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Marta Ferrusola, tradición y familia

La esposa del expresidente Jordi Pujol ha hecho gala de unas creencias cristianas que en su casa se mostraron muy débiles

Francesc Valls
Jordi Pujol y Marta Ferrusola salen de la Audiencia Nacional tras prestar declaracion.
Jordi Pujol y Marta Ferrusola salen de la Audiencia Nacional tras prestar declaracion. Jaime Villanueva

Su asistencia a canonizaciones y beatificaciones, su defensa de la familia cristiana —sin abortos ni divorcios— y su aversión a los minaretes constituían una sólida base para Marta Ferrusola abrazara sin ambages la denominación de “madre superiora de la congregación”.

Utilizando este alias tan consecuente, la esposa del expresidente Jordi Pujol ordenaba transferencias en su comunicación con el altísimo, es decir, la dirección de la andorrana Banca Reig. Estaba asistida en las bandas por el “capellán de la parroquia”, denominación que hacía recaer en su hijo mayor, Jordi Pujol Ferrusola.

Agustín Sciammarella (EL PAÍS)

Y es que Marta Ferrusola ha tenido siempre a gala dar testimonio profético de sus convicciones. En abril de 1990 asistió a la beatificación de 11 mártires de la Cruzada, “fusilados por odio a la fe”. Era una de las hornadas de santidad, cuya adoración propuso Juan Pablo II. Con esta devoción tan marcada, a nadie le sorprendió que la esposa del presidente de la Generalitat apadrinara el alumbramiento público de la Fundación Provida.

También consideraba “fatal y nefasta” la impía Ley Orgánica sobre el Derecho a la Educación (LODE), que pactó CiU con el PSOE. Avalada por esta virtuosa trayectoria, tampoco podía faltar (ni faltó) a la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

Allí, en la abarrotada plaza de San Pedro, compartió patio de butacas nada menos que con Jorge Fernández Díaz, a la sazón secretario de Estado para las Relaciones con las Cortes, que luego, como ministro del Interior, se convertiría en inquisidor de independentistas.

A buen seguro que su querencia por el incienso y la mitra le han permitido compartir la aversión a los minaretes con Fernández Díaz, que ha dejado una estela de honores con la condecoración de la Santísima Virgen de los Dolores y de algún buen periodista.

“Tienen bien poca cosa, pero la única cosa que tienen son hijos”, decía Ferrusola en 2001 en referencia a esos inmigrantes de chilaba y hiyab. “Las ayudas que da mi marido van a esa gente que no sabe qué es Cataluña; solo saben decir ‘dame de comer”, remachaba insistiendo: “Nos quieren imponer sus costumbres”.

Casada desde 1956 con Jordi Pujol y madre de siete hijos, su defensa de la versión más tradicional de la patria y la familia catalanas ha sido proverbial. No soportaba que se pusiera en entredicho la honorabilidad ni su derecho o el de sus hijos a hacer negocios. La propia Ferrusola tenía suscritos, a finales de los noventa, contratos de mantenimiento de jardinería de su empresa —Hidroplant— con los departamentos de Economía, Medio Ambiente, Presidencia y Gobernación de la Generalitat.

Reaccionaba vehementemente a las críticas a sus vástagos, como demostró su comparecencia ante el Parlament en febrero de 2015. “Van con una mano delante y otra detrás”. Así describía la desnudez material de sus hijos y justificaba el hecho de darles alas mientras la figura del padre no sabía o no podía poner coto a tanto exceso.

Más que cariño, hubo demasiado roce entre lo privado y lo público durante la presidencia de Pujol. Era frecuente que alguno de los hijos se presentara en reuniones entre la Generalitat y el sector privado haciendo de comisionista-intermediario. En los viajes al extranjero, tampoco faltaban los apellidos Pujol Ferrusola en las comitivas, bien como empresarios o como asesores del sector público. Jordi Pujol Ferrusola y su hermano Pere, por ejemplo, participaron de esa modalidad de delegaciones.

Eso sí, los países visitados eran siempre de probada virtud. Ramon Pedrós, ex jefe de prensa del president, opina que si Pujol no viajó nunca a Cuba fue porque Marta Ferrusola no lo hubiera acompañado a un paraíso de perversión y vicio.

Cuando un consejero del Gobierno de su marido se encontraba con la maleta en la puerta —como consecuencia de su exceso de trabajo sexual o profesional— Marta le proponía que pidiera perdón y volviera al domicilio conyugal. Es más, algunos ilustres divorciados nunca fueron perdonados por la inflexible Ferrusola, que recelaba de las mujeres que rodeaban a su marido. No fueron fáciles las relaciones con Carme Alcoriza, durante 40 años secretaria de Pujol, y única mujer que entraba en el despacho del presidente de la Generalitat sin llamar a la puerta.

Marta Ferrusola, sabiendo que la ocasión hace al ladrón, siempre trató de marcar el territorio ejerciendo su autoridad. Había que seguir en el atavismo de la tradición catalana. Pero lo que Ferrusola trataba de recomponer en la vida conyugal de los consejeros de su marido y altos cargos de CDC se descosía con alguno de sus hijos.

La vida sentimental de su hijo Jordi ha hecho correr ríos de tinta. Su pasión por los coches y sus escapadas con novia y capitales a Andorra ofrecen en ocasiones una imagen del primogénito de los Pujol más cercana al vitellone (personaje de vida licenciosa) que al de un entusiasta difusor de La tradició catalana, cristiana, del obispo Josep Torras i Bages.

La gran contradicción del pujolismo fue que predicaba desde el trono de la superioridad moral una ética que la propia familia eludía. Las bases cristianas de las que ha hecho gala Marta Ferrusola se han mostrado escasamente sólidas en casa, por mucho que se autotitule con el piadoso alias de “la madre superiora de la congregación”.

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