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Tiempo de alzar la voz

El mítico cantautor y activista británico enamora con un recital lúcido y concienciado, pero no exento de buena música y humor

Billy Bragg durante su concierto este martes en Madrid.
Billy Bragg durante su concierto este martes en Madrid. Jorge T. Gómez

Allá por los primeros ochenta, cuando comenzó a urdir sus acordes y versos iniciáticos, Billy Bragg acaso confiara en que el mundo terminaría yendo a mejor. Llega la hora del balance, treinta y pico años más tarde, y cuesta horrores encontrar argumentos para el optimismo. Bragg, contra pronóstico, sí. “Bien pensado, vivimos tiempos excitantes para un escritor político”, reflexionó este martes en el auditorio del Conde Duque, abarrotado y expectante. Y lo demostró durante 100 minutos que, pese a su condición de solista, resultaron especialmente llevaderos. Porque entre Trump, el Brexit y demás calamidades, este hombre ha encontrado argumentos abrumadores para seguir levantando el puño.

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Vivimos, reflexionó el británico, en un mundo carcomido casi a partes iguales por el fascismo y el narcisismo. Pero lo encantador de Stephen William Bragg es que, a sus casi 59 años, no engrosa todavía las filas de los escépticos. “Con ellos se puede hablar. A quienes ya no soporto es a los cínicos”, apuntó en un momento de la velada, suculenta en lo musical y hasta en lo pedagógico. El grado de escepticismo por parte del oyente es, en efecto, modulable. Pero reivindicar el “socialismo del corazón” como antesala de la solidaridad, la compasión y la empatía se antoja por un momento delicioso.

No resulta sencillo afrontar sin compañía un concierto de enjundia, y bien que habríamos agradecido ese guitarrista de apoyo indispuesto a última hora. Pero esa ración extra de intimidad sirvió para persuadirnos de que ha llegado el tiempo de alzar la voz. La de Bragg sonó cristalina, con empaque y aplomo, muy presente siempre en la mezcla. Protagónica como corresponde a quien nunca ha querido perderse en vaguerías. Pero no encontramos solo a un activista embaucador, sino también a un hijo del post-punk que honra sin disimulo a sus mentores (Woody Guthrie, Dylan, The Clash) y lleva tres décadas largas dejando huella por doquier.

Bastaba con escuchar la pieza inaugural, A lover sings, para intuir esas mismas melodías sinuosas sin las que Morrissey (que también rivaliza en militancias e irreverencias) no sería el mismo que hoy conocemos. Y sorprendía rastrear en la reciente The dream of the reason produces monsters, título literalmente goyesco, esa misma gravedad emotiva que tanto conmueve en las baladas de Elvis Costello.

La noche incluyó momentos hilarantes, como una “aproximación diferente a la masculinidad” (Handy man blues) con la que Billy acota el alcance de sus virtudes: “No soy bueno arreglando tejados, pero te puedo afinar la guitarra”. Hubo dos lecturas de Guthrie y un The times they are a-changin’ en el que nuestro hombre añadía un “back” a la estrofa original dylanita. Los tiempos están cambiando otra vez, ciertamente, y buena falta hacen los referentes lúcidos y sensibles. Tipos capaces de rematar el concierto con su único gran éxito, A new England, y dedicárselo a la madre de Kirsty MacColl, la malograda artista que lo popularizó. Jean MacColl falleció este martes sin llegar a conocer un mundo razonablemente sensato. Sin un buen puñado de billybraggs, es probable que a nosotros nos acabe sucediendo otro tanto de lo mismo.

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