Donnellan fascina en Sant Cugat con ‘Un cuento de invierno’
El director ofreció una representación excepcional de la obra de Shakespeare
Cuando el público entra en la sala del Teatre-Auditori de Sant Cugat el Tiempo ya les espera de espaldas en el escenario. Va tapado con el abrigo de todo aquello que ha dejado de ser, que sólo es recuerdo. El tiempo es en Un cuento de invierno (The Winter's Tale)metáfora, sustancia y personaje. Es la membrana que envuelve un texto fascinante por su libérrima combinación de géneros y tonos, por el desapego a la estricta lógica aristotélica, por la ruptura entre razón y sentimiento. Un drama contagiado de subconsciente que explota como una fiebre psicótica y acaba con un poso de melancolía. Porque no todos los perdidos resucitan. Y en medio: un instante de Brigadoon.
Declan Donnellan -con el escenógrafo Nick Ormerod padres fundadores de Cheek by Jowl- fomenta la propagación de una corriente onírica que recorre diferentes sustratos de ensoñación, delirio, duermevela y pesadilla, incluso cierta noción de vigilia. Espacios mentales que Judith Greenwood ilumina con la misma intención psicológica que Nicolas Roeg o Richard Burks en Vertigo. Un gran retablo en un escenario desnudo, excepto por un contenedor de madera que es barco, cámara mortuoria y pantalla, en que cada escena tiene su propia atmósfera irreal.
El contraste entre el furioso brote psicótico del rey Leontes (ovación para la hibris de Orlando James) que transforma el mundo que le rodea en una proyección de sus sospechas, y la frialdad ceremonial del proceso público para condenar a la reina Hermione de adulterio (ovación para la dignidad doliente de Natalie Radmall-Quirke). El antagonismo entre la atemporalidad pija de la corte de Sicilia y la caricatura suburbial del reino de Bohemia, transformado en un reality-show con sus canis y chonis. Y en una última pirueta —oficiada por la sacerdotal distancia que imprime Joy Richardson a su Paulina— la clausura en penumbra con una ambarina y extática adoración a una imagen que vuelve a la vida. Aunque la última palabra la tiene el Tiempo que reaparece para reclamar lo que es suyo: el príncipe infante muerto. Y de nuevo la desazón se acumula en un momento fugaz de dicha en la mirada del rey.
Otra interesante aportación de Donnellan es la inclemente exposición de la deriva psicótica de Leontes, subrayando la tiranía latente del personaje, dejando que la violencia se expanda por el escenario sin cortapisas. Cuando Shakespeare agota su poesía dramática, la acción física se impone con una brutalidad que sacude al espectado. Una rabia física que contrasta con la tendencia hacia lo estático que impera en los otros personajes sometidos a la dictadura de la locura.
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