previsto estar al mando del mismo hasta que los catalanes ejerzan el derecho (sic) a decidir; una vez cumplido este objetivo, abandona el cargo.

Tercero, este objetivo debe cumplirse en un plazo de 18 meses, que ya ha transcurrido, con lo cual todo se ha debido llevar a efecto aceleradamente, de forma visiblemente atolondrada. Cuarto, en todo el proceso el Gobierno Puigdemont ha estado fuertemente condicionado por la CUP, una organización política antisistema, antiglobalización e independentista, de la que depende su estabilidad parlamentaria, no pudiendo encontrar apoyo en ningún otro grupo. Repárese en que la CUP sólo coinciden con Junts pel Sí en el independentismo, en nada más, en todo lo demás están muy distantes, sobre todo del PDeCAT, cuya máxima dirigente, Marta Pascal, ocupa un alto cargo en la internacional liberal. Así pues, es un Gobierno muy complicado: por su objetivo, por su composición, por su peculiar presidente y por sus apoyos parlamentarios.

Toda esta complejidad se ha puesto de relieve en los últimos días y se le han añadido otros factores. Algunos consejeros —todos del PDeCAT— no se han mostrado dispuestos a asumir las responsabilidades penales y civiles (patrimoniales) que comporta el procés, lo cual muestra poca confianza en que éste llegue a buen fin. El presidente Puigdemont, al parecer, está condicionado por un misterioso e invisible comité externo a su Gobierno, en el que está, entre otros, Artur Mas, que sigue intentando dirigir un proceso que hace tiempo se le escapó de las manos. Puigdemont, por su parte, un presidente casual, seleccionado por la CUP, no se sabe si obedece a los intereses de su partido, a los del misterioso comité, a los de Junqueras o a los suyos propios e intransferibles.

En el fondo, en medio de toda esta confusión, sólo algo parece claro: el ganador de la situación es ERC, la antigua Convergència está en proceso de autodestrucción y el catalanismo político ha virado hacia la izquierda. Habría que preguntarse el porqué, sin duda hay respuesta.

Francesc de Carreras es es profesor de Derecho Constitucional.

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