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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cataluña en la crisis española

Rajoy utiliza el renacimiento de la amenaza soberanista como una posible tabla de salvación. Puede sacar beneficos personales, pero a cosa de enconar el conflicto

Josep Ramoneda

Después de meses insistiendo en la pérdida de peso político de Cataluña en España y en el declive del movimiento soberanista, sorprendió que Rajoy dedicara la parte final de su discurso de investidura a una larga digresión sobre “el desafío que paradójica y abusivamente se plantea desde las instituciones autonómicas de Cataluña”, una “amenaza explícita contra la unidad territorial” de España, “la liquidación de la soberanía nacional”. Para acabar proclamando solemnemente que “nuestra primera obligación —la del gobierno y la de estas Cortes generales— es garantizar la soberanía y con ella la unidad de España”.

Si el independentismo está a la baja y los partidos catalanes han perdido capacidad de presión en Madrid, ¿por qué tanto énfasis en el compromiso ineludible contra el soberanismo? Sencillamente, porque Rajoy ha visto en el renacimiento de esta amenaza una posible tabla de salvación. Al soberanismo se le ningunea, excepto cuando se puede utilizar como un espantajo en beneficio propio.

A la hora del miedo, a la hora de atrapar al PSOE por la vía de las exigencias superiores de la patria, vuelve el demonio catalán. El cálculo es sencillo. Las posibilidades de hacer mover al PSOE hacia la abstención se agotan. El No de Sánchez es tan rotundo que difícilmente puede cambiar sin colocar al partido en una profunda crisis, entre otras cosas porque implicaría la renuncia por dignidad del propio secretario general.

La abstención patriótica que se pide a Sánchez sólo podría obtenerse por la vía de una renuncia patriótica del propio Rajoy. Pero este no está por el sacrificio. El límite de su patriotismo es su propia persona. Son los demás quienes deben sacrificarse, él no está dispuesto. En estas condiciones hay que buscar la tensión que acorrale a Sánchez. Y esta tensión sólo puede darla el desafío independentista catalán.

Los nuevos hitos del proceso, conforme al reiterado ciclo de los grandes momentos decisivos seguidos de las grandes frustraciones, deberían caer en la primavera de 2017. Pero en septiembre hay una cita en el Parlamento catalán: la moción de confianza presentada por Puigdemont. De ella puede surgir la ratificación del presidente o una convocatoria de elecciones. Nada más. Pero Rajoy confía en la presión de la CUP, para que vuelva a entrar en escena el referéndum unilateral como paso previo a la ruptura. Y este es el espantajo —el último recurso— con el que pretende, en última instancia, atrapar a Pedro Sánchez. Una vez más Rajoy es una mina para el independentismo, convencido de que poder exhibirlo como adversario principal es para él un arma altamente eficaz.

Sin duda, la cuestión catalana es el problema político más importante que tiene España, jugando con él, en vez de afrontarlo con lealtad democrática, puede que Rajoy saque beneficios personales, pero lo que consigue especialmente es enconarlo, y llenar de más fango la escena política, bloqueando toda salida.

2. ¿Cedería Sánchez ante la apelación a la unidad en la defensa de la patria? Dudo de que nada de lo que ocurra en Cataluña en los próximos meses justifique la movilización patriótica española. Pero Sánchez en esta materia ha demostrado siempre muy poca autonomía, una gran incapacidad de distanciarse de la ortodoxia nacionalista española y, por tanto, de superar la dinámica nacionalismo contra nacionalismo.

Si Sánchez fuera capaz, como ha hecho Podemos, de reconocer de alguna forma la posibilidad de una consulta a la ciudadanía catalana, el escenario sería muy distinto. Y en estos momentos se podría hablar sin miedo de la mayoría de los 180 que rechazaron a Rajoy. Pero hay dos tabúes impuestos por los diversos poderes en la política española: el llamado populismo (Podemos) y el soberanismo catalán. Y Sánchez no tiene el coraje para romperlos. O sea que la cuestión catalana vuelve a estar en las Cortes y podría ganar centralidad si se jugara con habilidad. ¿Sabrá el soberanismo sacar ventaja de este escenario?

Lo más probable, lo más cómodo, es que se deje llevar y disfrute del empuje que le de la necesidad de Rajoy de volver a despertar la amenaza del monstruo. No es verdad que no haya alternativa, sólo que ni el PSOE, ni Podemos, ni el soberanismo tendrán la cintura necesaria para jugarla. E iremos otra vez las urnas que, en el fondo, es lo que Rajoy busca.

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