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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Según el orden del día

El bipartidismo ha vuelto a revivir sin hacerse notar, sin ceremonias; eso sí, tras destrucciones y costes muy altos de credibilidad política

Jordi Gracia
Reunión de la gestora del PSOE.
Reunión de la gestora del PSOE.Jaime Villanueva

Se acabó la aventura y el aventurerismo, se acabaron los proyectos descontrolados; regresa la docilidad democrática del reformismo menor, controlado, conservador. La nueva legislatura ha empezado bien y va claramente a mejor. Incluso su reflejo mediático más generalizado confirma ese tranquilizador regreso de todo a los goznes, hábitos y rutinas del pasado. No es exactamente espectacular el aumento de la confianza de la población en la vida política, según la última encuesta del CIS: su descrédito sigue en porcentajes muy altos, por encima del 70%. Pero al menos no está donde solía, por encima del 80%. Lo cual no deja de ser un grandísimo consuelo y quizá lo llamativo es la esforzada sobreactuación general sobre lo tranquilo que está todo de nuevo, tras tantos y tan bruscos sustos.

El control político ha vuelto a manos de los dos partidos históricos porque el PP ha sabido gestionar muy bien su débil superioridad parlamentaria y el PSOE ha gestionado a la baja, casi administrativamente, su debilísima superioridad dentro de las demás minorías. Su mejor imagen es esa desangelada gestora y su discretísimo auxilio burocrático al poder desde la exquisita neutralidad ideológica. El bipartidismo ha vuelto a revivir, por tanto, o al menos ha regresado sin hacerse notar, sin ceremonias ni protocolos, aunque sí tras numerosas destrucciones (socialistas), y costes muy altos de credibilidad política. Pero no parece inquietar demasiado a los medios de mayor audiencia, como si para muchos de ellos fuese prioritaria la reconquista restitutiva de un pasado que creíamos enterrado.

Hoy las complicidades de los dos partidos veteranos no parecen sólo coqueteos o formas de la confluencia en el orden, sino un plan de futuro para orillar a los más débiles del lugar, que son y siguen siendo Ciudadanos y Podemos. ¿Débiles? Débiles. Uno surgió muy cerca del laboratorio político con una finalidad práctica y directa, hoy ya en su umbral de amortización, y el otro surgió como plataforma política para el descontento con las izquierdas convencionales del votante de izquierdas. Las dos operaciones han cumplido gran parte de sus objetivos porque Ciudadanos no nació con vocación de partido de poder sino para impedir el posible poder de Podemos, mientras que Podemos mismo logró lo que no había logrado nadie en tan poco tiempo, sin que ese logro objetivamente impresionante haya logrado cambiar lo que ahora ya todo el mundo parece llamar el tablero.

Los objetivos cumplidos de uno y los incumplidos del otro facilitan el regreso al orden de dos partidos otra vez sosos, peinados y previsibles. La nave del Estado sigue por fortuna protegida de los excesos centristas de la regeneración ética de unos y de los excesos expresivos y gestuales, y de momento no mucho más, de los otros. Da la sensación de existir un acuerdo tácito pero generalizado para transmitir buenas noticias que vayan corrigiendo las malas vibraciones recientes y certifiquen que todo va francamente bien (aunque siempre se puede mejorar). El gobierno obtiene la comprensión responsable de un partido de Estado o, para ser exactos, de su gestora. Ignoro cómo vive la militancia y los cinco millones y pico de votos este buen rollo que exhibe la gestora con Rajoy, sin rifirrafes ni grandes trifulcas, sin experimentos raros y sobre todo sin gestos nada, nada populistas, geométricamente emplazado en el centro de la centralidad traquilizadora.

Ni Ciudadanos ni Podemos parecen pintar mucho en este cuadro, aunque obtuviesen algo más de ocho millones de votos (pero más obtuvieron PP y PSOE). Yo no sé si aquel gobierno de concentración que sobrevoló hace años el mapa mediático español tenía futuro o no lo tenía. Pero sí parece que sin coalición ni escenas para las cámaras, el resultado real ha sido el mismo aunque por otras vías. Y una novedad entonces imprevista y hoy consolidada: la insignificancia ideológica y política del PSOE, resignado al nuevo orden y a su nuevo papel subdisiario y discreto, tan discreto que ni siquiera Margarita Robles está enterada de las posiciones políticas que acuerda la gestora, según ha declarado. Como su propio nombre indica, la gestora gestiona y lo hace con comparecencias suficientemente aburridas como para no molestar a nadie y en lenguajes convenientemente sosegados, bien cosidos a la paz gubernamental y esperanzados en un futuro despertar de la ilusión cuando cambie el orden del día. Esperaremos con la ilusión incólume la nueva epifanía.

Jordi Gracia es catedrático de Literatura Española en la Universitat de Barcelona.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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