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Crónica
Texto informativo con interpretación

El grito de Bustillo

Miguel Ángel Bustillo, delantero aragonés del Barça, murió el pasado día 3, a punto de cumplir los 70 años

Ramon Besa
efe

Hay penas que no se van en la vida, ni siquiera cuando ya no están el verdugo ni la víctima, porque ambos forman parte de un dolor infantil que nunca se borra sino que siempre reaparece cuando empieza la Liga. Hablo de la huella que dejó en el barcelonismo Miguel Ángel Bustillo, el delantero maño que murió el pasado día 3, con 69 años.

Bustillo fue abatido por Pedro De Felipe, central del Madrid, el 14 de septiembre de 1969, en partido correspondiente a la primera jornada disputado en el Bernabéu. El zaguero entró a destiempo con las dos piernas y le rompió la rodilla izquierda, aunque a mí me pareció que le había partido en dos por el grito desgarrador del ariete, sobrecogedor para cuantos veíamos el encuentro por televisión en el bar de Perafita.

Yo era entonces un niño al que le faltaban los cromos de Neme y Batalla para completar el álbum y se resistía a ser del Madrid pese a la insistencia de un adinerado vecino que me invitaba a ver los partidos de su equipo cuando jugaba en Sabadell. A punto estuve de ir antes a la Creu Alta que al Camp Nou. Nada apetecía más a un crío de pueblo que salir un domingo de paseo futbolístico, ya fuera al Vallès o a Barcelona.

Aunque se declaraba culer, a mi padre no le gustaba el fútbol; mi madre no tenía tiempo para el juego y nunca conté con un tío que me iniciara en el barcelonismo, de manera que a falta de tradición familiar me aficioné al Barça en el bar por los partidos y los resúmenes de televisión y por los desplazamientos que se organizaban para el Gamper. Me encantaba tanto la excursión como el fútbol y me emocionaba igual charlar con el chófer del autocar que ver a los fichajes del Barça.

El clásico juntaba a mucha gente y aquel día me sentía más acompañado que nunca cuando De Felipe acabó con Bustillo, que había marcado dos goles en los primeros cinco minutos y se presentaba como el sucesor del célebre Marcelino, dispuesto a desequilibrar el torneo a favor del Barça. La jugada fue tan obvia que no mereció más respuesta que un quejido que aún dura por la brutalidad del zaguero, la indefensión del delantero, la complicidad del árbitro, la depresión del Barcelona y el mutis del Madrid.

No pitó ni falta el colegiado Ortiz de Mendíbil, recusado con anterioridad por el Barça después de alargar ocho minutos un clásico, hasta que marcó Veloso. Ni tampoco tiró la pelota fuera el Madrid. Y el Barcelona firmó al final un empate a tres como homenaje al caído Bustillo. El compendio de agravios fue tan notorio que el barcelonismo tuvo argumentos de sobra para reforzar su débil carácter y dar por perdido otro título, recién iniciada la Liga.

Aseguraban los jugadores del Barça que en muchos campos los rivales iban a por sus piernas ante la impunidad de los árbitros, conchabados con el poder que tenía el Madrid. Y aquellas generaciones perdedoras encontraron la prueba del delito en el momento en que los partidos pasaron a ser televisados, como la noche de la lesión de Bustillo, o el 6 de junio de 1970, cuando Guruceta sancionó como penalti una falta fuera del área de Rifé a Velázquez .

Incluso llegué a pensar que a Benítez, aquel imponente lateral que falleció en abril de 1968 en vísperas de un nuevo duelo en el Camp Nou, le envenenó un camarero del Madrid. Los diarios que nos llegaban no contaban las cosas como imaginábamos y las declaraciones de los protagonistas reforzaban nuestras suposiciones: Guruceta, Ortiz de Mendíbil y De Felipe jamás admitieron su falta o error. Los desmentidos subrayaban mis convicciones de tal manera que me abracé al barcelonismo irracionalmente, como pasa en el fútbol, hasta que el Leeds de Bremer eliminó al Barça de Cruyff de la Copa de Europa. Aquel Sant Jordi de 1975 advertí que los males azulgrana no siempre eran culpa del Madrid y de Franco. Algunos no le perdonamos a la junta que prescindiera de Juan Carlos y Sotil para hacer sitio a Neeskens y Clares cuando la federación no autorizó al tercer extranjero. Nada mejor para curar el victimismo y la fatalidad sin perder la condición de seguidor azulgrana que abrazarse a la obra de Manolo Vázquez Montalbán y la réplica de Javier Marías.

Ya es sabido que a los catalanes se nos acusa de construir un relato de cualquier cosa, incluso de un partido, pero a muchos de los que nos afiliamos a la causa culer sin ir al campo, porque a los niños de pueblo de entonces el Camp Nou nos pillaba tan lejos y tan cerca como hoy Nueva York, el alarido desgarrador de Bustillo y el silencio administrativo fue una prueba irrefutable del pisoteo que sufría el Barça por parte del Madrid. Había que reescribir la historia desde los dos bandos.

Cruyff, Guardiola y Messi acabaron después con el acomplejamiento azulgrana y el lamento pasó a ser blanco por boca de Mourinho. Con el tiempo, el periodismo de club sustituyó al periodismo deportivo y se hizo difícil ejercer el oficio sin militar en uno de los dos equipos ni afirmarse a costa de renegar del rival. Nada entristeció más a Bustillo que en vida nadie le pidiera perdón por la triada que acabó con su sueño y el del Barça. Incluso en algún medio costó encontrar un hueco para su necrológica cuando para una generación fue la fe de bautismo por su glorioso y cruel estreno liguero en el Bernabéu. La televisión ya está en todas partes y hoy debate si Neymar es un provocador y el brazo de Sergio Ramos resulta ser una extensión de su cara mientras Filipe Luis enseña en las redes su pie de Cristo crucificado por Suárez.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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