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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todo a medias

La participación real y efectiva de la gente no es el fuerte de este Gobierno, pero sigue habiendo un modelo, que el Ayuntamiento tendría que saber que no es mayoritario

La paralización de las Glòries es un buen paradigma. Herencia complicada de mandatos anteriores —el primer pacto con los vecinos fue made in PSC—, a la que se suma la complejidad técnica de la operación. Actualmente se puede hacer casi todo, pero si se buscan desafíos de calibre hay que poner dinero sobre la mesa. Excavar un subsuelo opaco y ocupado, por debajo del freático, era candidato nítido a sorpresas y sobrecostes, por más que el actual Gobierno municipal quiera señalarlo con otro tipo de sospechas. Tenía que pasar y ha pasado. Dicho esto, el problema real es que el túnel es un anacronismo. Es la solución fácil: si hay coches, a esconderlos. Así se hacían las cosas en el siglo pasado. Pero esto se da bofetadas con el modelo de pacificación: si hay coches, vamos a domesticarlos. Aunque se tarde más. De hecho, la Gran Via discurre hoy a cielo abierto y tampoco es tan grave. El problema es que el túnel fue una imposición de los vecinos, que encima lo quieren más largo: reclaman la segunda fase, como la reclamaron —sin resultado— en General Mitre.

Las Glòries es el gran despropósito del pacto vecinal, y sé que es antipático decirlo así, pero reúne todos los tópicos de las demandas clásicas, túnel incluido. Nadie quedará contento con el resultado, se habrá gastado un dinero infinito, las obras durarán todavía años y las Glòries continuará siendo un espacio vasto y sin perímetro, hueco y divisorio. En fin. Pero insisto en que es un paradigma de la impotencia genérica de este Gobierno para imponer ideológicamente un modelo de ciudad, que no dudo que exista. Esto no tiene nada que ver con la imagen o el liderazgo de Ada Colau, que está intacto y sigue siendo muy potente. Enunciemos algunos de los problemas con que ahora mismo está lidiando este teórico modelo que estaba dispuesto a darle la vuelta a la ciudad como a un calcetín, para entregarla sana y salva a sus ciudadanos. La superilla ha concitado tanta oposición vecinal como aplausos, pero el caso es que los vecinos han convocado a la brava una consulta que el Consistorio no avala. Difícil lo tendrán para colocar otra superilla donde sea.

Miremos el turismo. No existe la percepción de que las medidas tomadas hayan servido para frenar los efectos perversos de la ocupación de la ciudad. Ahora mismo los hoteleros han ido a los tribunales para rescatar su capacidad de hacer obras en casa, cosa que parece de una lógica total. La oposición al turismo masivo se basa en un imaginario (discutible) en el que el espacio público pertenece al “ciudadano” y no al visitante, lo cual sí ha cuajado en una minoría que se ha vuelto beligerante contra cualquier ocupación que consideran abusiva, sea un perro, una bicicleta, un turista o un taxi uber. No hablemos tampoco del mercado de alquiler y la guerra justa contra los fondos de inversión. Etcétera. La realidad es que hay una fricción constante entre la ciudad soñada y prometida y la ciudad que es. Y gana esta última. Hay una resistencia de materiales: un peso de la burocracia, las normas, la rutina, de la maquinaria municipal que impide cambiar a fondo las condiciones de contratación pública, por poner un ejemplo: la economía solidaria queda para los flecos de las adjudicaciones. Todo es lento, pesado y a veces imposible. Por otro, hay una incapacidad manifiesta para llegar a pactos, que no serían aberrantes, si la actitud municipal no fuera tan arrogante, tan poco apreciativa a las razones de los demás, que son parte de la ciudad también. Estos dos elementos se traducen en debilidad interior.

La debilidad exterior viene de las vacilaciones y las precipitaciones. Se hacen importantes gestos simbólicos y hay sin duda una hiperactividad en la apropiación de edificios que no tienen aún destino claro y que se ofrecen en procesos participativos, cuando sería más inteligente improvisar menos y planificar un poco más, ir más lentos para ir más lejos. Después de todo, la participación real y efectiva de la gente no es el fuerte de este Gobierno. Pero sigue habiendo un modelo, que el Ayuntamiento tendría que saber que no es mayoritario y que por tanto se debería abrir paso por convicción paulatina y por pactos que oficien de vaselina. La clave de esta mitad de mandato es que todo está a medias. Y esta condición de cosa a medias impide una visualización correcta de los objetivos, de la ciudad que nos están construyendo.

Patricia Gabancho es escritora.

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