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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La bala de plata

Resultaría del todo incomprensible que el independentismo desaprovechara la oportunidad de enviar a Rajoy a la oposición mediante sus decisivos escaños en el Congreso

Enric Company

La exigencia de la consulta o referéndum en Cataluña ha sido esgrimida hasta ahora como condición innegociable por ERC y PDC frente al aspirante socialista a la presidencia del Gobierno español, Pedro Sánchez, para configurar una eventual mayoría de relevo al agónico Gobierno de Mariano Rajoy. Pero basta con quitarle el carácter de innegociable a esa condición para que el panorama político español, y el catalán, se abra y se clarifique positivamente.

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El carácter inamovible de esta condición priva a los independentistas catalanes de la flexibilidad y el margen de maniobra necesarios para abordar una negociación tan delicada y compleja como la requerida para un cambio de Gobierno en España. Siendo esto así, el factor que les agarrota no es sin embargo tanto el referéndum en sí mismo como los plazos que los propios independentistas se han fijado innecesariamente para él. Están según ellos, a nueve meses de su Día D y su Hora H. Fijarse voluntariamente una death line de este tipo es una perfecta insensatez, explicable solo por la intervención en el proceso de una fuerza política crecida y alimentada en la irresponsabilidad como es la CUP.

La ausencia de responsabilidad alguna de gobierno es lo que permite mantener indefinidamente posiciones maximalistas, puesto que nunca deben confrontarse con el principio de realidad. Parece que a la CUP le está llegando la hora de madurar, ni que sea un poco, puesto que va a tener que tragarse en pocas semanas el sapo de darle al presidente Carles Puigdemont la confianza parlamentaria que éste les exige y aprobarle, además, los presupuestos de la Generalitat que le rechazaron hace un par de meses.

La madurez, sin embargo, difícilmente le llegara a un partido catalán hasta que no esté presente en el parlamento español, donde como todos saben, se expresa una relación de fuerzas determinante también en Cataluña.

Las direcciones de Esquerra y la vieja Convergència lo saben perfectamente. En el Congreso de los Diputados se juega la batalla de la que puede salir una solución negociada que les permita salir medianamente airosos del callejón sin salida en que les ha metido la ingenuidad de haberse dado un plazo de 18 meses para crear un estado catalán. Esta es la razón por la que, ahora, surgen en Convergència las dudas sobre si aportar o no el apoyo parlamentario en las Cortes para derribar a Mariano Rajoy y mandar al PP a la oposición.

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Puigdemont acertó plenamente cuando interpretó los resultados de las elecciones de junio como un sonoro y rotundo rechazo del electorado catalán al PP. Una auténtica censura, un “váyase señor Rajoy” que sería irresponsable no atender. Los escaños de Esquerra, el PDC y el PNV constituyen en el Congreso de los Diputados el complemento suficiente para la mayoría alternativa que Pedro Sánchez podría formar si ellos se avienen a negociarla y Podemos acepta entrar en el juego.

Es totalmente injustificable que ERC y PDC desaprovechen la oportunidad de oro que las matemáticas parlamentarias han puesto en sus manos. Sería incomprensible que las direcciones de ERC y PDC hicieran suyo el argumento del PP de que los escaños de los independentistas no deben contar a la hora de formar mayorías en el Congreso de los Diputados. Es un argumento ideológico, propagandístico, no político, que se contradice con la realidad: en la actual composición del Congreso, estos votos sí sirven para formar una mayoría alternativa o para prolongar irresponsablemente la recuperación del PP después de su derrota de hace casi un año. Y son tan legítimos como todos los demás.

Las direcciones de Esquerra y el PDC tienen en sus manos la bala de plata que puede terminar con la endeble mayoría relativa de derechas que el PP y su marca blanca defienden desde el 20-D de 2015. Tienen, además, un motivo clarísimo para dar este paso. Y es que todos los datos electorales y demoscópicos muestran que el movimiento independentista carece de momento de una parte del apoyo electoral y social imprescindible para convertirse en la mayoría suficiente necesaria para la magnitud de su propósito. Si quiere alcanzarla, necesita tiempo, entre otras cosas.

Tiempo es, precisamente, uno de los elementos que puede ponerse sobre la mesa de negociaciones con Pedro Sánchez y Podemos de una mayoría alternativa al PP. Hay que estar ciego para no verlo. Y si no lo ven, es que son víctimas de un inmediatismo que les obnubila. Olvidan que a la causa catalana, cualesquiera que sean sus objetivos, le es imprescindible la alianza del progresismo español.

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