Últimas horas en el paraíso
Wasted, debut teatral de la poetisa y rapera Kate Tempest
Los afters cierran, las raves terminan. Después resaca, bajón, el filo de la navaja de una luz que hiere el ojo. Patada y a la puta calle. Allí esperan hipotecas, rutinas y abandonos. Convivir con un basurero de sueños desperdiciados. Wasted, debut teatral de la poetisa y rapera Kate Tempest, es la crónica de tres jóvenes de barrio que con 25 años están a una década de rubricar el fracaso de sus expectativas de dejar huella en este mundo. Edu es el integrado (trabajo, pareja y aburrimiento estables); Dani es Peter Pan (artista siempre a un bolo del éxito), y Carlota es profesora de instituto y profética Casandra en su nihilista visión del porvenir, sin la fuerza vital necesaria para cambiar destinos. Reunidos para recordar la ausencia de Toni, amigo y hermano, el único que pactó con la muerte una adolescencia eterna. Una despedida. La última fiesta compartida.
Tempest concibe su texto como un drama convencional con incursiones en el spoken word cuando los tres personajes prescinden de la psicología individual, transformados en tricéfalo corifeo. Un teatro que podría tener conexiones con los angry young men si hubiera más rabia y consciencia colectiva. Los millennials coinciden en el análisis de sus abuelos, pero no en la respuesta. La vida es implacable como instrumento de doma y derribo. El mensaje no es nuevo. La actitud sí, y la autora ha sabido cómo transformar esa claudicación post-punk en una sucesión de conmovedores monólogos donde interactúan presente, futuro y pasado.
Iván Morales —con una sensibilidad especial para captar lo sublime en lo cotidiano— traslada esta estéril catarsis —lo que dura un viaje de éxtasis— a un entorno más cercano. Quizá no hacía falta que los detalles fueran reconocibles cuando la reflexión general es tan fácil de asumir como propia, pero el respeto a la fuerza del “aquí y ahora” que destila el original es intachable. También sería bueno un mayor equilibrio entre la contundencia física, el dominio dramático y espacial del cuerpo, y la fuerza de la palabra nítida, a veces desdibujada en una malentendida naturalidad. Tempest es sobre todo palabra, lanzada certera y clara como arma y bálsamo.
En cualquier caso la propuesta llega y traspasa por la actitud franca de todo el equipo artístico con el texto y el público, y por el compromiso generacional de ofrecer un teatro con el mínimo artificio imprescindible. Esa capacidad de hacerse escuchar de verdad en medio de una euforia química o en la deriva de un soliloquio del día después. Sandra Pujol (Carlota), Oriol Esquerda (Dani) y un espídico Xavier Teixidó (Edu apurando el edén perdido) son absoluta entrega a la causa e insuperables cuando abandonan las leves señales de cliché poligonero y se vacían de verdad en sus heridas abiertas.
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