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Café de Madrid

‘Volvido’

De niño decía volvido hasta que los adultos se encargaron como Real Academia de borrar la inventada etimología donde se conjugaba volver con olvido. No obstante, me gusta lo volvido porque leí en una novela que quien llega a Madrid, en realidad vuelve, quién sabe de dónde pero vuelve, y todo lo demás queda en un olvido. Incluso los recién llegados descubren las calles que se van abriendo gélidamente soleadas como si fueran el escenario de canciones memorizadas o referencias directas a recuerdos personales; y quien ya se siente habitante, vuelve incrédulo a lo que creía ya conocer a ciegas y se sorprende con la luminosa novedad de lo mismo, la renovación de la idéntica fachada, la inauguración del parque de siempre y la sonrisa intacta de quienes nos despidieron al irnos.

Lo volvido se vive en un Madrid de todos los días donde hay que refrendar las cartas credenciales de uno mismo como si se tratara de la presentación en sociedad de un recién llegado, todo veterano como novato, toda guía en reorientación de brújula. Volvido lo que sentía al irme y volvido, recupero la misma emoción intensa con la que descubrí una inmensa plaza de siglos por primera vez. Se abre entonces la página blanca de una agenda que apenas empieza a poblarse con los pasos de un enero que parece del pasado, siendo el inédito párrafo de la vida que se camina en los primeros pasos por el mismo delgado renglón por donde se supone ya habíamos transitado desde la infancia, cuando las palabras se definían por su sonido y su sabor mucho antes de que los adultos cuadricularan su sentido.

Queda entonces que lo volvido es un termómetro de un Madrid desconocido que se vuelve entrañable —una vez más— con sólo sobrevolar las varias caras que le cambian conforme pasan las primeras horas de una memoria renovada que se va fincando en los trayectos: el autobús repite el recorrido absolutamente impredecible de travesías históricas, de cuando el tiempo era un líquido saboreado de antemano, al tiempo en que basta cruzar una calle que se creía rutina para descubrir que ha sido enteramente renovada por la llegada, la más reciente llegada del volvido que encara el mañana quizá ya sin mucha preocupación por los ayeres, porque quien llega a Madrid sabe que vuelve, quién sabe de dónde y a qué, pero vuelve con la sosegada ilusión de que todo Madrid se ha de abrazar como el lugar del alma que nadie —quién sabe por qué— puede olvidar.

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