Más cruel que Chejov
De 'Las tres hermanas' de Chejov Rebekka Kricheldorf ha escrito una abrasiva comedia sobre el crónico fracaso de la cultura
De Las tres hermanas de Chéjov Rebekka Kricheldorf sólo ha reutilizado el andamio dramático para escribir una abrasiva comedia sobre el crónico fracaso de la (alta) cultura para salvar a la sociedad alemana de su mediocridad. Olga, Irina, Masha y Andréi -nombres chejovianos por capricho paterno- son también hermanos y viven en una mansión ruinosa (Villa Dolorosa). Hay otros parecidos razonables con sus antecesores rusos, aunque la autora es mucho más cruel con sus criaturas que Chéjov con las suyas, cuando los imaginó fermentándose en el hastío perdidos en la vasta provincia rusa. Los émulos alemanes no poseen el consuelo de una nostalgia dorada en un Moscú tan soñado como las cúpulas de Kítezh, ni la seminal esperanza de aclimatarse con pequeños gestos de redención a la vulgaridad triunfante. No les regala ni pasado, ni presente ni futuro en una espiral de infernal apatía. Condenados a consumirse como seres humanos -con el imperativo de sus necesidades básicas- a pesar de sus extremadamente bien amueblados intelectos. Sensibles, cultos e inteligentes encaran su muerte en vida como los protagonistas de un cuento de Edgar Allan Poe: con una mueca de anticipado rigor mortis y mucho alcohol.
Els tres aniversaris
De Rebekka Kricheldorf. Dirección: Jordi Prat i Coll. Intérpretes: Rosa Boladeras, Joan Negrié, Miranda Gas, Victòria Pagés, Anna Alarcón y Albert Triola. La Villarroel, 8 de mayo.
Conviene quizá mencionar de nuevo que Els tres aniversaris es una comedia, sin concesiones, con la brutalidad que los alemanes exhiben cuando se dedican con alegría destructora a la autocrítica de sus vicios colectivos. Auténtico festín de humor etílico. Catálogo de zancadillas, golpes y empujones verbales. Personajes renacidos para que la autora los use como saco de boxeo. Kricheldorf se queda a gusto, como agotados debe quedar el reparto cuando se acaba la sesión de psico-comedia. El esfuerzo es mayúsculo cuando toca defender a unos seres que en el mejor de los casos despiertan conmiseración y en el peor incitan al público a sumarse a la orgía figurada de pescozones. No debe ser fácil dedicar dos horas cada día a mostrarse brillantemente odiosos y enervantes. Lo consiguen, protegidos por Jordi Prat i Coll, que los ha dirigido para que la deshumanización no sea completa, permitiéndoles respirar en los detalles, como esas muñecas abiertas a la mirada de los extraños de los hermanos, dispuestos a compartir las heridas de la cuchilla, o apartándolos del cliché, como el perfil deschonizado de Janine -la Natasha del siglo XXI-, perfecta maruja amatísima de Miranda Gas.
Anna Alarcón (Masha), Victòria Pagès (Olga), Joan Negrié (Andréi) y Albert Triola (Georg-Vershinin, cargando con el running-gag de una mujer poli-suicida) están estupendos, pero Rosa Boladeras (Irina) ofrece además un magistral tour de force embriagada de alcoholes desde el minuto uno de sus sucesivos cumpleaños, escenario propicio de su patético spleen.
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