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La crónica
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sant Antoni, la segunda vida de los libros

El mercado dominical, que se ha hecho más pequeño, espera la ubicación definitiva

Tomàs Delclós
Mercado dominical de Sant Antoni.
Mercado dominical de Sant Antoni.Marcel·lí Sáenz

Domingo, 12 de marzo por la mañana. La ciudad está cortada por el maratón. En el Mercat Dominical de Sant Antoni, dos pancartas reciben al visitante de la carpa de la calle Urgell. “Curses=Ruïna”. Y es que el problema no es que se celebre una carrera. Es que, al cabo del año, hay muchas (el maratón, el medio maratón, la de El Corte Inglés, la de la Guàrdia Urbana, la de la Mercè, la de la Dona…). Estos domingos, muchos amigos del mercadillo ya ni intentan acercarse. Según Joan Mateu, presidente de la asociación que agrupa a los vendedores de este singular mercado dominical, las ventas caen un 28%.

Pero los maratones no son la única turbulencia que vive este irrepetible mercado. Desde que empezaron las obras de rehabilitación de Sant Antoni, ha ido empequeñeciendo. Antes había unos 750 metros de paradas. En el provisional de ahora se han quitado 200 metros. O sea, unos 100 puestos, dos calles del Eixample. El Ayuntamiento compra licencias para adelgazarlo, explica Mateu, a quien le preocupa que ello provoque una desaparición de oferta, la degradación del mercado. “A veces tenemos la paradójica sensación de que los libreros sobramos en esta Barcelona literaria”, comenta. Resuelta la futura ubicación, entre los cuatro brazos del mercado, una disputa pendiente es qué protección tendrán contra la lluvia. “La mercancía mayoritaria es de papel y no puede mojarse”.

De hecho, la oferta ha ido cambiando con los años. Los videojuegos que en su día movían muchas compras han perdido atractivo y la mitad de establecimientos se han ido. Hay libreros muy distintos. Quienes acotan la oferta y, por ejemplo, en una mesa únicamente exponen títulos científicos, incluyendo manuales de álgebra lineal, a quienes deja que el azar permita convivir un libro de Tabucchi con uno de análisis de los mercados financieros todo, eso sí, a muy módicos precios. A los propios vendedores les interesa conseguir una oferta suficiente y variada para que el comprador pueda encontrar lo que busca o, todavía mejor, se tropiece con una pequeña, apetecible, sorpresa. La gente de este mercado dominical quiere conseguir variedad y cantidad en su oferta. Están muy contentos, por ejemplo, porque en unas semanas se instala una chica con el propósito de vender novelas en idiomas extranjeros. En cambio, los libros de Humanidades están aleatoriamente desperdigados, no hay ninguna parada especializada en ellos.

La oferta ha ido cambiando con los años

Conozco desde hace muchos años este mercado porque era vecino del barrio y el piso daba al pasaje donde, todavía, están los almacenes de los carros, con ruedas metálicas, que guardan la mercancía. Quedan menos de cien. Era una música de madrugada, no particularmente molesta, como tampoco lo es, al menos para muchos, la de un campanario. Obviamente, de niño, el primer acercamiento al mercado era a sus alrededores, para canjear con otros colegas cromos repes, auxiliados por la supervisión contable de un familiar. Y siempre terminabas igual: teniendo que ir a comprar a un profesional con parada, que de forma misteriosa y admirable tenía los dos o tres cromos que nunca nadie conseguía. De hecho, los tenía todos.

El domingo, rondando las paradas de postales estaba Oriol Vilanova. Lógico. Este artista manresano ha levantado una espléndida instalación en la Fundació Tàpies donde ha cubierto las paredes con 27.000 de sus postales, todas dispuestas con un determinado rigor y orden. Hace un par de semanas —José Ángel Montañés lo explicó en este diario—, invitó a sus amigos de Sant Antoni para que expusieran, y vendieran, su mercancía en la Tàpies. Allí estaba, por ejemplo, José Hernández (de El Trastero), verdadera enciclopedia de las postales que me enseñó un ejemplar de la revista francesa Cartes Postales Magazine donde hablan….de Sant Antoni.

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Vilanova frecuenta Sant Antoni desde que tenía 15 años. Ahí empezó a comprar postales pero no fue hasta que terminó los estudios y comienza a trabajar como artista que repiensa su patrimonio de postales. “Todo este material era susceptible de ser material artístico”. En la Tàpies quiso mezclar públicos, los de Sant Antoni y los del arte contemporáneo. De este mundo, le interesan figuras y conceptos (el coleccionista, el mercado, la adicción, la búsqueda, el deseo, la desmemoria…) donde percibe todo tipo de metáforas. De hecho, explica, los encantes “son mi lugar de investigación”. Y contempla el mercado como un espacio escénico, No es de extrañar, pues, que en la misma Tàpies vayan a presentarse breves piezas teatrales del propio Vilanova, dirigidas por Xavier Albertí. Una de ellas, parte del supuesto de que el Louvre se ha hundido, las obras originales han quedado destruidas y la memoria de estos iconos ha de repescarse en la copia, en el mercado de las pulgas.

El mercado dominical de Sant Antoni no solo es un tugurio cultural que no debe perderse ni desmejorarse. También produce cultura. Algunos domingos hay recitales de poesía. O la inspira. Ahí está, por ejemplo, un misterioso largometraje, de tres horas, titulado Antonio, el demiurgo. Con Hermann Bonnin, actores y gente del barrio leyendo fragmentos de obras, paseando o contando sus emociones de vecino. Lo firma Manuel Polls, que califica la pieza de cinemística. Uno de los que intervienen explica que Antoni significa “digno de ser amado”. Esta etimología del nombre, creo, no está exactamente admitida... pero sirve. Las mañanas de domingo en Sant Antoni, desde luego, son dignas de ser amadas.

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