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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cautivo y desarmado

Quizá la esperanza del PSC esté en que Patxi López sea un candidato temporal, su gran atractivo ante la involución de una Susana Díaz camino de una Eva Perón andaluza

Miquel Iceta y Patxi López, en un acto electoral en L'Hospitalet de Llobregat, en septiembre.
Miquel Iceta y Patxi López, en un acto electoral en L'Hospitalet de Llobregat, en septiembre.[M. MINOCRI

Igual que el “ejército rojo” según los famosos adjetivos del último parte de guerra franquista: así se halla el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) ante el proceso congresual que el PSOE dio por abierto el pasado fin de semana. Rehén de la amenaza que la gestora de Javier Fernández mantiene sobre él —la de excluir a los 17.000 militantes socialistas catalanes de las primarias a la secretaría general del PSOE—, el partido que encabeza Miquel Iceta se encuentra en la imposibilidad de jugar cualquier papel activo, de tomar cualquier iniciativa, de explicitar cualquier posición propia en el seno del socialismo español durante los próximos y cruciales meses. Más que un compromiso de neutralidad o de imparcialidad, el acuerdo que los dirigentes del PSC adoptaron el pasado día 10 es una consigna de “¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!”, con la esperanza de que el fuego amigo les cause los mínimos daños posibles.

No esperemos pues que, de aquí a mayo-junio, ningún miembro de la cúpula del PSC apele a la condición soberana de éste, o recuerde que PSC y PSOE son dos partidos jurídicamente distintos, o exprese la menor veleidad de autonomía política. La mayor parte de quienes solían decir esas cosas ya no cotizan en la calle de Nicaragua, y aquellos que todavía lo hacen tienen bien claro que no está el horno para bollos, ni hay que dar argumentos a los compañeros que ven al PSC como una quinta columna del secesionismo. Ni siquiera se hablará de la Declaración de Granada, porque —según advirtió el líder interino— resulta demasiado polisémica y apostillable.

Lo que mejor ilustra la actitud actual del socialismo catalán ante Ferraz es la designación, para representarlo al fin en el seno de la gestora del PSOE, de Teresa Cunillera i Mestres. Por edad (a punto de cumplir los 66 años), por currículo (diputada en Madrid o alto cargo del Ejecutivo central sin interrupción desde 1982 hasta 2015), por perfil (persona de la máxima confianza política de José Borrell en la demarcación de Lleida), por talante (encantada de rechazar en el Congreso aquello que sus correligionarios habían votado en el Parlament), la señora Cunillera será, dentro del equipo de Javier Fernández, la expresión más perfecta de un PSC sumiso y domesticado, tan nacional-español como el Partido Socialista de la Región de Murcia, pongo por caso.

Y todo esto, ¿para qué? Es decir, ¿en qué activo político piensan invertir Miquel Iceta y su equipo los frutos de este esfuerzo de autocensura, las rentas de haber dejado caer al anteayer idolatrado Pedro Sánchez, el perdón tras la penitencia por haber roto la disciplina parlamentaria y haber dicho no a la investidura de Rajoy? ¿Lo invertirán en Patxi López?

Es pronto para decirlo. Pero, puesto que ha sido el primer candidato en saltar a la arena de las primarias, y que la reacción inicial en las filas del PSC —reacción tácita, se entiende— apunta a una expectación positiva, no estará de más recordar algunas cosas. Patxi López es vasco, sí, pero no se ha adscrito nunca a la tradición vasquista del Partido Socialista de Euskadi (la de los guipuzcoanos Odón Elorza, Gemma Zabaleta, Jesús Eguiguren…), sino más bien a la contraria, la del socialismo españolista vizcaíno que representa entre otros su fidelísimo Rodolfo Ares. López fue lehendakari entre 2009 y 2012 con los votos del PP y de UPyD, porque los tres partidos compartían una misma concepción del Estado, no es preciso aclarar cuál. Por último, y en el ejercicio de sus responsabilidades como miembro de la ejecutiva del PSOE desde 2012, López ha mostrado un rechazo sin resquicios no ya de la independencia, sino del referéndum o de cualquier otra respuesta política singular al pleito catalán.

¿Significa esto que el exlehendakari es, desde la perspectiva del PSC, un mal candidato? Significa que, en materia territorial, representa el inmovilismo y la continuidad más estrictas; que, a sus 57 años, tiene más pasado que futuro; que resulta difícil imaginarlo como el atlante capaz de elevar el PSOE nuevamente al poder dentro de tres años. ¿Un líder de transición? Tal vez. Y puede que este sea, visto desde Nicaragua, su principal atractivo frente a la involución meridionalista representada por una Susana Díaz fácilmente transmutable en Eva Perón andaluza y que, si alcanzase el poder orgánico, no iba a soltarlo en una generación.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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