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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Santa Rita mártir o el control del relato

Los dirigentes del PP tratan de imponer la idea de que Barberá ha muerto por la brutal presión de los medios y los adversarios políticos, pero lo que a ella más le dolía era el abandono por parte de su partido

Milagros Pérez Oliva

Cuando una persona muere, sea quien sea, merece ser tratada con todo el respeto. Rita Barberá también, por supuesto. Pero, contra lo que pueda parecer, la mayor falta de respeto ha sido el aprovechamiento obsceno que de su muerte han hecho los dirigentes del partido en el que militó casi hasta el final de sus días. Su actuación constituye un ejemplo de manual de las estrategias de creación y control del relato que carecterizan ciertas prácticas políticas que consisten en retorcer datos y hechos hasta conseguir imponer una determinada interpretación de la realidad. En este caso, que a Rita Barberá la han crucificado medios y enemigos políticos hasta matarla de un infarto.

Nada más conocerse su muerte, varios de los dirigentes del partido se precipitaron al hotel donde aún estaba de cuerpo presente, y seguramente aliviados al comprobar que no había dejado nada comprometedor para el partido, se lanzaron a una intensa campaña destinada a glorificarla como víctima y culpar de su muerte a quienes la habían criticado. Del templado Rafael Català —”Cada uno tendrá en su conciencia lo que ha hecho o ha dicho sobre Rita Barberá”— al siempre excesivo Rafael Hernando, que vinculó su muerte con el “vil linchamiento” de “las hienas” que la han perseguido. Ahora resulta que Rita Barberá ha muerto por el acoso, el linchamiento y la persecución de la oposición y de los medios de comunicación (los malos, por supuesto).

Obviaban que solo unos días antes, esos que tanto la ensalzaban y tanto lloraban su muerte, le hacían el vacío y evitaban encontrarse con ella para desmarcarse de su suerte en los tribunales. Ciertamente, no debió ser fácil para Rita Barberá pasar en tan poco tiempo del poder absoluto a la soledad absoluta. Cuando en 2015 perdió la alcaldía llevaba 24 años gobernando Valencia con mano de hierro y un estilo que era una mezcla osada de autoritarismo, nepotismo y populismo. Se sabía, por el decisivo apoyo prestado a Rajoy en el congreso de Valencia, hacedora de presidentes y uno de los puntales del PP. Creía que le debían muchos favores y en todo caso, un prudente temor, pues era mucha la información que poseía sobre asuntos internos del partido y sobre sus formas de financiación.

Con esa baza jugó para evitar que la dejarán totalmente descolgada tras estallar el caso Taula. Era el momento en el que el PP afrontaba las cruciales elecciones vascas y gallegas, los casos de corrupción pesaban sobre las posibilidades de investidura de Rajoy y al partido le interesaba echar lastre al agua. Rita Barberá consiguió con un agotador forceje que la designaran senadora por el cupo autonómico y que le dieran además un seguro de vida político en caso de disolución de las Cortes nombrándola miembro de la Diputación Permanente. Pero lo que más de dolía no eran las críticas de los oponentes políticos, al fin y al cabo también ella había sido martillo de adversarios, sino el trato recibido en su propia casa. Que la obligaran a entregar el carnet del partido era la peor afrenta. Ahora dicen que lo hicieron “para protegerla” del linchamiento de las hienas, pero la reacción de José María Aznar ante su muerte avala la versión del abandono. Pero también hemos sabido, y por su propia boca, que Rajoy seguía reuniéndose con ella. Era mucho el daño que les podía hacer y no es difícil imaginar que en algún momento de la conversación surgiera algo así como un “se fuerte, Rita, que esto pasará y podremos volver a contar contigo”.

Se ha criticado mucho la performance de Podemos, y es pertinente considerar que no fue un gesto inteligente, sobre todo porque podía ser utilizado para legitimar la estrategia de victimización del PP. Es cierto que muchos recordaban el agravio que suponía que el PP se hubiera negado a hacer un minuto de silencio por José Antonio Labordeta y ahora pretendiera hacerlo por alguien tan cuestionado como Barberá. Pero la memoria mediática y política es muy corta, y no era difícil imaginar que el desmarque sería utilizado contra el propio Podemos y para desviar la atención de lo fundamental: la relación del PP con Rita Barberá y de ambos con la corrupción. La desfachatez con la que ahora pretenden convertirla en mártir merece figurar en las antologías de la política posverdad. El PP ya era un destacado precursor de estas técnicas, pero tras el éxito de Donald Trump, las utiliza con más convencimiento y más descaro.

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