Hedonistas fugaces
Los de Montpellier regresan a un eufórico Teatro Barceló después de ocho años sin grabar disco
Lo de «rinôçérôse», aparte del endiablado reto de su grafía, viene a ser un espectáculo global. La banda de Montpellier pone en situación a sus huestes antes incluso de salir al escenario, con una vigorosa sesión de dance, disco, luces alucinógenas y su nombre mil veces proyectado en las pantallas de la Sala Barceló, que anoche hubo de conformarse con dos jaraneros tercios de entrada. Si a ello le sumamos la presencia en la pista de un nutrido grupo masculino ataviado con trajes de mujer, por la celebración que fuera, queda claro que la fiesta ayer empezó bastante antes de las 21.09, cuando el guitarrista Jean-Philippe Freu, la bajista Patrice "Patou" Carrié y sus tres aliados soltaron las primeras descargas de electricidad. Que no fueron pocas a lo largo de los 100 minutos siguientes, comprometido como ha estado siempre el quinteto con el chispazo, el salto y la trepidancia.
Se notaban las ganas de ver a «rinôçérôse» entre quienes no les hubieran sepultado en la memoria, porque los franceses llevaban ocho años sin asomar por las tiendas de discos. Angels and demons acaba de romper ahora ese silencio, pero sigue dejando las cosas más o menos donde estaban, en esa endiablada intersección entre fulgurantes ritmos house y guitarrazos eléctricos que construye la esencia misma de la banda. La experiencia es mucho más efectista que elaborada: todo suena divertido, despepitado y muy bailable, pero cuesta imaginar que alguna de las 18 canciones de anoche supere una modalidad no fugaz de escucha.
Hedonismo y fugacidad son conceptos vecinos, a fin de cuentas, así que conviene asumir ese contexto e introducirse en esta avalancha de compases binarios, onomatopeyas vocales procesadas hasta robóticos extremos (Wha wha ou), sirenas que ululan en la franja del centenar de decibelios, bombos disparados y algunas congas no menos frenéticas, por aquello de que no falte la excusa orgánica. Lo mejor es certificar la solvencia a las cuatro cuerdas de Patou, sometida en muchas ocasiones a esas semicorcheas vertiginosas para las que se necesitan dedos, pegada y mucha concentración.
Eso es lo mejor: el compromiso con la causa. Los músicos no paran de saltar con los pies juntos, azuzar a los espectadores, apuntar al cielo con los mástiles, agitar unas cabelleras inevitablemente impregnadas de sudor. El resultado de tanto esfuerzo es bastante irrelevante, a veces (Funky funky music) muy insustancial. La fórmula mejora en los temas por los que asoma Bnann Watts, el cantante de Infadels. Fighting the machine, por ejemplo, es pop bailable de estribillo pegadizo. Por cierto, los chicos travestidos de la fiesta se lo pasaron en grande. El resto, también. El objetivo, al menos en la parte lúdica, se cumplió con creces.
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