Belleza que no es inocua
Maria Arnal y Marcel Bagès inflamaron el Apolo en la presentación de su primer disco
Igual que si una pastilla efervescente entra en contacto con el agua. El borboteo feliz de las burbujas chispeaba, y lo hacía con tanta intensidad que el agua pulverizada iba más allá de los confines del vaso, saltando por encima del borde para mojar alegremente la mesa sobre la que estaba. Y en este caso la pastilla era sencilla, como los viejos remedios de la abuela, tan sólo una pareja, guitarra, voz y algún cachivache que añadía efectos. Con eso, sólo con eso y unas canciones de apariencia tan de siempre como la cebolla en la mesilla para luchar contra el constipado, Maria Arnal y Marcel Bagés confirmaron en un Apolo abarrotado que lo suyo va en serio, que son la sensación del momento, detestable apreciación periodística que huele a futilidad todo y que en este caso no lo sea, y que han conectado con un público al que han robado el corazón. Claro, sencillo, directo. También bello y político.
El cancionero del dúo hunde sus raíces en la canción popular, en una tradición de canción que no sólo desea ser hermosa sino mover a la acción por medio de la conciencia y del compromiso social y ético. Nada nuevo. Tampoco nada que haya pasado de moda. Nunca. Ni tan siquiera, como reconoció María al presentar uno de los temas, es novedosa la forma de manipular esa tradición, tratándola como una masa de barro cuya forma depende de las manos del alfarero que la modela, esquivando tratarla como un jarrón con forma ya dada que sólo cabe conservar, haciéndolo propio sólo con la mirada y la veneración. Maria y Marcel, junto con los colaboradores que les nutren de canciones y consejos, varían letras y cambian músicas, inventan su propia tradición a partir de la que les ha sido dada, escriben su propia historia porque son ellos los que viven, padecen, sufren, aman y se esperanzan con el orgullo de la miliciana Marina Ginestà posando en la terraza del hotel Colón, protagonista de una de las canciones del dúo.
Y en ellos todo es político. Desde los colaboradores que han dado forma a su disco de debut, precedido por un par de epés cuyas canciones también lo nutren, hasta una temática que va desde las fosas comunes del franquismo, a las canciones de vela que se cantaban en el Levante a los niños que morían, el exilio o un amor que es cantado sin sexo concreto, cabiendo en él desde el amor entre mujeres al amor entre hombres pasando por el heterosexual y el transexual. Es amor sin manual de uso, amor sin instrucciones, ajeno al prospecto. Por todo ello, el ambiente en la sala era de exaltación ideológica, hasta el punto que parte del público comenzó a cantar “Grandola vila morena” dando vítores a la Revolución de los Claveles justo cuando la lepra avanza sin disimulo por nuestro aparato de estado. Había un no sé qué de entusiasmo que hacía pensar, de nuevo, en Marina Ginestà y la alegría combativa de toda una generación.
Hablando de alegría, esa es una de las grandes diferencias de estos cantautores con respecto a los de anteriores generaciones, quizás en el fondo oscurecido su ánimo por haber vivido sin poder acabar con un dictador que por no tener no tuvo ni clase. María y Marcel rondan los treinta, la derrota no fue suya todo y padecer las consecuencias, y su ánimo, también joven, no está ensombrecido. Ese sentimiento animoso y esperanzado palpita en la forma de vocalizar de María, limpia, franca, empática, emocional y sin artificio. No canta porque tiene buena voz, que la tiene, canta porque quiere decir algo y eso que dice es el centro de todo. No por hacerlo muy bien tiene más importancia la voz que la historia cantada. Y eso desarma por humilde, una humildad ampliable al apoyo de Marcel en una guitarra que nunca reclama más protagonismo del que exactamente le corresponde. Como los mesurados ingredientes de una receta, el resultado es puro equilibrio. Y como guinda, unos arreglos electrónicos que abren más gramáticas a un cancionero que desnudo y austero ya camina, y que entre sus nuevas adquisiciones tiene la delicadísima y preciosa “Tú que vienes a rondarme” como una de sus enseñas. Maria Arnal y Marcel Bagés no son una casualidad. Ni ellos ni la generación a la que pertenecen.
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